1941- Ruinas producidas por la Guerra Civil en lo que ahora es la Plaza Mayor. Al fondo la casa de la tia Marina.
A mis nietos Enrique y Roberto
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Mis padres se marcharon de Griegos en 1941 a vivir a Orcajo (Zaragoza). Allí nací yo, y tenía seis años cuando la familia regresó otra vez al pueblo el veinte de junio de 1948.
Recopilar la memoria de nuestros antepasados siempre es una experiencia preciosa y emocionante y, guiado por esos sentimientos, mi propósito al emprender la tarea de escribir este libro a modo de miscelánea apoyándome en mi memoria y en otras fuentes históricas seguras, ha sido rendir el homenaje debido a los últimos representantes de una forma de vida agricola y ganadera familiar, que se había mantenido intacta en Griegos desde los tiempos más antiguos y, que desapareció para siempre con la sustitución de los animales de labranza por las máquinas, como causa determinante del éxodo rural a las ciudades.
También es mi deseo plasmar aquí, las brillantes biografías de varios de mis jóvenes coetáneos de entonces, que emigraron como yo a distintos puntos de España y que, impulsados por los valores competitivos y morales recibidos de sus mayores y de la sociedad aragonesa donde nacieron y vivieron, han sabido triunfar plenamente en sus profesiones y actividades.
La Gerra Civil ha sido el acontecimiento más importante y trágico de todas las épocas en la historia de Griegos y, quizá también, en toda la fecunda historia de España, ya que el confrontamiento entre los dos bandos en que se dividieron los españoles enfrentados a muerte entre sí, dejó profundísimas huellas políticas, sociales y familiares y, sus heridas, sus ideales de uno u otro signo, y sus recuerdos, a pesar de los más de ochenta y cinco años transcurridos desde su inicio, aún perduran con intensidad renovada en algunos partidos de la izquierda y en otras capas de la sociedad española.
Para comprender mejor la situación de Griegos en aquellos azarosos años, hay que saber que al producirse el Alzamiento Nacional el dia 18 de Julio de 1936, el municipio quedó ubicado, por la intervención fulminante de la Guardia Civil, dentro de lo que se llamó la zona nacional.
Nuestro recordado Sebastián Chavarrias Aguirre describe muy bien sus vivencias de niño en aquellos comienzos de la Guerra, como sigue: “Mis recuerdos de los primeros meses de la contienda son escasos debido a que en nuestro pueblo, hasta finales de año los hechos acaecidos desde su comienzo no fueron ni relevantes ni trascendentales. Tan solo dos nos sirvieron para conocer las caras de los soldados de uno y otro ejército.
El primero fue la visita de unos cuantos soldados del ejército nacional. Entraron por la Porterilla, dejaron sus medios de locomoción en las Eras y se pasearon por las calles del pueblo dialogando con unos y con otros, sobre todo con los mozos jóvenes, varios de los cuales oyéndoles hablar, fueron presa fácil de sus argumentos, de tal manera que cuando los soldados partieron hicieron caso omiso del llanto de sus padres y subieron al camion marchándose con ellos.
El segundo suceso fue la visita del ejército republicano. Ocurrió por la mañana del uno de noviembre de 1936 y los muchachos nos encontrábamos en la escuela por ser hora de clase; empezaron a tirotear el pueblo aunque no lo hicieron sobre sus habitantes. Recuerdo muy bien como el maestro nos mandó a todos a nuestras casas. Afortunadamente no ocurrió ninguna desgracia personal pero no corrieron la misma suerte los animales: gallinas, conejos y algunos cerdos pequeños fueron sacrificados por los soldados para su alimentación, y esto si que lo hicieron sin justificación alguna, fue un robo a mano armada. Aparte de los incidentes con los animales no pasó nada extraordinario; se ausentaron unos días y después regresaron.”
Y regresaron, digo yo, para montar su cuartel general en el interior de la Iglesia profanando el espacio que desde siglos, se había considerado un lugar sagrado de valor espiritual y de recogimiento para celebrar la oración, el culto y la liturgia.
En los siete meses que duró la ocupación de los republicanos, aparte del vil asesinato del inocente vecino Bartolomé Chavarrias Martinez (padre de Sebastián), del destrozo absoluto de todos los bienes del interior de la Iglesia y de la quema de gran parte de los documentos y registros archivados durante siglos en la Parroquia y en el Ayuntamiento, actos vandálicos perpetrados por las tropas rojas, en el pueblo se vivió ese tiempo con sobresaltos, gran desasosiego y falsa calma solo alterada, de vez en cuando, por las incursiones armadas de los guerrilleros del bando nacional de inspiración Carlista, tan característicos del tradicional espíritu español, que actuaban como pequeñas unidades reclutadas entre personal no llamado a filas.
Nuestros paisanos Lorenzo Herranz Lapuente, -según confiesa él mismo en la carta de su propio puño y letra publicada en este libro- y Juan Manuel Lapuente Gómez, pertenecieron a uno de esos grupos. Se organizaron en once comandos o guerrillas que, a partir de su fundación en noviembre de 1936 en Molina de Aragón, hostigaban al enemigo en una zona de ciento veinte kilómetros en las sierras de Albarracín y Molina. Todos los guerrilleros eran hombres nacidos y vecinos de los pueblos de estas tierras, de mediana edad, muy sobrios y rígurosos tal como se correspondía con el carácter de las gentes de por aquí; extremadamente valientes y duros como el acero, de una lealtad a toda prueba y, ante todo, para el éxito de sus misiones de acoso, tenían la ventaja de ser perfectos conocedores del quebrado y dificil terreno del sistema Ibérico compuesto de montañas escarpadas y de profundos barrancos.
Según está documentado, en una ocasion, tras andar treinta y dos kilómetros sobre la nieve, algunos de estos guerrilleros llegaron a Griegos desde uno de los pueblos más próximos de la contigua provincia de Guadalajara el día cinco de enero de 1937; en la incursion apresaron a varios soldados rojos y se apoderaron además de bastante ganado lanar y vacuno, propiedad de los vecinos, los cuales, dominaran unos o mandaran otros, siempre resultaban perjudicados.
Esta situación duró hasta comienzos del mes de junio de 1937 momento en el que las tropas rojas fueron expulsadas del pueblo en una rápida operación militar llevada a cabo sobre las poblaciones de la Comunidad de Albarracín por la Compañía Expedicionaria de la Guardia Civil llamada “La Calavera”, creada en Zaragoza en septiembre de 1936 y compuesta en su gran mayoría por guardias civiles jóvenes y solteros que pronto alcanzarían fama de héroes en los frentes de Teruel por su preparación y disciplina, por su excepcional valor temerario y por su enorme valentía. Lo primero que hizo esta Compañía al reconquistar Griegos fue excavar parapetos en todas las entradas posibles del pueblo y organizar descubiertas diarias por todo el término municipal ayudados por vecinos con disposición de empuñar un arma.
Durante los catorce meses siguientes de ocupación nacional, la vida en Griegos transcurrió sin ningún incidente digno de mención hasta que en la madrugada del día 31 de julio de 1938 el ejército rojo, por medio de la célebre columna del teniente coronel del Rosal apoyada por las milicias anarquistas de Cipriano Mera y otras muchas unidades, lanzaron por sorpresa desde la vecina provincia de Cuenca hacia el este, una gran ofensiva que ellos pensaban, en su ensoñación, que les llevaría, cruzando toda la circunscripción de Teruel y, en última instancia, hasta las riberas del rio Ebro en tierras de Tarragona para enlazar allí con sus conmilitones del frente de Cataluña y, de esa manera, ganar la Guerra.
Las tropas nacionales al mando del General José Enrique Varela como jefe supremo del Cuerpo de Ejercito de Castilla, reaccionaron con prontitud y cortaron de inmediato ese avance estableciendo el frente de guerra a lo largo y a lo ancho de los Montes Universales y en la parte lindante de las tierras del antiguo Señorío de Molina en la que se llamó la Batalla del Alto Tajo, feroz enfrentamiento en el cual los dos bandos intervinieron con efectivos totales cercanos a los cien mil hombres, armas automáticas, fusiles, ametralladoras, fuerzas de caballería, guardia civil, milicianos, falange, anarquistas, legionarios, morteros, infanteria, baterías de artillería, carros de combate, aviación en labores de reconocimiento, transmisiones, sanidad, zapadores, intendencia y, hasta una compañía de aguerridos veteranos voluntarios de Teruel se agregó al bando nacional y peleó en la batalla.
Los rojos ocuparon, consolidaron y fortificaron en los tres primeros días la excelente posición de la cima de la Muela de San Juan en Griegos, estratégico lugar desde donde, con la ventaja que les daba los 1830 metros de altura de la célebre montaña y, el despejado campo de visión operativo que desde la Ceja se divisa sobre una vasta superficie de la zona de operaciones, atacaron la presa que consideraron fácil desde las trincheras abiertas por ellos y, todavía visibles en la actualidad.
Para la defensa específica de nuestra población, las tropas nacionales se organizaron en tres Columnas al mando de los tenientes coroneles Marcelino Gavilán (Caballería, Carros de Combate y Baterias C.75), Julio Fortea (8ª Bandera de Falange, Caballería, Infanteria y Artilleria) y Pedro Barcina del Moral, éste condecorado como muy distinguido jefe de la columna número tres de la Guardia Civil por sus condiciones para el mando, entusiasmo y elevado espíritu de lucha. Además de estas tres columnas mencionadas, la guarnición para la defensa de Griegos estaba también compuesta por setenta y cuatro soldados del Grupo de Escuadrones de Villarrobledo auxiliados por veinticinco guerrilleros naturales de la zona.
Quizá por su situación geográfica o tal vez por considerarlo un objetivo fundamental para sus planes de avance, o simplemente, porque quedó en medio de los dos frentes, nuestro pueblo fue sistemáticamente atacado con muy poca intensidad por la artilleria e infanteria roja y defendido por los nacionales durante los primeros días de agosto sin causar daños materiales en esos choques. El cuarto dia por la mañana y, frustados quizá los atacantes porque el frente no avanzaba según lo planeado por ellos, los republicanos lanzaron un gran asalto sobre Griegos que causó muy grave perjuicio a las personas, a los edificios, a los ganados y a los animales de labranza, particularidad que, misteriosamente, no sucedió en ninguna otra población de los alrededores.
En esas cuatro jornadas, la población fue protegida a toda costa por el ejército nacional desde sus posiciones artilleras en la partida de las Grajas (División Littorio) y, también, por las tres Columnas antes citadas de Infanteria, de Caballería y de Guardia Civil y otras tropas y guerrilleros desde los parapetos excavados por ellos en la Cabeza, en las Peñuelas y en el interior del pueblo.
El día de la tragedia, el día cuatro de agosto, para repeler el despiadado ataque, la guarnición de soldados nacionales y los vecinos más jóvenes, lucharon con ardor y valentía llegando incluso a combatir cuerpo a cuerpo dentro del casco urbano y en su entorno, lugares donde el derrumbe, el fuego y el humo de las muchas casas que ardian, el silbido de las balas, el horrísono estallido de las explosiones de las granadas de mano lanzadas desde muy cerca por la infanteria roja y, el estampido ensordecedor y la metralla de los proyectiles disparados por la artillería enemiga desde sus posiciones en la Ceja de la Muela de San Juan, crearon una atmósfera espeluznante, insoportable e infernal que aterrorizó a la pacífica población la cual, clamando al cielo con gritos desgarradores, enloquecida y al borde del abismo, trató de escapar de los incendios, de la destrucción y de la muerte, huyendo despavorida hacia el cobijo de las posiciones del ejército nacional en la Cabeza.
Los rojos ocuparon ese día todo el núcleo urbano y para concluir la gran tragedia del asedio, en la huida del pueblo en llamas y medio arrasado, al cruzar los trigales que estaban a punto de ser cosechados y, antes, en el interior del pueblo, las armas republicanas segaron la vida de casi veinte inocentes vecinos, pérdida que traumatizó profundamente el espíritu de todos los habitantes del pueblo a lo largo de muchos años, porque como dijo el poeta Luis Rosales nadie regresa del dolor y permanence siendo el mismo.
El día once de agosto un Batallón de carros del ejército nacional ocupó la Muela de San Juan capturando prisioneros y haciendo bastantes muertos a las tropas rojas. Por la tarde de ese señalado día las fuerzas nacionales recuperaron para siempre el pueblo de Griegos.
Trascurrieron cinco días más de lucha sin cuartel en todo el frente y la gran batalla del Alto Tajo se saldó con centenares de prisioneros, de heridos y de muertos, así como con gran cantidad de material cogido al enemigo. Esta ambiciosa operación planeada por los rojos no tuvo los resultados esperados por ellos y terminó el dia dieciseis de agosto con el triunfo absoluto del ejército nacional tanto en sus órdenes estratégicos y tácticos como en sus aspectos morales y materiales.
La Guerra Civil, que cambió radicalmente la historia posterior de España, acabó el uno de abril de 1939 con la victoria total del ejército sublevado y, hasta la fecha que da título a este libro, transcurrieron nueve largos años de durísima posguerra en sus vertientes materiales, políticas y sociales y, sobre todo y, las más graves consecuencias de la misma para desdicha de nuestro pais, fueron la pérdida o deterioro del tejido industrial y en menor medida del agrícola y ganadero; el grave desperfecto en las comunicaciones; la infinidad de riqueza urbana arrasada con la consiguiente falta de viviendas dignas; la desaparición de las divisas, imprescindibles para pagar la importación de mercancias; el saqueo con destino a Moscú de 638 toneladas de oro almacenado durante siglos en las cajas fuertes de los sótanos del Banco de España como reservas y garantía para preservar el valor internacional de la moneda oficial y para el mantenimiento de la estabilidad de los precios; la sustracción al final de la Guerra del otro gran tesoro trasladado a México en el barco Vita; la estanflación del periodo; la implantación del regimen autárquico en todo el Estado por carecer la nación de ayuda exterior; el enorme costo de la conflagración tanto en dinero (transformado en deuda pública exterior que había que pagar desde la miseria) como en vidas humanas (se estiman quinientos mil muertos), fueron todos ellos, y muchos más, factores que originaron una profunda e interminable catástrofe económica en la maltrecha economía patria que trajeron como resultado enorme ruina, dolor, enfermedad, muerte, hambre y pobreza extremada a gran parte de los españoles.
En los primeros días del mes de junio de 1948 se estaban terminando, por fin, todas las obras de reconstrucción de una parte importante de Griegos. Dicha reedificación, o mejor dicho construcción nueva, porque se edificó sobre solares de antiguos edificios en ruinas expropiados y pagados por el gobierno a sus dueños, -según lo tengo documentado- se llevó a cabo por la Institución del Estado Regiones Devastadas que incorporó a sus efectivos de mano de obra un batallón de 58 trabajadores presos políticos rojos que redimian sus penas con este trabajo y que cobraban 2,50 pesetas de salario por jornada trabajada.
Mis primeros recuerdos al llegar al pueblo son los montones de cal y de arena que habían en las calles, algunos albañiles trabajando en la construcción de las escuelas y muchos niños y niñas jugando con alborozo al pique-pala a las bolas, al corro o a la comba.
La sangrienta Guerra Civil había acabado hacía nueve años y, a pesar del tiempo transcurrido, la parte del pueblo no reconstruido aún se hallaba arrasado por los terribles bombardeos tal como lo demuestran las fotografías inéditas de la portada y de la hoja número dos de este libro encontradas con enorme alegría por mí, junto a otras doce instantáneas de la misma temática, en el Archivo Nacional de Alcalá de Henares en el verano del año 1999.
En lo que ahora es la Plaza Mayor existían dos solares con montones de ruinas separados por un paletaño o pared muy alta. Asimismo estaban destrozadas todas las casas que actualmente se levantan subiendo a mano izquierda desde La Plaza Mayor hasta la Plaza de Arriba (calle del Ayuntamiento) e igualmente en esa Plaza eran todo escombros lo que antes eran viviendas y, desolación también era el tramo de la calle de la Fuente que va desde la casa de Plácido Pérez hasta la de Constantino González.
La población adulta aún estaba psicológicamente llena de emociones negativas incontroladas y los días para ellos transcurrian bastante apáticos y con pesadumbre debido a un cierto desinterés, miedo, tristeza o desánimo general, consecuencia de los familiares muertos, casas en ruinas, pérdida de sus ganados y otros muchos horrores, infortunios, desgracias y desastres padecidos en la pasada guerra fraticida cuyo infausto recuerdo, a pesar del tiempo transcurrido, aún llenaba la mente de las personas y, quizá por ello, el pueblo se hallaba sin barrer y muy sucio -excepto en las fiestas mayores que sì se limpiaban las calzadas- tanto por los excrementos de los muchos animales que andaban por sus calles como por los restos del estiércol que caían de los serones que, a lomos de caballerías, se sacaba de las cuadras para guardar en los muladares o bien para, directamente, estercolar los campos de labor especialmente y con mayor cantidad a los dedicados a sembrar patatas.
El suelo de las calles era de tierra y en casi todas las vias públicas había profundas barranqueras producidas por las fuertes tormentas de cada verano. A esto habría que añadir que algunas mujeres tiraban por las ventanas el contenido de los orinales, motivos todos ellos suficientes por los que Griegos, en aquel momento, era un lugar bastante incómodo y muy poco agradable para vivir en él. Por el contrario, sus pintorescos y singulares alrededores llenos de verdes prados, de exuberantes pinares, de aire puro, de elevadas montañas, de cielo limpio y profundamente azul; de dulces trinos entonados, de cuando en cuando, por los ruiseñores, por los jilgueros y por otra gran cantidad de encantadores pájarillos como un desahogo de su armonioso corazón; de claras fuentes y de corrientes riachuelos propios del esplendoroso mes de junio en la alta montaña española, hacían en su conjunto, las delicias y el contento de cualquiera de sus habitantes y transeuntes más o menos sensibles a tanta belleza como la que la hermosa naturaleza serrana, tan pródiga, ofrecía a todos sin cobrar interés alguno por contemplar tamaña perfección.
Por lo general, cada vecino era propietario de su vieja casa y la disposición de esos sólidos inmuebles, de tres plantas, era en todos ellos bastante parecida: puerta de entrada de dos hojas con arbollón en una de ellas para permitir el paso a los gatos y a las gallinas de la casa, paredes exteriores muy gruesas de piedra para combatir el frio e interiores de adobes enlucidas con el excelente yeso de Noguera; ventanas pequeñas y algún balcón con macetas de claveles o geranios era lo común. En el zaguán o entrada de la planta baja se colgaban los yugos para uncir la yunta y otros aparejos de labranza y, en esa planta, se hallaban la bodega para almacenar las patatas, las cuadras en donde se estabulaban los animales de labranza y, en algunas casas que sus dueños carecían de paridera, además, se guardaban allí los cerdos, las vacas, las cabras y las gallinas. En el segundo piso estaban los dormitorios o alcobas, la cocina- comedor, el vasar, las cantareras y la alacena, lugar en donde se guardaba la comida diaria, las trébedes, los calderos de cobre, las sartenes y demás utensilios de cocina y, en la última planta, sujetas las tejas del techo por las costreras y descansando éstas sobre los cabrios y los mismos sobre la viga central en un extremo y el otro sobre la gruesa pared del inmueble, se ubicaba el granero o cambra que tal como su nombre indica se usaba para guardar el grano en los atrojes; pero no solo se guardaba allí el grano si no que también se dejaban colgados a secar los excelsos jamones, los lomos. los chorizos, las morcillas, las güeñas, las costillas y otros productos de la matanza del cerdo; también la artesa para amasar y conservar el pan se encontraba en esa planta y, en ninguna vivienda, excepto en las Casas Nuevas que se estaban terminando de construir, había retrete o cuarto de aseo. Aún así, todos amában a aquellas sus rústicas y amplias viviendas tal que si fueran suntuosos palacios. Según está documentado, varias de estas casas se hundieron a consecuencia de la tremenda nevada ocurrida en el invierno del año 1894 y por la que también perecieron de hambre gran cantidad de animales.
En el interior del casco urbano existían algunas parideras con pajar incorporado en la primera planta, sitio en donde los dueños para dar de comer a sus animales en el mal tiempo, almacenaban en verano la cosecha de veza, la de pipirigallo, la paja de los cereales y la hierba de los cerrados (quien los tenía) dallada al final de la primavera; en el bajo, se guardaban las ovejas, las vacas, los cerdos y otros animales que mantenían para su ayuda y sustento las familias de pequeños y expertos agricultores-ganaderos; las demás parideras, pajares y gorrineras, se hallaban junto a las eras rodeando el pueblo.
Además de la propiedad de su casa, de su paridera y de sus tierras de labor de las que dependían su manutención y la de sus animales, cada familia poseía dos mulos o algún caballo castrado para labrar y para realizar otras muchas tareas; una o dos vacas y yeguas para criar que a veces también labraban, alguna burra, (los sementales para cubrir las yeguas y las burras estaban en la parada de Frias de Albarracín y pertenecían al ejército) una o varias cabras para abastecer de leche a los hogares, algunas o muchas ovejas, quince o veinte gallinas y uno o dos cerdos para la matanza y, económicamente, subsistían del cultivo del trigo, de la cebada, del centeno y de la avena; de la labranza de algunos campos de remolacha, de las cosechas de patatas, de la ganaderia que ya se había rehecho del abigeato de los contendientes de la guerra, de arrastrar con su yunta la madera que era, como ahora, la mayor riqueza del Ayuntamiento, de las caleras u hornos para fabricar cal con la que se edificaban y enjalbegaban las casas, del despacho de la lana de sus ovejas que se pagaba entonces a muy buen precio y de la venta de algún potro, cabrito, cordero, muleto, pollino, becerro, cerditos de cria y otros animales que comerciaban con los tratantes que pasaban por el pueblo o en la feria de septiembre de Orihuela del Tremedal, complementados todos esos ingresos con el dinero que durante los meses de invierno ganaban los varones en edad de trabajar principalmente pelando pinos en Cataluña o en los molinos de aceite de Andalucía, Bajo Aragón o Arganda del Rey que era el lugar donde antaño se desplazaban mi abuelo Juan y sus hijos Pedro y Paco.
Aquí, por el buen reparto de la propiedad de la tierra y por la pericia en trabajarla con los arados romanos, los bernetes, las vertederas, las tablas para deshacer los terrones y las azadas, en aquellos años de pobreza general de la nación, no faltaban, ni tampoco sobraban, los deliciosos productos del cerdo, las lentejas, las patatas, el pan, los huevos, la carne, la leche y las verduras cultivadas en verano en los pequeños huertos y, todos esos alimentos de cosecha propia y absoluta y totalmente ecológicos, servían de base al sustento y deleite de las gentes del lugar que, mediante su consumo, permitían que nadie pasara hambre en Griegos a diferencia de otros muchos lugares de España que si la padecieron, y mucha, en aquella interminable posguerra; y es que, dato importante, en nuestro pueblo no había criados medio esclavizados: aquí todos eran amos, pequeños amos eso si, pero amos al fin y al cabo, y eso imprime carácter de libertad personal, de emprendimiento y de lucha por la vida.
Los alimentos, sin abonos artificiales ni producto químico alguno, eran muy gustosos y de gran calidad, destacando entre todos ellos los excelentes productos del cerdo que en el día de la fiesta familiar de la matanza y después en la del frito para hacer la conserva guardada con aceite de oliva en las tinajas de barro, rodeadas del júbilo de los más pequeños y de los grandes, las discretas e inteligentes mujeres de Griegos elaboraban como nadie; también el pan, las sollapas para hacer gazpachos, las magdalenas, los mantecados, las tortas de San Pedro amasadas por las amas de casa en la artesa y en el horno municipal eran delicias para el paladar. ¡Qué bien sabían aquellos exquisitos y añorados manjares!
La propiedad de la tierra de labor a la que todos amaban y labraban con extremada pasión, estaba muy bien repartida entre todos los vecinos por el resultado de una inteligente operación económica fuera de lo común, que luego se explicará, motivo por el cual no existía ningún latifundio que alterase demasiado la igualdad social de las familias del pueblo. La administración de los hogares se ejercía con espíritu austero y empresarial y, por lo general, eran sus vecinos gentes nobles y valientes, sumamente trabajadores y poco amigos de las cosas supérfluas y de los caprichos, casi todos labradores de oficio y herederos de labradores y el resto pastores e hijos de pastores. También prestaban sus servicios dos herreros, un sastre, un carpintero, un albañil, una maestra, un maestro, un secretario del Ayuntamiento, un guarda forestal, tres camineros, un cartero, un cura, dos tenderos y un hornero. En su aspecto moral la gente que yo conocí eran personas de acendradas convicciones en las que la dignidad, el respeto, el honor, el sentido común, la honradez, el ahorro, la lealtad, el esfuerzo, la igualdad, el sacrificio, la humildad y la fidelidad a la palabra dada marcaban la personalidad de los individuos y es que, como dijo San Agustín, la naturaleza es la mejor maestra de la verdad y en Griegos hay tanta y tan hermosa naturaleza. . .
Algunos ganaderos más profesionales en los últimos días de octubre o primeros de noviembre emprendían, andando y ayudados por algúnos burros o yeguas para llevar el hato, la aventura anual de la transhumancia hasta Andalucía, la Mancha u otros lugares de climas más cálidos y mejores pastos de invierno para alimentar allí a sus ovejas. En aquellos lugares, reforzada su vestimenta con los zagones de piel curtida de cabra propios de los pastores, permanecían aislados durante siete meses en los montes y dehesas pastoreando por el día y durmiendo en chozos por la noche hasta su vuelta a Griegos a primeros de junio, caminando con sus ganados durante más de veinticinco días a través de la Cañada Real Conquense y otras, para aprovechar aquí los excelentes pastos de verano, esquilar las ovejas, vender la lana y los corderos que habían nacído y sacar así el beneficio a su explotación ganadera.
Estos pequeños hacendados podrían tener cada uno entre quinientas y hasta un millar o más de ovejas en sus rebaños que pastaban por todo el término municipal excepto por la Dehesa, cuyos abundantes pastos se guardaban solo para los mulos, yeguas, caballos, vacas y alguno de los pocos burros que había en el pueblo.
Siempre había sido un secreto para mí el motivo por el que las ovejas y las cabras tenían prohibido pastar en la Dehesa. Hoy en el programa de la television andaluza “Toros para todos” por fín he descubierto el misterio.
En un espléndido reportaje explicaban con bonitas imágenes camperas, que cuando un ganadero de reses bravas quiere que sus animales no coman hierba porque quiere alimentarlos solo con pienso con el fin de que cojan más fuerza para las corridas en las plazas, meten en el cerrado a un rebaño de ovejas a pastar en él, e inmediatamente, los astados dejan de comer; y es que a los toros, y por ende a las vacas, mulos, caballos y burros, les dan asco las cagarrutas y ya no comen si las hay en el pasto. Esa sería la razón, creo yo, por la que nunca han pastado en la Dehesa las ovejas o las cabras.
La Dehesa, predio de uso comunal y propiedad municipal, virgen e increiblemente hermosa, joya de la naturaleza, lugar apacible sin mácula alguna entonces, no así ahora dañada por profundas heridas medioambientales; finca de alto valor ecológico y de pastos, que por su singular biodiversidad, equilibrio, belleza y encanto llenaba el espíritu humano de interés, de placer y de profundo amor hacia ella gracias a su exhuberante alfombra de verdes y floridos prados, a sus espesos y gruesos pinares, a sus tranquilos arroyos o regueros llenos de libélulas brillantes, a su gran variedad de zarzas repletas de pájaros cantarines y de infinidad de efímeras y vistosas mariposas extremadamente delicadas y ligeras, se llenaba de alegría y de vida al anochecer cuando después de haber estado todo el día faenando en los campos de labor, que eran campos repletos de agricultores labrando los barbechos con sus yuntas, de pastores vigilando sus hatajos o rebaños y, de jotas bien cantadas lanzadas al aire por unos y otros en contagiosa alegría, el personal, al anochecer, soltaba allí trabados de las patas delanteras, a fin de limitar sus movimientos, a sus animales de labranza para que descansaran y se alimentaran de pasto libremente durante toda la noche acompañados del perro de la casa. A la mañana siguiente el inteligente chucho acudía a la Portera a la llamada del amo para guiarlo fácilmente hasta el lugar exacto donde se encontraban las caballerías, recogerlas y empezar así, con ilusion, una nueva jornada de laboreo en sus campos.
Antes de que la carretera y la pista forestal a Guadalaviar partieran en tres y afearan el hermoso y singular paisaje de nuestra Dehesa, todo el perímetro de las de Griegos, de Guadalaviar y del Villar del Cobo eran uno solo, de manera continuada, sin separación: en la práctica una sola, sin divisiones ni alambradas entre ellas como ahora. A la pared de piedra seca que hacía, y hace, de valla y las separa de los campos de labor se le llamaba, y se le llama, la Cerradura.
En mis recuerdos de niño aún perduran con nitidez las imágenes de todos los cabeza de familia de Griegos trabajando de balde con sus animales, afanados en arreglar los desperfectos que se habían ocasionado en la pared de la Cerradura en lo que se llamaba “ir de Concejada,” acción dirigida a reparar o construir, entre todos, los bienes comunes del municipio como muestra y vestigio, aún perdurable entonces, de las costumbres del remoto pasado en el que la hermandad auténtica de los habitantes de los pueblos, dirigida al bien común, era mejor valorada que las disgregadoras palabras actuales de tuyo y mio.
Después de la siega y en los umbrales del otoño, a la vacada y a la dula cuidadas por el vaquero y el dulero, se les trasladaba desde la Dehesa a pastar sucesivamente a las rastrojeras del Cuarto, Codes y Aguas Amargas para así aprovechar mejor todos los pastos.
También en otoño, y antes de que el festival de las primeras nieves cubrieran de blanco todo el hermoso paisaje, los cabezas de familia y sus hijos mayores iban al solitario monte con sus animales de carga a recoger y hacer acopio de gran cantidad de cándalos y otra buena leña de los pinos secos y enebros para calendar la casa y guisar durante el frio y largo invierno mediante las modernas estufas que, en algunas casas, tenían servicios de plancha para cocinar, horno para asar y depósito de agua caliente.
A partir del veinte de septiembre, si la sazón era buena, se sembraban los trigos y centenos del siguiente año y, en octubre, antes de que helara o nevara, como preludio de un anticipado invierno, se buscaban rebollones para vender, se cosechaban y se vendían las patatas (algunas veces, en invierno, se cambiaban al trueque por naranjas que traían en camiones los valencianos) y, algunos de los escasos cazadores que había en el pueblo, salían con sus escopetas y con sus perros por los campos y los montes a cazar conejos, liebres y alguna perdiz, turcazo o ardilla y así disfrutar de su afición; después, para alegria de todos, las madres se ocupaban de elaborar sabrosos guisados de carne con patatas para toda la familia.
En el verano, la enorme cantidad de codornices que llegaban a los sembrados y ribazos del término municipal y que aquí anidaban, hacían las delicias cinegéticas de dos o tres cazadores llegados de Valencia o de Teruel para ese fín.
La emigración a tierras más prósperas aún no había menguado tanto a la población y, como era reciente la apertura de la carretera, (1934) ese aislamiento secular hacía que Griegos conservara vírgen su cultura y la mayoría de las ricas costumbres heredadas de la sabiduría popular que sus hombres y mujeres dejaron aquí a lo largo de los siglos.
La casi totalidad de los varones adultos, de mediana estatura en general, eran fuertes y resistentes y de trato campechano, cordial, verdadero y llano y vestían siempre trajes de pana negra muy apropiados para el rudo trabajo y para el clima extremado de la Sierra; asimismo se cubrían la cabeza con boinas de paño del mismo color para protegerse del sol del verano o del frio del invierno y, habitualmente, calzaban abarcas para el desempeño de sus labores agrícolas que les tenían ocupados desde las primeros albores del día hasta la puesta del sol y, es que, en el desempeño de lo suyo, era dificil concebir unos hombres más inteligentes y con tantas ideas propias sobre la práctica diaria de sus oficios de labradores y de ganaderos.
En los días de lluvia o nieve usaban los rudimentarios zuecos que ellos mismos fabricaban con suelas de la madera de los llamados pinos “rascabueyes” que era la madera más dura de por aquí, rematados los zuecos con la punteras y taloneras de áspera cuerda de esparto, material en el que en su labor artesanal, eran muy mañosos los hombres de Griegos y con el que fabricaban a mano en sus muchos ratos libres invernales la pleita para confeccionar los serones, los capazos para el pienso, los terreros, las esteras, las cuerdas de todos los calibres y otros varios utensilios.
Las mujeres ancianas, por costumbre, vestían siempre de riguroso luto aunque no tuvieran familiares recién muertos a quien honrar con esa práctica y usaban vestidos más propios de siglos anteriores: sayas hasta los tobillos, delantales a juego, refajos y más refajos, chambras de lana basta, bayeta, maraña o cordellate, amén de las toquillas de lana sobre los hombros y el pañuelo sobre la cabeza era la forma de vestir de las abuelas; las de mediana edad y las más jóvenes, cuando el luto obligado por la tradición se lo permitía, lucían con donaire alegres vestidos modernos y todas, jóvenes o no tan jóvenes, decoraban los conceptos amorosos del alma con simpleza, sencillez, honestidad y recato, sin apenas malicia y, no alcanzaban un solo momento de ocio, pues además de desempeñar las labores propias del hogar tales como limpiar, lavar, guisar, cuidar de sus hijos, de sus padres o de sus suegros, ayudaban con paciencia a los hombres de la casa en algunas faenas del campo, sujetas las mujeres por su género y jerarquía, sin una queja, a la obediencia al padre, al esposo o al hermano: eran las mujeres sombras suaves y sufridas de los hombres, eran la argamasa que unia a la familia, eran los ángeles del hogar.
Como se ha dicho antes, cuidaban, y aún más, eran esclavas de su numerosa prole y convivían con resignación y dolor en la enfermedad y la muerte de sus mayores y en la de muchos de sus hijos pequeños. Remendaban las ropas viejas, tejían los calcetines y los jerséis de la familia con la lana de sus ovejas e igualmente, con tela, confeccionaban vestidos, enaguas, pantalones y otras prendas de vestir así cómo labores de filigrana con bolillos o ganchillo. En el tiempo de bonanza era habitual ver a las viejas y a las jóvenes, a quienes transmitían sus saberes, apaciblemente sentadas de espaldas al sol, por las tardes, en la puerta de alguna casa y en grupos, bordando en los bastidores los ajuares a la vez que participaban entre ellas del placer de la buena conversación y de las alcagüeterias, murmuraciones, picardías, risas, bromas, guasas o chirigotas propias del carácter aragonés alegre y socarrón.
La vida cotidiana era dura para los hombres, pero muy especialmente para sus mujeres, según ya hemos dicho, y para los niños, pues la mayoría calzaban simples alpargatas de lona con suela de goma, casi siempre mojadas por la lluvia o por la nieve y, no tenían siquiera ni botas ni abrigo con qué protegerse de las bajísimas temperaturas invernales en las que, en las noches claras, hasta a las estrellas se las veía tiritar.
A pesar de tanto padecimiento por el trabajo y por el ambiente gélido al que, por otra parte, se hallaban perfectamente aclimatados, los más pequeños vivían embelesados el paraíso feliz de su infancia impregnados de desbordante alegría, de libertad sin límites y de amor profundo hacia la hermosa naturaleza serrana que les rodeaba; amor intenso hacia su familia, amor hacia sus animales, hacia sus tierras y, amor hacia todo lo que les pertenecía, desarrollando de este modo, desde bien pequeños, un muy acusado sentido de los derechos fundamentales de propiedad y de libertad.
Con el encanto y la gracia de lo natural corrían intrépidos, espabilados, contentos y atrevidos como animalillos salvajes por los verdes prados y nevadas cumbres que, a cada paso, el bello paisaje les mostraba. Con las primeras caricias del sol buscaban nidos de pájaros en los gloriosos días de primavera, se esbaraban en la nieve y en el hielo junto a los ventisqueros durante el invierno, bebían el agua pura y cristalina de los manantiales y fuentes del término municipal, iban a la escuela y, en los ratos libres, se divertían jugando con algarabía junto a los demás niños y niñas a todos los juegos infantiles tradicionales por las calles y alrededores maquinando siempre alguna travesura y, sin apenas darse cuenta, sufrían las inclemencias del clima extremado y la vida rigurosa de aquel medio rural, especialmente cuando llovía o nevaba y por falta de paraguas o impermeable permanecían calados y ateridos de frio por los campos. Eran niños labradores, pastores, vaqueros, duleros, cabreros y, a veces, humedecían antes de tiempo con sudor y lágrimas la tierra que les alimentaba.
Un antiguo y quizá algo exagerado refrán muy popular entre las gentes de la serranía, dejó constancia de la calidad de la vida en estos lugares: “El mayor mal de los males, nacer en Griegos y morir en Bronchales”.
Había muchachos que por circunstancias familiares, o por su aversion al estudio, ejercían de manera continuada el oficio de pastores y otros pesados trabajos sin asistir a la escuela; los más, atendían de forma regular a sus deberes escolares y, al mismo tiempo colaboraban, en alguna ocasión refunfuñando y a regañadientes, desde los nueve o diez años a las interminables tareas familiares.
En el tiempo de la recogida de las cosechas, algunos muchachos desde bien pequeños, iban a ayudar a casas ajenas o de familiares en las faenas de la era o del acarreo sólo a cambio de la comida como sueldo, en lo que se llamaba “ir de agostero.”
La estación con más trabajo en el pueblo era el verano, y especialmente el mes de agosto, pues había que recolectar en ese caluroso mes el trigo y el centeno sembrados el otoño anterior y la cebada, avena y otros cultivos sembrados esa misma primavera y así, las personas y los animales podrían tener comida para todo el año.
Los niños, de vacaciones escolares, ayudaban a arrancar las lentejas, los yeros, algunos bisaltos y las escasas guijas, judias o garbanzos que se sembraban, actividad que a mí me producía mucho dolor de riñones; también, aunque en menor medida, los muchachos más mayores colaboraban en la siega de los cereales utilizando las hoces o corbellas, las zoquetas, los garrotes para atar los haces y otros enseres propios de esa dura labor.
Los más pequeños, cuando su estatura ya se lo permitía, acarreaban o transportaban los haces de mies a lomos de los animales de carga desde los campos recién segados hasta las eras, incluso desde los andurriales más remotos del término municipal tales como Aguas Amargas, las Balsas o la Pared. A la ida, desde el amanecer, montados en la primera de las varias caballerías que componían la reata para guiarla, muy incómodos por tener que ir espatarrados, ya que sobre la albarda se habían colocado en sentido horizontal las dos samugas de madera para facilitar y aumentar el volumen del transporte; a la vuelta, ya cargados los haces por sus padres en los animales, regresaban al pueblo andando por caminos estrechos y llevando del ramal al primero de los mulos. De esta manera, cruzaban el término municipal acompañados sólo por el ruido de la acompasada y uniforme pisada de la fila de las dos o tres cabalgaduras cargadas con ocho haces de mies cada una, bien sujetos a la albarda por fuertes y largas sogas llamadas sogas acarreaderas, atentos y vigilantes todo el camino a equilibrar con piedras grandes del camino, si la carga se vencía a uno u otro lado y así evitar su caída, circunstancia que de producirse, hubiera metido al niño en un dificil atolladero.
Descargaban los haces en la era, recogían con esmero las gruesas cuerdas, las colgaban cada vez en las samugas y, a lo largo de todo el día, repetían el transporte sin apenas descanso; al anochecer, muy cansados de tanto caminar durante toda la jornada, aún ayudaban a sus padres a recoger y hacinar en las eras los haces formando tresnales y hacinas para ganar espacio y evitar que se mojaran si llovía.
Como animados de una alegría extraordinaria y con ambiente especial, quizá por recoger el grano que con tanto esfuerzo se logró cosechar, en los días de trilla, (actividad que consistia en separar el grano de la paja y tarea ésta que mejor reflejaba la esencia de la vida rural) después de que a primera hora de la mañana se extendieran los haces del cereal en un gran círculo por toda la era, a los niños les divertía mucho ser protagonistas del ambiente mágico que se vivía en la inolvidable faena de “tener el par” o sea, subirse al trillo como si de ir montados en un coche de gran lujo en su fantasia juvenil se tratara y, de pie, o sentados en una silla, provistos de una tralla en la mano derecha para azuzar a los animales cuando hiciera falta, conducir ufanos con la mano izquierda del ramal a la mansa yunta que, a paso lento dando vueltas y más vueltas, arrastraba sobre la parva el pesado trillo, armatoste de madera gruesa y piedras afiladas de pedernal, que a lo largo de todo el día, con parsimonia, iria machacando la mencionada parva.
A la puesta del sol se recogía la mies triturada en un montón grande de forma cónica en el centro de la era utilizando las barrastras tiradas por un animal si la susodicha parva era muy grande, y si era normal, se usaban los barrastros empujados por las personas y, las mismas horcas y palas que se habían manejado durante todo el día en la torna o vuelta de la paja hechas de madera de almez, nogal o de abedul.
Como final del acto de la trilla, toda la familia sentada, con buena gana y armonía, merendaba a la sombra de los tresnales. Después, saciados todos por el magnífico y abundante refrigerio compuesto de tajadas de jamón frito con su corteza; algún chorizo, costilla o lomo de la conserva; pimientos fritos y ensalada con lechugas del propio huerto y tomate de Segorbe con olivas negras de Alcañiz, acompañados todo ello de rebanadas de buen pan y de largos tragos de vino de Cariñena en la bota o en el porrón, barrían muy contentos y animados con sus escobones el suelo de la era para que no se perdiera ni un solo grano de cereal.
Todo estaba listo para, cuando fuera oportuno, ablentar o separar el grano de la paja y después acribarlo en las cribas y arneros más adecuados, de las varias de diferentes tamaños que había en cada casa para dejar el trigo limpio de granzas.
Una vez acabada la laboriosa operación del ablentado, imposible si no soplaba el viento, la paja se transportaba en angarillas hasta el pajar y el grano limpio se llevaba en talegas de lona hasta los atrojes situados en la cambra de las viviendas y desde allí, durante todo el año y, cuando hacía falta, se transportaba en las mismas talegas a lomos de los animales a los molinos de piedra situados en algún pueblo vecino para obtener la harina con la que elaborar el imprescindible pan como metáfora y símbolo de todos los alimentos y de la dignidad de las gentes que lo cultivaban.
Por aquellos años comenzó timidamente la mecanización del campo con la compra por parte de los más pudientes o, de los más decididos, de alguna máquina de segar tirada por animales y también de ablentar movida a mano, marca Ajuria y fabricada en Vitoria, que hacían bastante más facil y rápidas las tareas agrícolas.
En el buen tiempo, los niños varones –las niñas apenas salian al campo- llevaban del ramal a sus animales para que pastaran en los ribazos y acequias de la añada sembrada donde, por estar vedados a los rebaños de ovejas hasta bien entrado el otoño, los pastos eran altos y abundantes. También, al salir de la escuela, escardaban los trigos, cebadas y avenas arrancando los cardos, jamargos y otras malas hierbas y, casi todos los días, con una cesta de mimbre de las llamadas cestas de arroba y un cuchillo de punta para cortarlas, buscaban por los barbechos arnazas, corrihuelas, ababoles, cardos y otras plantas qué mezcladas con salvado y patatas cocidas de escaso calibre,- o patatos como aquí se les dice- servían para el alimento y engorde de los cerdos; sacaban el estiércol de las cuadras y gorrineras y ayudaban a sembrar a últimos de mayo y a recoger a primeros de octubre las patatas.
Con el hacha cortaban la leña en trozos pequeños para la estufa; iban a por agua a la fuente a llenar los pozales, cántaros o botijas para el servicio de la casa y, a por sacos de paja al pajar para que, mezclada con algún puñado de cebada o de avena, comieran en la cuadra los mulos y otros animales; quitaban los tallos a las patatas cuando crecían y, en fin, aligeraban de muchas tareas a sus progenitores en la medida que permitían las fuerzas de cada uno contribuyendo desde niños a esa economía absolutamente sostenible, imperecedera, (en una rueda infinita, sin depender de nadie, guardaban siempre sus propias semillas para volver a sembrar la próxima cosecha) ecológica y circular que practicaban los habitantes del mundo rural y que ahora, con el cambio climatico y la contaminación, los gobiernos de todo el mundo, en un sueño ya imposible, anhelan volver a conseguir.
A pesar de tanto trabajo, de tantas inclemencias y de tantas contrariedades, el enorme cariño al pueblo y la inmensa alegría de vivir, eran los rasgos característicos de grandes y chicos, habitantes gozosos de este hermoso y apartado rincón de la Sierra de Albarracín en el que todos eran conpletamente dichosos a su manera: amaban con pasión a todo lo que poseian y se conformaban con lo que tenían.
No obstante estar construida ya la carretera y, hasta principios de la decada de 1950, cuando por absoluta necesidad alguien tenía que viajar a otras ciudades o pueblos de España, no encontraba otra solución que, andando y acompañados de algún familiar, en caballería propia para ir montados en ellas y llevar el equipaje, trasladarse hasta Noguera, pueblo que se halla a más de 20 Km. y que era, a la sazón, el lugar más cercano hasta donde llegaba el autobús de linea a Teruel, razón por la que si se quería tomar el autocar a las siete, los viajeros de Griegos tenían que levantarse antes de las tres de la madrugada y, lloviera o nevara, andar el peligroso camino a oscuras guiándose únicamente por el instinto de las caballerías ya que los animales veteranos barruntan los peligros y saben muy bien el camino por donde tienen que ir.
Según el testimonio oral de José Bolós Ibañez, recogido en una cassette por su sobrino Luis Vila Bolós, antes de la Guerra, tenían que ir los viajeros de Griegos a coger el autobús, no a Noguera, sino mucho más lejos, ¡a Entrambasaguas!, cruce de carreteras situado ya cerca de Albarracín; ese coche de linea hacía la ruta de Frias, Royuela, Terriente, Colomarde, Albarracín, Gea, y Teruel.
Cuenta José de un viaje que a los doce años hizo hasta Entrambasaguas - o Tramasaguas como aquí se le dice- a lomos de sus dos mulos llamados Chato y Catalán y una burra, de cuyo nombre no pudo acordarse, a llevar hasta el autobús a su abuelo José, a su abuela Ángela y a su hermana Ciriaca que viajaron a Valencia entre otras cosas para que el abuelo viera una corrida de toros de las que era muy aficionado y, sobre todo, para que la niña subiera al autobús, también al tren desde Teruel hasta la capital levantina y conociera el mar; y es que, pasarán los tiempos, pero el amor de los abuelos a sus nietos es siempre admirable y enternecedor.
Por su amorosa trayectoria para con sus nietos parece ser que el abuelo José, varias veces nombrado en éste libro, debía estar hecho de una pasta especial o tenía pasta suficiente para emprender viajes turísticos con el ánimo de que sus nietos aprendieran y gozaran. El caso es que su nieto, en la misma cassette, relata otro viaje que anteriormente habían hecho a lomos de Chato, Catalán y la burra, personajes que ya conocemos, andando desde la madrugada, todo un día hasta llegar a Cuenca solo con la intención de que sus nietos descubrieran y subieran al tren. Llegados a esa ciudad el abuelo compró billetes hasta Chillarón y todos contentos llegaron hasta ese pueblo lugar desde donde, al día siguiente, regresaron felices pues ya habían cumplido su ilusion y deseo de ver y montarse en el tren.
Al pueblo solían llegar toda clase de comerciantes ambulantes y, de vez en cuando, la pareja de la Guardia Civil a lomos de sus caballos en visitas rutinarias y en alguna ocasión también patrullas del mismo Cuerpo, igualmente a caballo, para perseguir a los pocos maquis que aún quedaban escondidos por las montañas.
Tal como iremos viendo al detallar a las personas, la mortalidad infantil era uno de los mayores problemas de entonces y hubo familias en el pueblo a las que se les murieron hasta cuatro o cinco de sus hijos pequeños. Una parte importante de los niños que morían lo hacían antes de cumplir el primer año de vida, afectados por enfermedades infantiles habituales y, sobre todo, por las infecciosas y contagiosas originarias de las recurrentes crisis epidémicas, resultado de unas malas condiciones de vida ligadas en buena medida al retraso en materia de sanidad e higiene de los hogares. Y es que no podían ser muy buenas las condiciones higiénicas de muchas casas, si tal como ya hemos visto, bajo el mismo techo convivían personas, mulos, vacas, cerdos y otros animales. Pero nadie crea que éste era un problema sólo de Griegos o de España; así, o bastante peor, se vivía en el medio rural de todo el mundo
Igual que ahora, el médico tenía su residencia en Villar del Cobo y atendía en Griegos cuando algún familiar del enfermo requería su presencia. Don Manuel se llamaba el médico de aquel momento y, a mí mismo me envió al Hospital de Teruel para que me curaran de una infección crónica de amígdalas que terminó con la dolorosa extirpación de las mismas. La farmacia más cercana estaba en Albarracín, o sea, a 36 Km.de distancia.
Sin más preámbulos voy a enumerar, una a una, todas las casas habitadas que había en 1948 en Griegos y a las personas que vivían en cada una de ellas, así como a los lugares a donde cada uno emigró en los años de la dispersión masiva.
Casa número 1.- De una sola planta situada a mano izquierda al entrar al pueblo desde el empalme de la carretera. En esta solitaria casa, adosada a una paridera y a un pajar, vivían el matrimonio formado por Gregorio Chavarrías Martínez y Matilde Pascual Mateo; de esta unión nacieron María de la Asunción, Ángela Ramona y Francisco que murieron siendo niños, Félix que murió en acto de guerra a los 32 años, Gabriela que marchó muy pronto a residir a Valencia y Valero y Eulalia que vivieron siempre en el pueblo. De nueva construcción o remodelada, ahora vive en la casa Ángel, un hijo de Valero.
Casa número 2.- En esta casa que se construyó un año antes de empezar la Guerra, residía mi abuela Ramona Pérez Pascual, viuda de Gregorio Herranz Bérges, junto con su hijo Felipe y su hija Fidela y familia ; de mi abuela habían nacido Leoncio Felipe, Marcelino, Jorge, Salvadora, Felipe y Fidela. Leoncio Felipe murió siendo un niño, Salvadora murió a los 18 años y Felipe, que volvió de la Guerra enfermo del corazón, murió soltero a los pocos años. Jorge vivió toda su vida en el pueblo, Marcelino emigró primero a Orcajo y después a Puerto de Sagunto y Fidela se casó con Francisco Arauz Belinchón que fue muchos años cartero del pueblo y también Alcalde; el matrimonio, al final, se marchó a vivir a Teruel donde ya residían sus hijos Salvadora, Samuel y Pilar. Samuel es un aplaudido cantador de jotas muy conocido en Teruel y su provincia y, profesionalmente, reputado industrial de sistemas de conducción de agua y calefacción.
Casa número 3.- Vivían en ella el matrimonio formado por Pedro José Sorando Morón y Luisa Pérez Pascual. De este matrimonio nacieron Domina, Salvador, Alicia, Amalia, Bernabe, Mercedes y Sofía; Domina, Salvador y Amalia siempre vivieron en Griegos y Bernabe desapareció siendo soldado en la Guerra civil y nunca más se supo de él. Alicia nurió siendo niña y Mercedes marchó a vivir a Teruel junto a su esposo Francisco Sorando Martínez, que era guardia civil y excelente contador de chistes; Sofía, ya casada, también vivió en esta casa hasta su marcha a Hospitalet de Llobregat junto a su marido Nicolás Lahoz Martínez y sus tres hijos Daniel, Bernabé y José Luis.
Casa número 4.- En esta extraordinaria casa, la mejor del pueblo para mi gusto, residían Vicente Martínez Dobón (de Bronchales) junto a su esposa Paulina Bolos Gil y la madre de ésta Ángela Gil viuda de José Bolós y bisabuela de los actuales propietarios. En acto de guerra había muerto Aureliano, hijo del matrimonio, a los 28 años.
Vicente y Paulina se casaron en 1912 e instalaron en la casa una tienda de ropas y tejidos y, anexo, un local al que se le llamaba “El Casino” por los servicios de esparcimiento que prestaba. Cuando se instauró en España la Segunda República el 14 de abril de 1931, cosa inédita hasta entonces ya que siempre habían vivido muy hermanados, la gente del pueblo, envenenadas sus mentes por las ideas perturbadoras y revolucionarias del momento, se dividió de facto en dos partidos convulsos e irreconciliables de derechas e izquierdas. Él único salón de baile que siempre había habido en Griegos se partió en dos locales separados, así como también sus dos tabernas. A este casino de Vicente y Paulina acudían solo los de un bando, según contaba mi madre, y al otro local acudían los del partido contrario. Cuando salían a rondar por el pueblo conforme era tradición, en vez de una sola ronda como siempre se había hecho, lo hacían en dos separadas y la vida social se tornó más dificil y tensa que nunca debido a las enemistades, provocaciones, odios y peleas entre las dos partes enfrentadas.
Esta casa, que la debió heredar de sus padres María Teresa Gómez Lahoz la esposa de D. Francisco Santa Cruz Pacheco en la primera mitad del siglo XIX, (está documentado el pago de impuestos del Palomar por parte de la familia Santa Cruz en 1850) fue vendida a José Bolos junto con otras dos, según se verá más adelante. La finca me causaba admiración por su amplitud y por su distribución propias de una familia rica; tenía perfectamente separados e independientes entre sí los espacios donde vivían las personas, también las cuadras de los animales, el almacén de pajas y piensos y el espacioso hacinador o leñera cubierta. Además tenía en su interior un pozo de agua potable, en su exterior una amplia galeria o solanar orientado al sol de la tarde, un aseo anexo a la propia galería, un palomar con palomas, la era, el cerrado, el huerto familiar, la pila de lavar al aire libre en el cerrado con agua que procedía de un manantial, etc. Y por si faltara algo en el hermoso lugar de muchos cientos de metros cuadrados de superficie de cesped, hasta un viejo y frondoso olmo lucía majestuoso en el prado junto a la leñera.
En compañía de sus padres y abuela, también vivían en esta casa su hija Asunción con su esposo Lorenzo Arauz Belinchón. De este matrimonio nacieron Jesús (que murió siendo un adolescente), Lorenzo, María Teresa y más tarde Asunción y Trini.
En la actualidad, donde estaba ubicado el huerto, María Teresa se construyó una hermosa vivienda y el edificio propiamente dicho se ha dividido en tres casas dos de ellas de nueva construcción. María Teresa vive en Teruel con su familia. Lorenzo emigró a Valencia y también al mismo lugar lo hizo Asunción, pero por su gran amor al pueblo volvió otra vez a vivir en él; ahora, y desde hace muchos años, explota un negocio de horno de pan, bollería y otros productos de alimentación y limpieza propios de un comercio de pueblo. Trini también marchó a vivir a Teruel y ha tenido el buen gusto de conservar en la fachada de su casa el viejo San Antonio de cerámica que adorna con distinción.
Relacionada con Lorenzo Arauz Belinchón tengo yo una vivencia muy agridulce que paso a describir.
Como tantos vecinos de Griegos, Lorenzo, además de agricultor era un modesto ganadero que poseía alrededor de setenta ovejas, y yo entonces tendría diez años.
Porque economicamente les interesaria a las dos partes, Lorenzo y mis tíos Emilio y Otilia, que vivían en un pueblo de la provincia de Zaragoza de donde él era natural, llegaron a un acuerdo por el cual el de Griegos les cedía a rento sus ovejas desde el mes de octubre de ese año hasta junio del año siguiente.
Para cerrar el trato faltaba alguien que todos los días sacara a las ovejas a pastar por los campos y los montes del lugar y, para esa labor me eligieron a mí, pobre niño tímido y algo debil; las cosas eran así entonces. Yo era su sobrino... y la familia era la familia.
¿Qué ganancias pensarían obtener cada una de las dos partes en este asunto? La regla de oro de los negocios dice que para que uno sea bueno tienen que ganar todas las partes que en él intervienen.
En el que nos ocupa, el arrendador evitaba el pienso y el trabajo de cuidar del ganado en todo el tiempo contratado y, el arrendatario por su parte, se quedaría con los corderos nacidos durante el periodo y, mi pobre madre ¿se quitaba una boca para alimentar? No creo que esa fuera su intención, pero repito, las cosas eran así entonces y yo, el gran perdedor, no tenía voz ni voto y además era un niño bueno y obediente.
En fín, que sin comprender nada me ví avanzando por tortuosos caminos embargado por un sentimiento de soledad sin límites y mucha tristeza por separarme de mi familia y, con mucho frío, silencio y miedo, anduve con ansiedad detrás de aquel hatajo de ovejas en compañía de mi tío a quien apenas conocía.
La primera jornada fue de Griegos a Motos.
El tiempo cambió de manera rápida y traicionera en la tarde del tercer día de camino; de repente, empezó a nevar intensamente y, cubiertos los caminos por el blanco manto de la nieve, perdidas las referencia para avanzar, calados hasta los huesos, tiritando de frio y yo también de miedo, nos perdimos entre la nieve y la niebla.
Como suele ser verdad el refrán que dice que Dios aprieta pero no ahoga, casi de noche, vimos de pronto aparecer entre la bruma una paridera, indicio cierto de actividad humana y, en ella nos refugiamos todos evitando así la tragedia. No se cómo, hicimos una lumbre y creo que eso nos salvo, pues no teníamos ni cena.
Mi Angel de la Guarda que tantas veces me ha ayudado en esta vida aquel día también intervino, pues no tiene otra explicación que Sandalio Fernandez, que así se llamaba aquel buen hombre, se acercara con su carro y su mulo aquella inhóspita mañana a su paridera del monte sin motivo aparente. La buena persona no me vería buen aspecto cuando decidió llevarme a su casa en el pueblo de Blancas para que su bondadosa mujer me diera de comer, me cambiara de ropa y me reanimara. Nos dieron cama y comida a cambio de nada demostrando la nobleza y generosidad tradicional propias del pueblo aragonés y, al día siguiente, andando sobre la nieve, reanudamos nuestra viaje de el cual no tengo más recuerdos que el de pasar por la orilla de la laguna de Gallocanta y por los pueblos de Orihuela del Tremedal, Motos, Tordesilos, Setiles, Blancas, El Pedregal, Odón, Bello, Las Cuerlas, Santed y Orcajo.
Andamos a campo través y también por sendas y caminos desconocidos que me llevaban al mundo nuevo que me estaba esperando y, después de cinco días, llegamos a el Orcajo, que así se llama el pueblo donde pastarían las ovejas a lo largo del tiempo contratado. Al principio los muchachos de aquel lugar se burlaban de mí llamándome en grupo y a gritos ¡castellano! ¡castellano! por que mi acento de voz era de castellano puro y, por lo tanto, muy diferente al de ellos que era un baturro muy marcado.
También me desagradaba mucho que las mujeres del lugar blasfemaran igual que si fueran carreteros en oposición a las buenas maneras y a la educación de las de Griegos a las que yo estaba acostumbrado.
Pero a pesar de tantas calamidades no guardo en mi mente un mal recuerdo de aquellos tiempos. Mis evocaciones me llevan a los campos y montes de aquel término municipal cuidando de las ovejas, yo solo, desde la salida del sol hasta la puesta, sin descansar ni un solo día, sin reposo, tapado con una pequeña manta morellana de campo y con escasa y seca comida en el morral. Conocía a todas, una a una y tan solo con oir su balido, sin verla, sabía la oveja que era y mi alegría se desbordaba cuando nacía un cordero.
Arcadio, otro pastorcillo del lugar, del que me hice muy amigo, me enseñó a poner lazos en las zarzamoras para cazar perdices y, con enorme alegría, algunas cogí.
De la vuelta a Griegos al final de la primavera recuerdo dos cosas: que los muchachos ahora se volvían a reir otra vez de mí por el marcado acento maño que debí coger en aquel pueblo del profundo Aragón y la otra fue que mi adusto tío Paco, hermano de mi madre, al verme me preguntó por la salud de su otra hermana y yo le contesté con el vocabulario castizo e inculto aprendido en aquellos meses: ¡la tía está jodida! Me fulminó con su mirada y a punto estuve de recibir un buen tortazo, reprochándome muy duramente las palabras inapropiadas empleadas por un mocoso como yo.
Y las ovejas volvieron a Griegos gordas y lustrosas; por lo menos yo, aguzando el ingenio, me esforcé mucho y cumplí bien con la necesidad imperiosa de un buen pastor que es el de sacar a su ganado a comer por los lugares con mejores pastos.
De cualquier manera les iría mejor que a mí pues a ellas ni se les burló nadie, ni cogieron acento maño, ni pasaron tanto frio como yo, ni perdieron todo un curso escolar, que ese fue otro de mis beneficios de aquel ruinoso negocio para mí. Aunque pensándolo bien, quizá aquellos infortunios vividos en mi niñez forjaron mi caracter de buen administrador, analítico y luchador y pasado el tiempo, con estudio y trabajo, pude llegar a ejercer a plena satisfacción del Banco de Bilbao (al que accedí tras una dura oposición) mi carrera profesional, primero como empleado durante nueve años, después como Director de oficinas de Banca Comercial del mismo Banco en el transcurso de diez años más y, por ultimo, como Director de Banca de Empresas en el Banco Bilbao Vizcaya por igual periodo de tiempo en las zonas de Valencia y Sagunto-Segorbe.
Casa número 5.- Es la casa que se ubica en la actual calle de la Abuela Nica, número 4 que, hasta su partición de la número 2, formaban desde tiempos muy antiguos una misma vivienda. En ella habitaba entonces Cesáreo Herranz Pascual, viudo de Agustina Lapuente, con su hijo Juan Vicente, casado con Casimira Arauz Ibáñez; los demás hijos de Cesáreo y Agustina fueron Fidela, Florencia, José, Virginia, Saturia, Lorenzo, el dicho Juan Vicente y Tremedal; Fidela y Saturia debieron de morir siendo niñas; José y Virginia se fueron pronto a vivir a Madrid; Lorenzo murió soltero a los 28 años en un parapeto a orillas de la Fragua el dia 4 de agosto de 1938 defendiendo con heroismo al pueblo del ataque de las tropas rojas invasoras; Tremedal marchó a vivir a Valencia con su familia y Florencia vivió siempre en el pueblo. Esta casa es el tronco común de donde salieron todos los apellidos Herranz que hay y ha habido en Griegos.
Interesantísima carta escrita por Lorenzo Herranz Lapuente dos meses antes de morir luchanco en una trinchera excavada en la calle de la fragua y que ha aparecido 83 años después en esta casa número 4. En ella le escribe a su hermano Juan Vicente y para mayor comodidad lectora la transcribo literalmente.
Viva España” Viva Franco”
Griegos a 30-6-1938
Querido hermano: Hemos recibido tu carta y en ella vemos disfrutas de perfecta salud nosotros por aqui todos bien a Dios gracias.
Juan pues dirás que no te escribo pues ya puedes comprender como estaré pues tengo muchas faenas pues las patatas me las tengo que cavar yo solo y menos mal que las hermanas me ayudan algún rato pues tenemos muchisimas sembradas. Pues labrar vamos a labrar poco porque me metí guerrillero y vamos de cuatro a cuatro dias de guardia a peñasaltas y dos a dormir a la chaparrilla con los soldados pues por aqui nos dan la lata los petardistas pues esta tarde estaba con un soldado en la dehesa y vimos unas descargas por el portillo de Guadalaviar y era un rojo que habian salido de tragacete hacer una descubierta y se habia perdido y fue a dar al portillo y alli lo tirotearon y el llevaba un fusil ametrallador y si no se le encasquilla nos mata algún soldado pues eso es lo que pasa.
Pues Juan las fiestas se pasan muy aburridas pues no hay armonia parece que está todo muerto. Pues el dia de San Pedro lo pasamos bien nos convidaron los sargentos a una merienda algunas mozas y a nosotros a tres o cuatro chavales que somos los que ahora lo pasamos bien. Ya sabemos que trabajas bastante por la noche pues todo por “Dios y Patria” que ya llegará lo bueno.
Pues sin más que decirte se despide tu hermano con Viva España.
Lorenzo Herranz
Juan no te escribo más porque me voy a la cama que anoche estube de ronda y mañana tengo que ir de guardia.
Y hasta aquí la carta que, bien analizada, nos dice mucho de la sociedad de aquel momento y de la formación escolar que tenian los jóvenes de Griegos en ese tiempo.
Las virtudes y valores morales que, en un horizonte de cierta perfección, tenían marcadas en sus almas nuestros antepasados, no se perdieron con la diáspora y fueron transmitiéndose y calando en los nuevos hogares de las sucesivas generaciones desperdigadas por España sin perder la esencia de sus profundas raíces grieguenses y, así, ahora durante el verano, vuelven al pueblo una pléyade de jovenes profesionales con carreras de científicos, médicos, abogados, economistas, arquitectos, químicos, ingenieros, periodistas, historiadores, etc. que practican y honran los valores heredados de sus mayores de los que descienden y, todos ellos vuelven a Griegos porque el volver es siempre un estímulo para no olvidar; vuelven para volver a empezar, y vuelven, porque creen firmemente que es posible la felicidad en el pueblo de sus antepasados que tanto les gusta y al que tanto aman.
Con gran orgullo y ejemplo de lo que afirmamos traemos aquí, entre otras varias, la extraordinaria biografía de Mireia Uribe Herranz cuyo bisabuelo Luis Herranz Pascual nació en esta casa.
Mireia es doctora cum laude en Inmunología y doctora en Biotecnología por la Universidad de Barcelona y es nieta del matrimonio formado por Elías Herranz Pérez y Antonia Lapuente Herranz ambos nacidos en Griegos y con casa en el pueblo.
Nació en Barcelona pero parte de su infancia la pasó en Griegos en compañía de sus abuelos; de los recuerdos de niña perduran las nevadas de Semana Santa, las subidas a la Muela con su abuelo, su hermano y sus primas y, tener siempre las manos heladas y llenas de sabañones por el frio; en verano el amarillo de los trigos, el verde de la Dehesa y de los pinos así como la libertad de pasar todo el día fuera de casa son sus evocaciones más agradables.
A Mireia, poseedora de una extraordinaria inteligencia, siempre le había gustado estudiar y aprender y, de pequeña, tenía la ilusión de estudiar Historia, Antropología o Arqueología influenciada quizá por su afición a buscar fósiles en las Celadas.
Pero hubieron dos momentos críticos que cambiaron sus planes: el primero fue que le diagnosticaron una enfermedad crónica inmunológica a los dieciseís años y, el segundo, la muerte de su mejor amiga a los dieciocho a causa de una leucemia.
Estos dos sucesos tan dolorosos y coincidentes en el tiempo, alteraron radicalmente su vida y sus planes de estudio. Se planteó estudiar medicina o enfermería pero decidió que prefería investigar e intentar ayudar a encontrar nuevos tratamientos para las enfermedades. Con esta mentalidad estudio Biotecnología en la Universidad Autónoma de Barcelona.
Después de graduarse cum laude, o sea con la maxima calificación posible en el doctorado, no desaprovechó su talento y optó por hacer otro en Inmunología y aprender sobre el sistema inmunitario humano, la biología molecular y la celular.
Este segundo doctorado se basó en estudiar el sistema inmunitario en el rechazo de un órgano trasplantado. En ese punto decidió seguir con su carrera científica. Se había dado cuenta a lo largo de los cinco años que duró su doctorado que básicamente sabemos muy poco y que el proceso de aprendizaje es muy largo. Aplicar el conocimiento para curar enfermedades es un desarrollo que suele durar décadas y no siempre se consigue.
La ciencia en España carece de financiación adecuada y por ello la joven Mireia, guiada por sus ideales, se mudó con su marido a los Estados Unidos de América y trabajó durante dos años investigando sobre enfermedades autoinmunitarias. Se dió cuenta de que prefería estudiar y tratar el cancer, quizá influenciada por el hecho de que esta enfermedad se había llevado antes de tiempo a su amiga.
Encontró trabajo en la prestigiosa Universidad de Pensilvania y allí estudió e investigó a lo largo de seis años el funcionamiento de nuestro sistema inmunitario en el contexto de cancer y cómo usarlo y modificarlo para luchar contra él; este tipo de terápia se denomina inmunoterápia.
Su trabajo le llevó a estudiar además microbiología y las bacterias que residen en el intestino (microbiota) como adyuvantes de los tratamientos de inmunoterápias y radioterapia en cancer.
Estos estudios se materializaron en un conjunto de artículos científicos. En ellos se describen cómo la microbiota tiene un papel fundamental en la eficacia antitumoral de la inmunoterápia.
Otro proyecto desarrollado en su estancia en los Estados Unidos demostró que el tratamiento con ciertos antibióticos altera la microbiota y aumenta la eficacia de la radioterapia.
Basándose en los hallazgos de sus investigaciones, en el año 2019 empezó otro ensayo clinico en el pais americano en pacientes de cancer de pulmón tratados con radioterápia.
A finales de 2019 decidió volver a Barcelona con su familia y empezar una nueva etapa en su vida.
Ahora trabaja en el Hospital Clínico de Barcelona y su objetivo es mejorar la eficacia de las inmunoterápias para neoplasias hematológicas tales como la leucemia y firma sus artículos como M.Uribe Herranz porque no quiere dejar fuera su herencia grieguense cosa que le agradecemos.
Casa número 6.- En el bajo de esta casa había instalada una moderna carpintería mecánica negocio de la familia. Vivía en ese inmueble Manuela González González, viuda de José Sáez Gil y convivían con ella sus hijos Ángel, Alejandro, María Rosa y Josefina; a Valencia habían emigrado sus hijas mayores Emilia y Encarnación y al mismo lugar lo harían después María Rosa y Josefina. Ángel, espíritu inquieto y excelente artesano de la carpintería cuya obra podemos admirar en el arco superior de la puerta de la ermita de San Roque y en su altar, emigró primero a Francia, después al Puerto de Sagunto y finalmente volvió a vivir otra vez a Griegos. Cuando vivió en Puerto de Sagunto ya con más de cincuenta años, Angel obtuvo el título de piloto de avionetas -alguna vez volé con el y con su instructor- y hasta se compró una que luego vendió al sufrir un accidente que pudo haberle resultado mortal. Alejandro, un joven guapo, rubio, alto y de excelente caracter y mejor persona, viajó como emigrante a Venezuela junto a Antonio Lahoz Herranz y allí murió a los 28 años víctima de un accidente en el día de Año Nuevo de 1960. En la actualidad la casa es un inmueble nuevo de dos viviendas que una corresponde a Encarnación y la otra a los herederos de Josefina.
Casa número 7.- El viudo Fidel Ibáñez Lapuente habitaba esta casa junto a sus hijos Ramón, Teodoro y Prudencia; los dos hijos emigraron pronto y Teodoro murió muy joven. Habían nacido otras dos hermanas Josefa y Victoriana; una debió de morir de niña y la otra salió de Griegos siendo muy pequeña adoptada por algún familiar y no recuerdo más datos sobre ella. La casa está prácticamente igual y siempre ha vivido allí la difunta Prudencia con su marido Eloy Lahoz Abad ganaderos de importancia.
Casa número 8.- Vivían en esta espaciosa casa el matrimonio compuesto por Jenaro Martínez Soriano (de Villar del Cobo) y Manuela Martínez Jiménez junto a sus hijos Eliseo, Otilia, Agustín, Miguel y más tarde Jenaro; esta familia es de las pocas que ninguno de sus miembros ha emigrado. La casa, en apariencia, permanece exactamente igual que entonces.
Casa número 9.- En esta casa habitaban el matrimonio formado por Auspicio Sorando Arauz y Celestina Pérez Sorando junto a sus hijos solteros Clara, Luciano y Casimiro. Su otra hija Francisca se había casado unos años antes y Gregorio y Benito Ignacio debieron de morir de niños. La casa principal permanece igual que entonces. De otras estancias del inmueble se construyeron dos casas; en la planta baja de una de ellas explota un negocio de bar María Rosa, hija de Casimiro, junto a su marido Jenaro.
Casa número 10.- En construcción. Una vez terminada, al poco tiempo, vivieron en ella el matrimonio formado por Valero Chavarrias Pascual y Clara Sorando Pérez. De este matrimonio nacieron más tarde Clara, Damián, Ángel, Valero, Mari Carmen y José Luis. Clara emigró a un pueblo de la provincia de Castellón, Ángel lo hizo a Valencia, Valero a Zaragoza y Mari Carmen marchó a Teruel; Damián y José Luis, albañiles de profesión, viven en el pueblo; José Luis fue varios años Alcalde.
Las rejas que luce esta casa, del mismo estilo que las de la casa número 13, demuestran sin ninguna duda o equivocación que anteriormente, junto con algún otro solar colindante, allí se ubicaba el local del esquilo y el almacén de lana propiedad de Francisco Santa Cruz según nos decían nuestros antepasados.
Casa número 11.- Esta casa la construyó Salvador Sorando Pérez poco después de la guerra para casarse con Dionisia Pérez Andreu (de las Casas de Frías). Salvador, fue Alcalde durante varios años y cuando yo le conocí tenía a su hijo Pedro José; después nacieron Salvador y Dionisio.
Pedro José emigró al País Vasco y lo mismo que la mayoría de los que partimos del pueblo vuelve todos los años a pasar el verano en su casa. Salvador murió de accidente mientras hacía el servicio militar en Zaragoza y Dionisio vive solo en la casa que no ha cambiado en nada en su aspecto de entonces.
Casa número 12.- Conocida como “Casa de la tía Marina” era propiedad de Marina Soriano Bolos y de su esposo Baldomero Ibáñez García. La familia más prolifica del pueblo de la que nacieron Ángel, Ramona, Cesáreo, Félix, Flora, Antonia, Consuelo, Salvadora, Victoria y Serafina; todos, excepto Félix, Ramona y Flora emigraron a Valencia muy jóvenes. Ramona y Flora, junto a sus esposos, emigraron a un pueblo nuevo de Colonización de la provincia de Huesca donde siguen viviendo sus descendientes; el único hermano que se quedó a vivir en Griegos ha sido Félix y, Cesáreo debió de morir siendo un niño.
La casa era muy grande y la tía Marina la utilizaba como posada para alojar a los tratantes y otros ambulantes que pasaban por el pueblo a vender sus mercancías o ejercer sus oficios. También tenía taberna y un salón amplio donde la juventud bailaba todos los domingos y fiestas del año por la tarde al compás de la música que interpretaba la rondalla del pueblo; en la actualidad la casa se ha dividido en cuatro viviendas independientes.
Niño Alberto Soriano. De rodillas Flora Ibañez Soriano; de pie, Felicitas Valero Gómez, ,Jesusa Valero Gómez, Dorita Ibañez Soriano, Maria Rosa Sáez Gonzalez; sentadas una de Checa en el centro y Victoria Ibañez Soriano.
Casa número 13.- En esta casa, o quizá en la casa número cuatro, de la que también era propietaria por herencia de su padre Juan Gomez, vivió Maria Teresa Gómez Lahoz durante bastantes años de la primera mitad del siglo XIX acompañada, primero de sus padres, y luego de su esposo Francisco Santa Cruz Pacheco nacido en Orihuela (Alicante) en 1797 que fue hijo de el notario de aquella ciudad José Santa Cruz y Marco.
De Francisco Santa Cruz hay una extensa y variada literatura que nos da a conocer su rica biografía, pero nosotros optamos por la que hizo el preclaro hijo de Griegos Gregorio A. Gómez Domingo a la que hemos añadido algunas aportaciones propias inéditas.
Contaba el joven Francisco con 18 años cuando empezó a tomar parte en las luchas políticas que tuvieron lugar tras aceptar Fernando VII la Constitución de 1812. Tras el Levantamiento de Riego se alistó a la Milicia Nacional donde actuó hasta 1823 año que fue disuelta por la Restauración. Ante la persecución a sus activistas, huyó de su tierra y vino a esconderse en la Sierra de Albarracín y buscó refugio en Griegos sin más fortuna que una mano delante y otra detrás, como se dice.
Vivía a la sazón en Griegos un hacendado agricultor llamado Juan Gómez, que poseía la casa familiar y otras dos más y muchas posesiones de tierras y ganados en Griegos y también en Terriente.
Tenía el tal Juan Gómez, como hemos dicho, una hija llamada Maria Teresa y, Santa Cruz, que era un joven apuesto y arrogante se enamoró de ella, pues además de rica heredera de fincas se decía que Juan poseía también un cuantioso tesoro que había encontrado en una de sus propiedades de labranza en Griegos. El padre, al que no le pareció bien ese noviazgo, la mandó a Terriente donde tenía una hermana, pero ello no fue motivo para librarla de los acosos del enamorado galán que pasaba su tiempo más en Terriente que en Griegos, hasta que vencido el padre, consintió en el matrimonio antes que verse privado de la presencia de su hija.
A consecuencias de esa boda Francisco Santa Cruz Pacheco, se estableció definitivamente en Griegos encargándose de administrar los bienes familiares, hasta que a la muerte de su suegro Juan Gómez, que se dice tenía otro hijo, le hizo entrar en posesión de la parte que le correspondía a la esposa. Ya independiente, organizó su propia hacienda aquí y asimismo adquirió la finca de Vantalblao, la Masada de Fuente García, la Masada del Vallecillo, la Masada de Tobías, la Masada de la Cañada, un molino harinero en Barranco Hondo y otras propiedades; en Griegos adquirió quizá por las desamortizaciones de Mendizabal o de Madoz, entre otras, las excelentes fincas del Cuarto de 600 fanegas de superficie y de las Suertes y también aumentó sus ganados hasta tal punto que según consta en el Cuaderno de Amillaramiento de 1850 solo de ovejas de la selecta raza merina tenía ocho mil cabezas, doscientas cabras, alrededor de cien vacas y otros varios animales de carga.
Pero en su interior, llevaba la desazón de la política ejercida en su juventud, y viéndose tan rico, quiso aprovechar su posición económica. La ocasion se le presentó y supo servirse bien de ella, cuando en 1840 se produjo la revolución y el pronunciamiento del General Espartero que siguió a su célebre manifiesto de Más de las Matas, conoció D. Francisco las dificultades pecuniarias que dificultaban el abastecimiento de las tropas de Espartero y aprovechó para presentarse ante él y ofrecerle cuanto necesitara. Espartero aprovechó la ayuda que le venía de improviso y supo pagarla con creces, pues nombró a nuestro paisano Jefe Político de la Provincia de Teruel, cargo que aceptó renunciando al sueldo que le correspondía y desempeñándolo hasta 1843. Pero él quería llegar a Madrid y ese segundo peldaño lo consiguió cuando en 1851 fue nombrado Diputado a Cortes por el distrito de Albarracín; un escaño Progresista desde el que se distinguió por su oposición contra el Gobierno de Bravo Murillo.
En las Cortes de 1853 , e incluso con los votos de la oposición, fue nombrado Presidente de la Cámara hasta que cerradas las Cortes por la votación del Senado, que era adverso al gobierno del Conde de San Luis, se volvió a su casa de Griegos, donde permaneció hasta el Pronunciamiento de Vicálvaro y el Manifiesto de Manzanares.
Su amigo Espartero, le nombró por Decreto del 30 de Julio, Ministro de Gobernación y hecha la convocatoria de Cortes, restableció la Ley de Ayuntamientos y Diputaciones del 3 de febrero de 1853 y la Antigua ordenanza de la Milicia Nacional. Asimismo decretó por primera vez en España la igualdad de coste en el envío de la correspondencia cualquiera que fuese la distancia tanto en el territorio peninsular como insular. Realizó una organización tal en las dependencias ministeriales, que solo en la Central ahorró un millón de reales. A los diez meses presentó su dimisión por discrepancias con el Decreto de organización de la Guardia Nacional.
Dos meses y medio después, fue nombrado Individuo de la Junta Consultiva de Ultramar y el 7 de febrero de 1856 fue nombrado Ministro de Hacienda, cargo que desempeñó hasta la crisis de Escosura.
Volvió de nuevo a Griegos, pero su estancia fue corta, porque en 1858 fue elegido Diputado por Albarracín militando en la Unión Liberal. El 5 de Julio de ese año, salió electo Presidente del Tribunal Mayor de Cuentas del Reino y al poco tiempo Gobernador del Banco de España y el 14 de Julio fue nombrado Senador Vitalicio cargo que ejerció hasta 1868
Tras la Revolución de 1868 ocupó asiento en las Constituyentes por Teruel, luego representando a Albarracín y más tarde fue elegido Senador por Cuenca.
Durante el reinado de Amadeo de Saboya, fue elegido Presidente del Senado y durante la primera República Presidente del Consejo de Estado.
Con el inicio de la Restauración de Alfonso XII presentó su candidatura a Cortes por la provincia de Teruel obteniendo una mayoría absoluta. Nuevamente fue nombrado Senador Vitalicio por Cánovas del Castillo el 12 de abril de 1877
A lo largo de su larga carrera política fue condecorado Caballero del Toisón de Oro y Collar Gran Cruz de la Orden de Carlos III
Una vez fallecido el 31 de agosto de 1883 se cumplió su voluntad para su enterramiento; no se repartieron esquelas ni recordatorios y su cadaver, con hábito de franciscano, fue introducido en un sorcófago de zinc y conducido sin ostentación al cementerio en la forma habitual. Presidía la comitiva su confesor D. Federico Madrazo y eran las 9 de la mañana de un domingo. En Teruel, el día 10 de septiembre se celebraron funerales por su alma en la Catedral de la ciudad.
Lo que no hemos podido averiguar es a quién pertenecía los pinares, montes, pastos y praderas del Cuarto y de las Suertes antes de que fueran adquiridas por el Sr. Santa Cruz. ¿Quién era el propietario de estos bienes antes de las Desamortizaciones? Seguramente eran bienes comunales o quizá pertenecientes a las llamadas “manos muertas”; pero de lo que no hay duda es que el Sr. Santa Cruz nada trajo de su Orihuela natal y aquí, en un pueblo no demasiado rico al que siempre estuvo ligado, fue en donde con su talento y decisión, además de por su casamiento, amasó una gran fortuna.
La gran cantidad de cargos que ocupó y el alto rango de los mismos, hacen de éste personaje politico el más importante estadista de Aragón y de él se decía que era uno de los principales capitalistas de la provincia de Teruel.
Amén de sus excepcionales condiciones de hombre politico, sus biógrafos cuentan que tenía la envidiable y nada vulgar cualidad de ser muy buen amigo de sus amigos e incansable protector de sus paisanos, entre los cuales, decían que, si le fuera posible, repartiría todos los empleos de la nación.
D.Francisco Santa Cruz Pacheco
Muerto el señor Santa Cruz el desarraigo con el pueblo llevó a sus descendientes, a los pocos años, a ofrecer en venta todos sus bienes de Griegos e incluso la finca de Valtablao a su encargado José Bolos, pero a pesar de las grandes facilidades de pago que le ofrecían, José no se atrevió a entrar en una operación de tanta envergadura y compró sólo las tres casas de Griegos (la número 4, ésta número 13 y la desaparecida en la Guerra ubicada en la actual Plaza Mayor); los demás bienes, excepto la Casa del esquilo y Almacén de lana que fue adquirida por la familia de Auspicio Sorando, fueron vendidos a Juan Correcher y Pardo diputado por Cuenca y natural de Cofrentes (Valencia). Este señor inició sus negocios de maderero con los troncos que se bajaban en almadías por los rios Cabriel y Jucar y, en pocos años, con sus malas artes de simpático embaucador, de político corrupto y capitalista desaprensivo, según algunos, se convirtió en pionero absoluto de la revolución industrial maderera del siglo XIX fundamentalmente como proveedor de traviesas para las vias del tren. Llegó a poseer gran cantidad de fincas de labor y de pinos en la Serranía de Cuenca y Sierra de Albarracín y también fábricas de aserrar troncos y almacenes de productos de la madera en las poblaciones de Cuenca, Aranjuez y Madrid.
En el año de 1878 compró, primero los terrenos y la casas de la Chaparrilla o Villanueva de las tres Fuentes y, hacia finales de siglo, como ya hemos indicado, adquirió a los herederos de Santa Cruz las tierras situadas en el término de Griegos.
Según consta, en 1910 los propios vecinos y, sobre todo, las vecinas lideradas por el Secretario, hartas de sus abusos de poder, alborotadas, echaron del pueblo al señor Correcher por mandar a sus peones, traidos de otros pueblos, a mover los mojones o hitas de sus fincas para su propio beneficio. Como resultado de esta acción de los habitantes, algo violenta en sus formas, el gran cacique aprovechado debió coger miedo y vendió todas sus propiedades de Griegos al Ayuntamiento, según se refleja en la sección de Historia de Aragón y dentro del Anuario Cronológico, mediante la escritura de 13 de septiembre de 1922 firmada por el hijo del Sr Correcher ante el notario y político de Madrid D. Cándido Casanueva y Gorjón. La venta debió hacerse efectiva unos años antes en documento privado ya que consta que en el año 1913 fueron parceladas las partidas de las Suertes y el Cuarto.
Sus extensas tierras dentro del término municipal, como ya hemos dicho, las adquirió el Ayuntamiento de Griegos al señor Correcher sin desembolso alguno de Caja pues se pagaron con el importe de la tala de los pinos que poblaban las fincas del Cuarto y de las Suertes, incluidos los de Aguas Amargas como se verá. Acto seguido y como consecuencia de esta compra efectuada con mucho talento económico y gran vision social, el Municipio, que también poseía otros Bienes de Propios, las repartió gratis entre todos los vecinos a cambio de la cesion de éstos de los derechos comunes sobre la madera de la finca Sociedad Civil Anónina de Aguas Amargas de Griegos, excelente finca de labrantía, pastos, madera y leña, de 553 hectáreas de superficie y cuyos únicos socios y propietarios eran todos los cabezas de familia del pueblo y que, entre todos habían comprado en 1913 a los señores Franco y Tobías de Calatayud en sus tres cuartas partes y la otra cuarta parte a doña Clara Vicente Lapuente (Chamela) natural y vecina de Griegos y una de las familias más hacendadas del pueblo, lugar del que se marcharon, según creo, a Huélamo, pueblo de la serranía de Cuenca al quedar su gran casa totalmente destruida por la Guerra. (Las tierras de labor y los solares de esta familia las compró Teodoro Gonzalez Arauz no hace muchos años) La condición de socio de Aguas Amargas se adquiría de manera gratuita al casarse y fundar una nueva familia.
Para bien o para mal, en el año 1961 el Ayuntamiento, su actual propietario, compró esta finca de Aguas Amargas a sus socios, o sea, a todos los vecinos, por la cantidad de 12.224.685 de pesetas, cuantía que repartió entre los ciento dos accionistas correspondiendo 119.850 pesetas a cada uno. A la sazón, muchos emigraron y con esa importante cantidad se compraron uno, o más pisos, en su lugar de destino.
Como ya se ha indicado anteriormente, a las tierras del Cuarto y de las Suertes que eran dos extraordinarias fincas ganaderas sin roturar, se le talaron todos los pinos del terreno llano -no de las Cuestas como se puede ver- para pagar con su importe el dinero que costaron, complementado el precio con los pinos más gruesos que un timón que se cortaron en la finca de Aguas Amargas por la cesión de los derechos sobre la madera que hicieron sus socios al Ayuntamiento y éstas (el Cuarto y las Suertes) las dividió el Concejo en parcelas y lotes sin escriturar que fueron sorteadas y adjudicadas de balde entre todas las familias del pueblo. A cada parcela o “piazo”, como aquí se dice, se la llamó “una suerte” y a cada vecino le correspondieron ocho parcelas. De hacer la alabada partición, marcar los caminos, poner las hitas y hacer el sorteo se encargó un equipo de vecinos del pueblo dirigidos por Mariano Sorando Morón, Josillo Herranz y Sotero Araúz Pérez.
Así pues, como consecuencia de esta sabia y provechosa operación de compraventa, que reiteramos, se pagó sin desembolso alguno de efectivo por parte de los vecinos, se prosperó mucho económicamente; no es que todos se hubieran vuelto ricos de repente como si les hubiera tocado el gordo de la lotería, pero por fín tenían lo que siempre habían soñado: la casi igualdad económica (la propiedad del ganado marcaba las diferencias) y bastante tierra de cultivo en propiedad para todos y cada uno de los vecinos.
En documentos del año 1850 está demostrado que pagaron impuestos al Estado cuarenta y tres propietarios de tierras y otros bienes imponibles lo que demuestra que, en esa fecha, muchos vecinos carecían de tierra de labor propia ya que las Suertes y el Cuarto no se habían roturado aún y, solo se sembraba en las partidas de Codes, La Cabeza, el Castillejo, Cabeza las Arenas, algún pedazo en la Muela y otros en la partida de la Encubierta.
Las parcelas yermas se roturaron en 1913 y la pesada reja del torvo arado abrió por vez primera aquella fertil tierra gracias a lo cual se aumentó muy considerablemente la superficie de labranza en el término municipal; también la riqueza ganadera entre los vecinos creció notablemente y, sobre todo, el cultivo de cereales y patatas de buen rendimiento que vendían para simiente a los pueblos de Segorbe, Jérica, Altura, Navajas y también a los pueblos de la ribera del rio Jiloca.
Hacemos notar que tanto esta casa número trece como la número cuatro y otra más, ubicada junto a la fuente en el solar de lo que ahora es la Plaza eran, junto a la de Chamela y la de Muñoz, las cinco mejores casas de Griegos antes de la guerra y pertenecían las tres primeras a José Bolós (por compra a los herederos de Francisco Santa Cruz) padre de Vicenta, Paulina y Cecilio Bolós Gil. Paulina heredó la casa número cuatro, Vicenta ésta número trece y Cecilio la de la Plaza que fue destruida en la Gerra Civil y en cuyo solar se construyó una parte de la Plaza Mayor actual.
En 1948 habitaban esta casa número trece José Martínez Sánchez, conocido por su evidente cojera, como José El Cojo, natural de Torres de Albarracín y su esposa Vicenta Bolos Gil acompañados de sus hijos Antonia, Aureliano, Mari Carmen y José Antonio; años después nació Angelita. La familia explotaba en la planta baja de la casa un negocio de venta de aceites y vinos a granel, comestibles, y taberna donde los vecinos del pueblo se entretenían jugando animadamente en sus ratos libres, especialmente los domingos por la tarde y las tardes del invierno, al guiñote, tute o subastado. Los generos vendidos en la tienda le eran repuestos, de vez en cuando, por el tio Camilo y sus dos hijos Doroteo y Pepe naturales de Tramacastilla en un camión de color azul con el que se dedicaban a ese negocio de reparto por todos los comercios de la Sierra.
La familia de José y Vicenta marcharon a vivir a Teruel donde eran muy conocidos en la ciudad por ser los propietarios o encargados de una estación de servicio de gasolina en el Óvalo. Antonia emigró a Australia y allí vivió toda su vida. La unión con la casa número 12, igual que ahora, formaba un rincón con poyo orientado hacia el sur bien abrigado de los aires fríos; por este motivo y por estar entre las puertas de las dos tabernas, era el lugar más concurrido del pueblo. Ahora su propietario es Jose Soriano Lahoz quien me decía: “compré tan barata esta casa que solamente las rejas que tiene valen ahora más de lo que me costó”. Durante muchos años Pepe y su esposa Pilarín explotaron en su planta baja un negocio de comestibles, bebidas y carnicería a plena satisfacción de todos los vecinos.
Pero volviendo al señor Francisco Santa Cruz Pacheco quiero dejar constancia de la horrible muerte por fusilamiento de dos de sus nietos Antonio Santa Cruz y Garcés de Marcilla (cuarto barón de Andilla) y Juan José Santa Cruz y Garcés de Marcilla y tres biznietos Antonio, José y Manuel, actos que ilustran muy bien toda la barbárie, la violencia y la sinrazón del enfrentamiento entre hermanos por las motivaciones políticas y los odios que generó la Guerra Civil española.
Antonio, Diputado a Cortes y Senador por la provincial de Teruel, junto con sus tres jóvenes hijos Antonio, José y Manuel murieron fusilados por los rojos en el otoño de 1936 en Paracuellos del Jarama sin otros delitos de que achacarles que su posición social y sus ideas conservadoras y cristianas. Juan José, ingeniero de caminos, politico y escritor que diseñó y dirigió la construcción, entre otras muchas obras, de la actual carretera de Granada a Sierra Nevada, amigo y contertuliano de García Lorca, de carácter bohemio, se casó “in artículo mortis” en la cárcel con la bailaora gitana Antonia Heredia Fernandez con la que había convivido y con la que tenía una hija. Fue ejecutado por sus ideas revolucionarias en la tapia del cementerio de Granada al día siguiente de su boda el día dos de agosto de 1936 victima de la represion de los nacionales.
Casa número 14.- Casa propiedad de mis abuelos Juan Martínez Herranz y Francisca Gómez Herranz. Vivieron en ella junto a sus hijos Consolación, Pedro, Francisco, Victorina, Sofía, Severina- Dorotea y Otilia; Sofía y Severina murieron siendo niñas.
Después de la Guerra, la casa se dividió en dos y les tocó por herencia a mis tíos Pedro y Francisco. Habitaron en ellas largos años en compañía de sus esposas Trinidad Arauz Ibáñez y Amalia Sorando Pérez y ninguno de los dos matrimonios tuvo hijos. Mi querida y siempre recordada tía Consolación marchó a Barcelona siguiendo el camino de todos sus hijos que lo habían hecho antes y Victorina y Otilia, que caso con uno de Orcajo, se instalaron en Puerto de Sagunto con sus familias. En la actualidad la casa ha sido derruida y convertida en un solar.
Pedro Martinez. Gomez trillando.
Victorina Martinez Gomez, con sus hijos. Gregorio de pié y sentado, el autor de este libro. Año 1943 en la portera.
Casa número 15.- En ella vivían Juan José Arauz Ibáñez y su esposa María Bolos Belinchón y antiguamente debió formar parte de la vivienda número trece. De este matrimonio nacieron Margarita, Palmira, Natalia, Pablo e Isidro. Margarita (Marita) se marchó de niña a vivir a Zaragoza con su tía Natalia; Palmira con su esposo Manuel Sorando se marchó a Móstoles y Natalia, Pablo e Isidro lo hicieron a Valencia. Los padres de Juan José, Pablo y Serafina y su hermana Margarita de 16 años murieron el día 4 de agosto de 1938 víctimas del tragico bombardeo sobre Griegos.
Casa número 16.- Casa segregada de la anterior en la que habitaba sola María Arauz Ibáñez mujer soltera y creo que de carácter algo solitario.
Casa número 17.- Pedro Lahoz Chavarrias y Juana Lapuente Arauz matrimonio sin hijos vivían en esta casa. El primer aparato de radio que hubo en Griegos lo compró Pedro y doy fe porque de bien pequeño iba yo a escucharlo alguna vez. Adoptaron de hecho a su sobrina Felisa Lapuente Lahoz que emigró a un pueblo de la provincia de Ciudad Real (creo que Puertollano) con su esposo Antonio Sorando Ibáñez.
Casa número 18.- La casa pertenecía a Juan Manuel Lapuente Gómez y a su esposa Benita Belinchón Lapuente. De este matrimonio nacieron Julia y J. Manuel; Julia emigró a Barcelona y Manolo, soltero, que fue Alcalde durante dos legislaturas, sigue viviendo en una de las dos casas en que se dividió la primitiva.
Casa número 19.- Propiedad de Pío Lozano González y Aurora Pérez Sorando. Sus hijos fueron Gregorio-que debió morir siendo un niño-, Rosario, Josefa, Felisa y Aurora. La primera se casó en Rubiales (Teruel) y las otras tres emigraron a Valencia.
Casa número 20.- Edificada después de la guerra. En esta casa vivían Amador Sorando Megina y su esposa Domina Sorando Pérez junto a su única hija María Luisa; ésta se marchó muy pronto a estudiar a Sagunto con sus tías Eusebia y María hermanas de su padre que habían emigrado a esa localidad valenciana. Con el tiempo, y definitivamente, se marchó a vivir a Madrid junto a su esposo Gabriel (de Checa). Amador era un ganadero de cierta importancia que tenía pastor a sueldo.
Casa número 21.- Bernabé Pérez Pascual y su esposa Justa Lapuente Gil residían en esta casa junto a su hija Adelina. Sus hijos Miguel, Rufina y Felipe debieron morir de niños y su otra hija, Julia, casada con Mariano Lapuente Gómez (el caminero) murió joven y dejo como descendencia a Felipe Lapuente Pérez que muy pronto marchó a Teruel a estudiar en el seminario de los padres Paúles. Cuando terminó sus estudios emigró a Estados Unidos lugar en donde ha ejercido toda la vida de profesor de literatura española. Ha escrito varios libros muy apreciados sobre su especialidad y ahora reside en Memphis. Adelina, que también continuo viviendo en la casa después de casarse, se fue a Madrid junto a su esposo Juan Bolos Ibáñez y sus hijas Maria Dolores, Julia y Ana maría y en la capital de España vivió el matrimonio hasta su muerte.
Estos padres tuvieron la enorme desgracia de que su hijo Juan Luis nacido ya en Madrid e ingeniero aeronáutico de carrera, falleciera en accidente de vuelo sin motor con poco más de veinte años truncando una carrera que sin duda hubiera sido sobresaliente.
Casa número 22.- En esta casa habitaban Celestino Valero Gómez y su esposa Victorina Pérez Andreu (de las Casas de Frías). Celestino fue Alcalde a lo largo de varios años y bajo su mandato se plantaron todos los pinos de La Hoya Pequeña; sus hijos fueron Isidro, Luis, Ignacio Alicia y Petra.
Celestino fue un ganadero de importancia que, con sus hijos varones de pastores, hacían la trashumancia a La Carolina lugar en donde sus hijos hombres se quedaron a vivir. Alicia reside por casamiento en Orihuela del Tremedal y Petra en la provincia de Lérida.
Hace unos años viajé por Andalucía y tuve el placer de visitar a Isidro y me quedé asombrado al comprobar el esplendor de la finca agrícola-ganadera de la que es propietario. No sé exactamente su extensión, pero calculo que tiene una cabida de varios cientos de hectáreas. Se trata de un lugar idílico lleno de paz, abundante agua y verdes prados en los que pastaban al aire libre gran cantidad de ganado lanar y, en el que aparte, otra considerable cantidad de corderos lechales balaban dentro de las naves industriales preparadas para el destete.
Además, una extensa superficie de tierra de labor para sembrar pienso, completa el hermoso conjunto. Es como si Dios hubiera creado en este sitio un pequeño paraíso terrenal y recompensara así el sueño casi imposible de cualquier ganadero privilegiado. Mis felicitaciones a Isidro y a su esposa por el gran triunfo empresarial que han logrado con enorme trabajo y mi agradecimiento por lo bien que me trataron en la visita que les hice.
Casa número 23.- Patricio Valero Andreu y Adoración Gómez Herranz vivían en esta amplia casa con corral que ahora pertenece a mi hermano Marcelino; los hijos de Patricio fueron el nombrado Celestino, Jesusa, Bernabé, Obdulia y Felicitas; Jesusa se marchó muy pronto a Tarazona, Bernabé lo hizo a Teruel y allí vive su descendencia. Obdulia y Felicitas se casaron en Bronchales y en ese pueblo vivieron desde entonces.
Casa número 24.- Propiedad de Ignacio Lahoz González y Petronila Lapuente Bueno. Está situada a la salida del pueblo a mano izquierda en dirección a La Portera. Este matrimonio no tuvo hijos y con ellos vivía su sobrina Mercedes Lahoz que caso con Luciano Sorando Pérez los cuales antes de marchar a Barcelona con su hijo Ignacio construyeron otra casa colindante con la de sus tíos; en la actualidad la casa pertenece a Eugenio Lapuente Lahoz y a su esposa Encarnación Eraús González residentes en Zaragoza.
Casa número 25.- Casa propiedad ahora de los herederos de Martín Sorando Herranz y Joaquina Belinchón Lapuente por compra al antes nombrado Luciano.
Los hijos de este matrimonio fueron María Isabel, Martín y Francisco. Tanto Martín padre como su hijo Martín fueron ganaderos de importancia; Los tres hermanos viven en Griegos en la actualidad.
Casa número 26.- Esta casa, que ahora es un solar, estaba situada a la izquierda en la salida hacia La Portera antes de llegar al Puente; era propiedad de Mariano Sorando Monzón y Victoria Martínez Marconell y sus hijos fueron, Ciriaco, Joaquina,Felipe, Salvador, Amalia, Ezequiel, Manuel, Mariano y Francisco; Felipe emigró al Puerto de Sagunto siendo muy joven y allí vivió hasta su muerte y Ciriaco, Joaquina, Salvador, Amalia y Ezequiel debieron de morir de niños. Manuel emigró a Barcelona, Mariano casó con Virgilia Martínez Ibáñez y se quedó muchos años en Griegos labrando sus tierras. Después marchó a Barcelona con toda su familia y Francisco emigró a Teruel junto a su esposa Mercedes Sorando Pérez.
Casa número 27.- Teodoro Arauz Pérez y su esposa Encarnación Belinchón Pascual eran dueños de esta casa que ahora es un solar. De este matrimonio nacieron Cándida, Lorenzo, Isabel y Francisco. Cándida se quedó a vivir con sus padres en la casa junto a su esposo Vidal Soriano Checa (de Guadalaviar) que era uno de los dos herreros del pueblo en la fragua propiedad del Ayuntamiento; los hijos de Cándida, Vidal y Francisco emigraron a Barcelona y Encarna y Félix lo hicieron a Teruel. María, la mayor, con poco más de veinte años en un día aciago, de sobrecogedora tormenta que causó horror y espanto, murió impactada por un rayo cuando estaba acarreando miés con sus animales. Una humilde cruz de piedra junto a la carretera nos recuerda el luctuoso suceso.
Lorenzo y Francisco Arauz Belinchón hermanos contendientes en la Guerra Civil
Casa número 28.- Casa propiedad de José Soriano Pérez e Irene Lahoz Chavarrias. De este matrimonio nacieron Rogelia, Raimundo, Cesáreo y Pepe; también vivía entonces en esta casa una señora mayor llamada Concepción a quien el cura dió la extremaunción con mi presencia y ayuda de monaguillo. Familia de ganaderos cuya actividad siguió Cesáreo a lo largo de todo su vida. Rogelia junto a su familia emigró a Zaragoza; Pepe ha vivido siempre en el pueblo y, Raimundo murió siendo un niño.
Casa número 29.- Juan Manuel Eraús Corral y Marcela González Pinilla habitaban esta casa y eran ganaderos de importancia. Sus hijos Pascual y Josefina, ambos solteros, han continuado hasta su reciente jubilación la profesión de ganaderos trashumantes de sus padres.
Casa número 30.- Pablo Rubio Escamilla natural de la Huerta del Marquesado provincia de Cuenca y Patrocinio Lapuente Martínez, casada en segundas nupcias de él, habitaban esta vivienda con huerto incorporado y un chopo en la puerta del pajar o almacén en pequeño edificio adosado. Sus hijos fueron Honorina, Amalia y Amador, de su primer matrimonio con Aniceta García Soriano, y Adela, Antonio y Teodora de su matrimonio con Patrocinio. Don Pablo, como se le conocía, era el practicante o enfermero del pueblo. De Amalia ya hablaremos más adelante y Teodora casó con Francisco Sáez Marconell que llegó a ser Teniente Coronel de el Ejército del Aire en la Base Aérea de Manises. Adela murió siendo un bebé y Antonio muy joven; Honorina se casó y vive en la provincia de Cuenca y Amador, que era maestro, lo hizo en la Rioja.
Casa número 31.- Situada cerca de la Fuente de los Novios, pertenecía a Jerónimo Martínez Garrido y a su esposa Teresa Jiménez Catalán (de Guadalaviar). De este matrimonio nacieron Manuela, Agustín, Clara, Narciso, Emilio y Bernardo.
Casa con paridera adosada y huerto bastante grande que formaba un conjunto interesante. Narciso y Bernardo se marcharon a vivir a Hospitalet de Llobregat con sus esposas las hermanas Sagrario y Gloria Lahoz Martínez, ésta enfermera de profesión. En lo que era la paridera los hermanos construyeron dos viviendas, una para cada uno, y la casa propiamente dicha sigue en pie deshabitada y casi en ruinas. El huerto continua tal como era entonces; Clara y Emilio debieron de morir siendo niños y Agustín también falleció cuando tenía poco más de veinte años al explotarle una bomba abandonada en la Guerra.
Casa número 32.- Propiedad de Vicente Pérez Pérez y Antonia Lahoz Chavarrias. Vivían con su única hija Rufina que casó después con José Pérez Lazarán, excelente albañil y carpintero que trasmitió a sus hijos José Vicente, Julio y Edmundo y a otros más su oficio, siendo el verdadero artífice de que Griegos tenga hoy unas casas verdaderamente notables. De este matrimonio también nació Maria Pilar que marchó pronto a vivir fuera.
Casa número 33.- Esta casa pertenecía a José Lahoz Chavarrias y Florencia Herranz Lapuente. Los hijos de este matrimonio fueron Crescencia, Manuel, Manuela, Antonio y Cesáreo; Manuel (caminero) siempre vivió en Griegos, Manuela se hizo monja y vive en Zaragoza, Antonio marchó a Venezuela y después vivió toda la vida en Pamplona, Cesáreo marchó a Zaragoza y Crescencia debió de morir siendo una niña.
Casa número 34.- Mariano Lapuente Gómez (el caminero)y Araceli Sánchez (de Fuentes Claras), casados en segundas nupcias de él, vivían en esta casa acompañados de sus hijos Felipe y Victoriano; Monserrat y Pedro nacerían después. Victoriano se marchó a vivir a Teruel; Monserrat marchó a Ciudad Real a ejercer su empleo de funcionaria y Pedro se fue a Barcelona; de su medio hermano Felipe ya hemos hablado en otro lugar.
Pero aquí deseo hacer una breve descripción de la historia de Pedro, brillante empresario de la especialidad del acero inoxidable en España.
Pedro vino al mundo en 1952 y, sin demasiadas cosas materiales, creció feliz en Griegos igual que todos los niños de aquella época y seguramente de todas las épocas.
El cura de entonces, Mosén Alejandro, escogió y preparó culturalmente a los tres niños más inteligentes del momento que se prestaron para ingresar en el seminario de Teruel; uno de ellos fue Pedro que a los once años, en el examen de ingreso, sacó el número tres de entre varios cientos de aspirantes.
Nótese que el seminario era el único lugar, desde el punto de vista económico, en donde podían cursar estudios más elevados los niños de los pueblos dotados de mayor inteligencia y elegidos tal como se ha visto por los curas de cada lugar para que fueran sacerdotes. Por esa secular práctica de selección, y porque no había becas ni ayudas del Estado, ni éste tenía estructuras adecuadas, la Iglesia Católica, que sí que las tenía, dominó la enseñanza y la inteligencia en España durante muchos siglos con tan buenos resultados como lo demuestra el Siglo de Oro español o la gigantesca obra de culturización y evangelización de América llevada a cabo principalmente por los sacerdotes y monjas españoles. Por contra el grado de analfabetismo del pueblo llano, como en todo el mundo, era en España muy alto; no así en Griegos en donde, por la ayuda económica del Ayuntamiento a los maestros, éstos tenían un gran interés por enseñar y apenas había nadie, jóvenes o mayores, que no supiera leer y escribir; también las cuatro reglas y resolver problemas de matemáticas y otras materias de estudio, tales como la caligrafía de la que seguramente su mayor exponente en el pueblo era Juan Vicente Herranz Lapuente que fue secretario de la Hermandad de Labradores y poseedor de una preciosísima letra inglesa que yo tanto admiraba.
El caso de Francisco Lapuente Rubio, que por su invalidez estudió en un Instituto Público, fue una excepción como veremos más adelante.
Pero sigamos con Pedro. En el seminario vivió y estudio durante ocho años, cuatro en Teruel y otros cuatro en Alcorisa. A los dieciocho creyó conveniente dejar el aprendizaje para sacerdote y buscar una vida nueva en Barcelona. En principio ejerció de profesor en un colegio particular dando clases a los niños de segundo de básica y latín a los cursos superiores durante tres años hasta su ingreso en el servicio militar.
Al regresar de la mili se hospedó en la casa particular de una familia de Griegos (María Lahoz Martinez) y tuvo la suerte de conocer a un vecino cercano que poseía un almacén de venta de acero inoxidable. En aquel momento el vecino necesitaba un encargado de expediciones y tras las pruebas o exámenes pertinentes Pedro logró el puesto de trabajo. Era el año 1976 y, con ánimo de prosperar, trabajó duro y así fue ascendiendo a los puestos de encargado de almacén, producción y finalmente comercial.
A principios de 1991 le visitó un empresario portugués del ramo para ofrecerle montar en España una empresa de la que le cedería el 50% del capital a Pedro si éste dirigía la sociedad. Nuestro paisano alegó que no tenía tanto dinero como para desembolsar los veinte millones de pesetas a que ascendía la operación y el generoso lusitano le respondió que ya pagaría su deuda con los beneficios que sin duda generaría la compañía. Llegaron a un completo acuerdo y así se fundó la sociedad Albino Ibérica S.A.
La nueva empresa funcionó muy bien desde el principio, pero como todos los negocios tienen sus riesgos, ahora era el señor Albino el que tuvo problemas económicos en sus empresas de Portugal y recurrió a Pedro para que le comprara su parte de capital en Albino Ibérica,S. A. Pedro, que en ese tiempo ya había conseguido suficiente músculo economico, financiero y capacidad de crédito, accedió a ejecutar la operación y se quedó con el 100% del capital de la sociedad que entonces pasó a denominarse Inoxidables Lapuente, S.A. Eran los primeros años de la década de los 2000
La empresa ha crecido considerablemente en los últimos veinte años y exporta sus mercancias a paises de todo el mundo. En la actualidad el Grupo Lapuente, ubicado en el municipio de Castellbisbal (Barcelona) lo componen cinco empresas todas relacionadas con el mundo de el acero inoxidable y su plantilla asciende a más de 200 empleados, algunos de ellos de Griegos. Sus dos hijos están trabajando codo con codo con su padre para asegurar el futuro del grupo al que le deseamos grandes éxitos.
Casa número 35.- Plácido Pérez Sánchez (de Alcoroches) y Baltasara Lahoz eran los propietarios de esta casa que habitaban con sus hijos Engracia, Maruja, Jesús, Plácido, Adalberto y Angelines. Plácido y Adalberto marcharon a estudiar al colegio de los Hermanos de la Salle en Monreal del Campo y, pasados unos años Placido volvió enfermo a Griegos y aquí falleció; Adalberto ha ejercido toda la vida dentro de la orden religiosa elegida por él y los demás emigraron a Barcelona; Angelines y su familia volvieron a vivir otra vez al pueblo hace algunos años y aquí residen.
Casa número 36.- Propiedad de Constantino González Lapuente e Isabel Arauz Belinchón. Casa amplia con buen corral que por algún tiempo albergó al Teleclub, lugar al que se accedía a ver la televisión pagando una entrada. En la actualidad, en el solar de la antigua casa hay construidas cuatro viviendas. Los hijos del matrimonio fueron Eugenia, Eusebio, Teodoro e Isabel. Todos marcharon a Valencia donde Eusebio ejerció de Policía Nacional y Teodoro logró abrirse un brillante porvenir como empresario industrial según veremos a continuación.
La familia regentaba la carnicería del pueblo y una suerte de bar al que llamaban “La Televisión”. Constantino había tenido la visión empresarial de instalar un aparato receptor para emitir fútbol y toros para que los parroquianos acudieran por las tardes a disfrutar mientras se tomaban un café, un quinto de cerveza o una copa de anis o de coñac. Teodoro ejercía de taquillero en la puerta del local y cobraba a los espectadores una peseta por la entrada para poder ver la televisión. Esta tarea le desagradaba bastante pues se enfrentaba a las reticencias en el pago y a los comentarios de los paisanos que, en aquellos tiempos de apreturas, una peseta era mucho para cualquiera; así que, el oficio de taquillero lo ejercía a regañadientes.
De aquellas tardes en las que disfrutaba viendo los partidos de futbol entre el Atlético y el Real Madrid llevando la contraria a la mayoría en el pueblo que eran merengues, surgió su vena colchonera, que luce con orgullo y que ha transmitido a hijos y nietos.
Conforme se fue haciéndose mayor las tareas crecieron en importancia y a él le tocó ser pastor y hacerse cargo de pastorear a las ovejas todos los días por el término municipal; trabajar la tierra con el par de machos y el arado no le gustaba y esta actividad le fue encomendada a Eusebio que era el hermano mayor. Empezó llevando su rebaño de la mano y consejo del tió Pío Lozano, otro pastor ya mayor y, alguna que otra vez se metió en follones con los propietarios de los sembrados por no controlar al ganado y dejar que entraran a comer en los trigos que eran cosa sagrada. También sentía Teodoro que ser pastor no era una buena alternativa. Él, ahora, quería ser industrial como su tío José que vivía en Valencia y estudiar artes y oficios empezó a ser su objetivo y así se lo hizo saber a su padre. Una y otra vez encontró la misma respuesta: Si quieres estudiar tendrás que ir al Seminario de Teruel a prepararte para cura como hacen otros muchachos del pueblo; pero ni mucho menos él tenía la intención de ser célibe.
En lo personal siempre fue presumido y, acudía hecho un adonis los domingos a casa de su tía Cándida, a la que adoraba, para que le hiciera las ondas en el pelo con las tenacillas antes de presentarse en el baile bien peinado y luciendo la camisa blanca de los días de fiesta para deslumbrar a las muchachas.
Con quince años empezó su noviazgo con Serafina, hija de la tía Marina la de la posada, que pronto quedó viuda; Serafina era la menor de nueve hermanos y desde bien pequeña ayudaba a su madre en los quehaceres de la casa y además se ocupaba de ir atendiendo a los huéspedes que desde otros lugares llegaban a la fonda. Serafina era una muchacha guapa, simpatica, muy alegre y formal, enormemente generosa, siempre pendiente de las necesidades de los demás y de espíritu fuerte como su madre, que gustaba de cantar jotas y disfrutar tras la barra del bar de la música improvisada que los mozos del pueblo amenizaban en su local casi todas las tardes. Felisín, Pedrito, Manuel y otros jóvenes señalados del pueblo, con sus guitarras, laúdes y bandurrias en la mano, le ofrecían contentos la oportunidad de cantar alegres jotas y hacerle el dúo a Teodoro, joven del que estaba muy enamorada y, a cuyo lado, sentía una intensa emoción romantica y la felicidad más pura propias de esa temprana edad.
Nuestro protagonista cuando cumplió 16 años y con hechuras ya de adulto guapo y de gallarda estampa, se fue a Cataluña a trabajar en la dura tarea de pelar pinos como si ya fuera un hombre hecho y derecho, como se dice. Del pueblo emigraban temporalmente a esa región cada año varias parejas entre las que se encontraba él y su compañero, el tio Antonio Marqués. Este trabajo consistía en quitar con el hacha las ramas de los pinos que habían sido talados previamente, y dejar el tronco limpio de ramas y cortezas.
La organización del trabajo era siempre a destajo y se repartían las ganancias entre todas las parejas a partes iguales. Era costumbre que, al final de la jornada, cada pareja dijera en voz alta el número de pinos que habían pelado y ellos dos siempre eran los campeones. Algunos creían que era porque hacían trampas y escogían los ejemplares más fáciles de pelar pero Teodoro siempre sostuvo que el motivo era que el tió Marqués cuidaba su herramienta de trabajo con mucho esmero; Antonio siempre tenía el hacha tan afilada que parecía una navaja de afeitar, y cada tarde, al final de la jornada, revisaba con celo la herramienta, enseñándole al joven con paciencia, la manera de tener las hachas siempre bien afiladas. Además, contaba con una habilidad especial para escoger la rama que serviría, a modo de palanca, para darle la vuelta al pino y que, haciéndolo de la manera adecuada, ahorraba mucho tiempo y esfuerzo. Esos eran los dos secretos de su éxito.
De aquellos años, Teodoro conserva un gran cariño o querencia absoluta a manejar el hacha para cortar leña para la estufa y aún hoy, tanto él como Serafina, disfrutan del olor de la leña lo mismo talando un pino seco en el monte, que haciendo una cina elegante o sentados juntos frente al hogar para gozar al amor de una buena lumbre.
A los 18 años, viendo que sus padres no iban a enviarle a estudiar a Teruel, (la economía entonces no lo permitía), decidió irse voluntario a hacer el servicio militar de la mano y recomendación decisiva de don Francisco Sáez Marconell a quien en el pueblo se le conocía como “El Comandante” por su rango en el Ejército del Aire, y cuya mujer, doña Dora, era desde niña amiga de su madre. Durante su estancia en el cuartel hizo alarde de su enchufe con el Comandante y se granjeó la antipatía de un sargento andaluz que le apodó “Terué”, y también se ganó, como no, por su carácter extrovertido, desenvuelto, agradable y de ademán un tanto “echao palante”, la amistad y simpatía de muchos compañeros entre los cuales se encontraba la flor y nata de los jóvenes de Valencia y con quienes se corrió alguna que otra juerga. En el cuartel de aviación, en la avenida del Cid de Valencia, estuvo hasta que juró bandera y poco después, empezó a compaginar la mili con su primer trabajo en una fábrica llamada Laboratorios Radio, propiedad de los hermanos Gurrea, donde su tío José era jefe de planta.
Cuando se licenció del Servicio Militar tuvo la ocasion de formarse en todas las actividades que se desarrollaban en la empresa y allí aprendió todos los secretos de la inyección y el conformado y, en principio, empezó a trabajar en la sección de montajes donde su tarea consistía en fabricar muchas de las piezas de las que componían los electrodomésticos de la época. Por el día trabajaba y por las noches estudiaba y, se hospedaba en casa de sus tíos José y Julia y sus primos del mismo nombre; aquellos fueron años de mucha ilusión y expectativas.
Siempre que tenía ocasión volvía al pueblo para ver a su familia y a Serafina, y unos años después, en mayo de 1968 alquilaron un piso en Valencia y se casaron. En pocos años tuvieron una hija y un hijo, se compraron un piso y un automóvil y a mitad de los años 70 tuvieron dos hijas más. Eran muy felices en Valencia pero sentian la nostalgia de su querido Griegos; tanto que, un mes después de casarse, alquilaron un taxi con sus hermanos Isabelita, Juan y Victoria, y se plantaron en Griegos el día de San Pedro para disfrutar y participar en las fiestas mayores.
Serafina se ocupaba, como la mayoría de las mujeres de la época, de las tareas del hogar y la familia. Aprendió a coser de la mano de su maravillosa vecina Pura, quien además le daba muy buenos consejos; contribuía también a la economía familiar haciendo trabajos subcontratados que Teodoro traía de la fábrica: pintar los logos de Cointra-Godesia o quitar las pegatinas protectoras o pequeños montajes era su tarea. Mientras, Teodoro trabajaba durante el día y estudiaba con ahínco por las noches como se ha dicho, primero delineación y después serigrafía.
Leyendo los libros y revistas que caían en sus manos llegó a la conclusion de que el proceso de serigrafiado que se hacía con pantallas y pintura, y que ellos subcontrataban a terceros, podrían hacerlo dentro de la propia fábrica a mitad de precio, y así se lo hizo saber al Sr. Gurrea que aceptó la propuesta y de inmediato empezaron a serigrafiar en la fábrica con notable éxito por el importante ahorro de costes que el cambio suponía.
Después de esta sobresaliente idea propia y como premio, le nombraron Jefe del departamento de Serigrafía pintura y montajes y lo enviaron solo, sin ninguna compañía, a una feria a Londres a comprar maquinaria para la empresa. Estuvo varias noches sin dormir pensando que iba a ir a un país extranjero del que no conocía el idioma, pero, con decision y esperanza de hacer bien su cometido, cumplió con brillantez y coraje el objetivo marcado y se volvió a Valencia con las máquinas compradas. ¡Quién se lo iba a decir a aquel muchacho de pueblo de lo que había sido capaz!. Pero en esa generación los muchachos de Griegos éramos así: lo mismo ejercíamos de pastores como labrábamos la tierra o hacíamos tratos importantes en La Gran Bretaña o también, con el paso del tiempo, ejercímos de Directores de Banco, Catedráticos de Instituto, Pilotos de aviación en Iberia, escritores o poetas y también empresarios de prestigio.
En 1984 la fábrica “Laboratorios Radio” fue adquirida por un empresario asturiano llamado Agustín Escandón. Su llegada provocó una gran sacudida entre todos los empleados, que recibieron la noticia con preocupación y escepticismo e incluso algunos intentaron sublevarse proponiendo algunas huelgas. Después de seis meses dando vueltas por la planta y observando y estudiando cómo funcionaba el negocio, el señor Escandón se entrevistó con los responsables de los distintos departamentos, y un mes después llamó a Teodoro a su despacho y le ofreció dirigir la planta.
Aquella oferta de ascenso laboral, tan importante como inesperada, le provocó una enorme satisfacción y gran orgullo personal, pero al mismo tiempo tenía sentimientos de culpabilidad por aceptar la propuesta, ya que aquel que le ofrecían, era el empleo que ejercía su querido tío José que ya entonces contaba con 62 años. Finalmente, Escandón le expuso la necesidad de un relevo generacional en la empresa y él aceptó, empezando entonces a dirigir toda la compañía desde el cargo de Gerente.
En 1989 le surgió la oportunidad de crear su propia empresa según veremos a continuación:
Por motivos de producción ante la fuerte demanda, Laboratorios Radio tenía, en aquel momento, la necesidad de renovar su parque de máquinas inyectoras cambiándolas por otras de mayor tonelaje y entonces la empresa pensó en una subcontrata que asumiese todo el trabajo de las máquinas pequeñas desechadas. Escandón le ofreció a Teodoro, en quien confiaba ciegamente, la venta de las máquinas chicas y se comprometió a absorber la producción que desarrollaran las mismas con la condición de que Teodoro tendría que fundar su propia empresa, con los riesgos que eso siempre conlleva y, compaginar ese trabajo en la nueva empresa con su ocupación habitual en Laboratorios Radio. No lo pensó demasiado pues sabía que él era capaz de sacar el proyecto adelante. Era un plan ilusionante y la gran oportunidad, que pocas veces se presenta, de dejar económicamente muy bien encaminado el futuro de la familia. Así es como nació la empresa Plastic 7-A.
Con el trabajo asegurado para los siguientes años, la empresa fue creciendo hasta llegar a lo que es hoy: una gran empresa asentada en 30.000 m2 de suelo y 500 empleados de plantilla algunos de los cuales son de Griegos.
En 2004 cesó en su trabajo en Laboratorios Radio cuarenta años después de su ingreso; enseñó y acompañó a sus hijos Pilar, Carlos, Belén y Cristina, en quienes delegó, los secretos de la empresa familiar hasta que se jubiló. Ha buscado nuevas actividades en que ocupar su tiempo y su mente y pasa en Griegos temporadas más largas en verano y, sobre todo, disfruta de su merecida jubilación junto a Serafina, la columna fuerte de la casa, a quien adoran todos los miembros de su amplísima familia.
De pie y de izquierda a derecha: Teodoro Gonzalez Arauz, Otilia y Agustín Martinez Martinez, Serafina Ibañez Soriano, Delfina García Ibañez y Cecilio Pérez Domingo y agachados, uno de Orihuela, Vicente Marqués Gonzalez e Isidro Valero Pérez.
Casa número 37.- Casa en la cual residía sola y anciana Eugenia Lapuente Arauz viuda de Manuel González. Sus hijos fueron Nicolás Lorenzo, Isidro, Vicenta, Constantino, Dolores, Isidoro y Cristobal Agustín. Éste emigró muy joven a Valencia y Nicolás Lorenzo, Isidro, Dolores e Isidoro debieron de morir de niños; Vicenta y Constantino vivieron siempre en Griegos.
Casa número 38.- Propiedad de Felipe Lapuente e Isabel Lahoz Chavarrías cuyos hijos fueron Isidro Celestino, Felisa y Marceliana. Murió Isabel en acto de guerra y Felipe se casó con con la viuda Victorina López (de Orea) que aportó al matrimonio a sus vástagos Boni y Manolo; del nuevo matrimonio nacieron las gemelas o mellizas Isabel y Juana Lucía; Isidro Celestino murió siendo niño y de Felisa ya hemos hablado. Marceliana emigró a Hospitalet de Llobregat junto a su esposo Jesús Lahoz Martínez; también lo hizo Isabel al mismo sitio y Juana casó con Gabriel Lahoz Abad ganadero de importancia durante toda su vida y aquí viven.
Casa número 39.- En esta casa habitaban Ceferino Eraús Corral (caminero) y su esposa Martina González Solana. De este matrimonio nacieron Encarnación, Mariano, Teresa y Carlos. Encarnación marchó a Zaragoza con su esposo Eugenio Lapuente Lahoz. Mariano y Carlos, solteros ambos, viven en Griegos actualmente; Teresa también emigró junto con su esposo Laureano González Rustarazo
Casa número 40.- Casa en la que residían Pascual Corral y Teodora Eraús y tuvieron a sus hijos Leandra Alberta, José María y Rafaela éstos últimos emigraron a Barcelona y Leandra Alberta debió de morir siendo una niña.
Casa número 41.- Destruida totalmente en la guerra y reconstruida rápidamente, era propiedad de Fortunato Lazarán Garrido viudo de Benita Herranz Barquero, albañil de profesión de quien aprendió el oficio su sobrino José Pérez Lazarán. En esta casa con corral vivía Fortunato con su hijo Domingo casado en primeras nupcias con Ramona Olmo Escutia, natural de Zafrilla (Cuenca) y en segundas con Vicenta González González, natural de Bronchales. Los hijos del primer matrimonio de Domingo fueron María Isabel y Fortunato. Maribel se marchó muy pronto a un pueblo de la provincia de Zaragoza donde vive, y de Fortunato vamos a resumir su biografía por lo que tiene de modélica y de ejemplarizante.
Hasta los dieciséis años estuvo, igual que todos los muchachos, ayudando a su padre en los trabajos del campo mientras soñaba con ser mecánico de coches. Para cumplir su sueño dos años antes, cuando tenía catorce, en viaje muy duro para un niño solo había marchado a Cuenca en bicicleta a ver si una tía suya, hermana de su madre, le daba alojamiento en la ciudad castellana hasta encontrar un taller que lo admitiera como aprendiz y abrirse así camino en la profesión que le gustaba; su tía le cerró la puerta y tuvo que volver al pueblo triste y decepcionado.
Conocido su anhelo, un hombre bueno en quien concurrían las partes que debe tener un gran caballero y un señor prudente, el capitán entonces del Ejército del Aire D. Francisco Sáez Marconell casado con Teodora Rubio Lapuente, lo animó a conseguir mayores metas y para ello lo dirigió por medio de sus contactos hacia la Escuela de especialistas de aviación que tenía su sede en la ciudad de León. El viaje hasta esa capital fue muy duro, ya que como nunca había viajado en autobuses o trenes, se sintió solo, perdido y desesperado en los distintos transbordos hasta llegar a su destino.
Su preparación escolar no era del todo buena teniendo en cuenta la poca calidad de los maestros que entonces había en el pueblo, pero aún así, logró aprobar el examen de ingreso con el número ciento noventa y siete de los doscientos que componían la promoción.
Los primeros meses de estudio en la escuela del ejército fueron durísimos, pero tuvo la suerte de encontrar en las aulas a dos buenos amigos muy preparados que le ayudaron mucho en su desarrollo.
Los estudios y las prácticas se alargaron dos años y medio y, por fin, después de ese periodo, terminó su formación con el número dos de la promoción ya disminuida a ciento cincuenta alumnos.
Una vez conseguido el título, fue destinado a Canarias como mecánico de cazas; pero como el ser humano inconformista siempre aspira a más, su máxima ilusión ahora era ser piloto de los propios aviones que reparaba y, para conseguirlo, se preparó concienzudamente estudiando sin descanso todas las noches.
En los exámenes para piloto que tuvieron lugar en Madrid y, que se extendieron a lo largo de una semana, aprobó con ¡el número uno! de su promoción después de haber luchado contra los más de mil aspirantes que se presentaron.
Ya tenemos a nuestro joven Fortunato hecho todo un brillante piloto de aviones de guerra. ¡Ya había cumplido su máximo anhelo! Fue destinado a la escuela inicial de pilotos militares con sede en Armilla (Granada). Los primeros meses transcurridos fueron de estudios teóricos y después de seis, comenzaron las clases de vuelo con aviones ligeros; a continuación vinieron los viajes y las prácticas de navegación elemental y de acrobacias; Salamanca y Talavera fueron otros destinos que completaron su carrera de éxito.
Estalló la guerra de Sidi-Ifni y lo prepararon durante meses en Salamanca, Sevilla, Jerez de la Frontera y Las Palmas para participar en ella entrenando con fuego real en los aviones Junker, Jenkel y MeserSmit 109, pero cuando iba a entrar en combate felizmente la guerra terminó y no tuvo que pasar esa peligrosa experiencia.
En esa época ascendió a Brigada del Ejército del Aire y formó parte de una patrulla acrobática en el puesto más difícil de la misma.
Por que le ofrecieron un sueldo mucho mayor, abandonó el ejército y se fue a volar en una compañía cordobesa de fumigación.
Fue por esa época cuando nuestro héroe con ánimo alegre y festivo se desvió de la ruta Valencia-Madrid que estaba efectuando y llegó a Griegos para saludar a los paisanos. Después de dar varias pasadas a baja altura por encima del pueblo asustando a los vecinos, aterrizó con su avioneta de fumigar en la recta de la carretera que va desde la Paridera del Cuarto hasta las Lomillas. Ya nadie del pueblo podía dudar de su éxito pero, como nada es perfecto, alguien fue a Orihuela a denunciarlo ante Guardia Civil por aterrizaje impropio; cosas de los pueblos.
Transcurridos seis meses le volvieron a llamar para volar otra vez en los MeserSmit 109, pero ahora el motivo fue participar en la filmación de la famosa película titulada la Batalla de Inglaterra. El rodaje duró un año y los escenarios fueron Sevilla e Inglaterra.
Volvió a fumigar de nuevo y a los dos años se mudó primero a una empresa de carga aérea con base en Tenerife y después a otra de pasaje; en la empresa de carga voló los DC 3-DC 4 y DC 7 especialmente en viajes al Congo Belga. Estos aviones eran de motor de pistón, no reactores, con una potencia de tres mil ochocientos caballos por motor y dieciocho horas de autonomía. En uno de estos vuelos estuvo a punto de estrellarse en el Desierto del Sahara por una avería, pero su pericia le salvó.
Después de esta terrible experiencia se le presentó la oportunidad de volar en los SuperCaraveley; esta circunstancia le obligó a tener que viajar a Copenhague a lo largo de doce años en periodos de seis meses para dar clases en simulador de vuelo y entrenamiento a todos los pilotos de la empresa.
En el año 1975, entre varios pilotos amigos, todos como socios, fundaron una nueva empresa aérea que tuvo mucho éxito. Por cuenta de la compañía marchó a Estados Unidos para hacer un nuevo curso para el pilotaje del moderno Boeing bimotor. Dos meses después, pilotando sobre el Atlántico, se trajo el primer avión de esa clase que vino a España.
Más tarde y durante otros diez años voló en las empresas Iberia y Lufhansa con el Boeing 737. En uno de los vuelos a Moscú estuvo a punto de tener otro accidente que pudo ser fatal pero, otra vez, solo su enorme experiencia de gran piloto logró salvar la fatídica situación aterrizando en Barcelona; cuando los mecánicos analizaron el destrozo nadie se explicaba cómo pudo aterrizar aquel avión.
A los sesenta y tres años y a dos de los que le quedaban hasta su jubilación se fue a Madrid a la compañía de un amigo a volar un avión de 345 pasajeros y allí se licenció; pero no definitivamente, pues aún tuvo tiempo de enrolarse en otra compañía que empezaba su actividad y que buscaba pilotos experimentados. Voló hasta Australia para llevar un avión que haría la ruta de Brisben a las Islas de Guadalcanal y a otras, en lo que sería su último vuelo como piloto. De Australia volvió en línea regular como pasajero y ya lo dejó todo.
Después de más de treinta y cinco mil horas de vuelo, cifra astronómica para un piloto, ahora vive su jubilación dorada en Palma de Mallorca y uno de sus hijos ha seguido su rutilante profesión como Comandante de Iberia.
Y hasta aquí la apasionante biografía de aquel muchacho de Griegos que salió un día del pueblo sin dinero, mucho miedo y no menos desconfianza, pero con la ilusion inmensa de acceder a algo superior. Cuando marchó vestía pantalón de pana igual que todos los hijos de labradores, portaba en su mano una pequeña maleta hecha de madera de pino del terreno y, como único bagaje para alcanzar sus ilusiones, el recurso de su talento y mucha ambición de triunfar. Ya hemos visto cómo con estudio, esfuerzo, sacrificio y trabajo cumplió con creces su ardiente deseo de poder ser en la vida algo más que un modesto agricultor.
Fortunato en sus tiempos de piloto de cazas en el Ejército del Aire.
Casa número 42.- En esta casa residía el matrimonio formado por Marcelino Sorando González y Antonina Ibáñez García junto a sus hijos Gregorio, Antonio, Antonino y Luciano. Esta familia eran ganaderos con pastor contratado a sueldo y la casa tenía corral y paridera que todavía existen. Gregorio se casó con una joven de Checa y allí vivió toda su vida. Antonino se marchó a estudiar veterinaria pero nunca volvió al pueblo y Antonio y Luciano se hicieron comerciantes de ganado en Ciudad Real.
Casa número 43.- Benito Lapuente, pastor de profesión y Dionisia Lahoz residían en esta casa junto a sus hijos Eugenio, Josefa y Victoria. Con más de cuarenta años Eugenio marchó a vivir a Zaragoza en compañía de su familia y también a la misma ciudad había emigrado Josefa que casó con Vicente Chavarrias González. Éste, ejerció en esa ciudad de Policía Nacional y Victoria ha vivido siempre en el pueblo con su esposo Francisco Lahoz Abad.
Casa número 44.- Casa parroquial que tenía comunicación interior y directa con la Iglesia. Sufrió bastante en la guerra y fue reparada con un presupuesto de 5.104,00 pesetas. En ella habitaba el matrimonio compuesto por el sastre Silviano Royo Ibáñez y Teresa Casas Bolos con sus hijos Pilar, Enrique, Victoriana, Avilio y después Elena; sólo Enrique quedó a vivir en el pueblo y sus hermanos emigraron a diferentes sitios de España. El motivo de que ellos vivieran en la casa de el cura era que el sacerdote de entonces, Mosén Antonio, residía en Villar del Cobo de donde era natural. Pocos años después llegó destinado el joven Mosén Samuel Valero Lorenzo, magnífico en su porte, acompañado de su madre y hermana motivo por el cual, la familia de Silviano y Teresa se mudaron a la casa de Anastasia Ibáñez González en la que vivía mi familia. A los niños de mi generación Mosén Samuel nos amplió los horizontes con su actitud pastoral y educativa y también con los juegos de salón que instaló en los bajos de la casa: cine mudo, futbolín, ping-pong, ajedrez y otros muchos juegos y entretenimientos alegraban nuestras tardes de domingo.
Casa número 45.- Propiedad de Julia Lapuente Royo viuda de Valentín Belinchón Pérez y madre de Benita, Joaquina y Francisca. Las tres hijas vivieron siempre en Griegos y a esta familia se le murieron Fortunato, Justo, Leandro y Francisca Águeda siendo unos niños.
Casa número 46.- En esta casa residía Agustina Lazarán Garrido viuda de Cecilio García Soriano. Con ella vivían su hijo Félix y sus hijas mellizas Concha y Teresa. Félix emigró a la provincia de Huesca con su esposa Flora Ibañez Soriano a un pueblo de Colonización; Concha marchó con su esposo Francisco Lorente (de Frías) primero a la provincia de Córdoba y luego a Puerto de Sagunto y Teresa después de vivir en Francia y Puerto de Sagunto volvió otra vez a vivir a Griegos, en donde con su esposo Angel Sáez González construyeron un chalet rodeado de gran extensión de terreno. En el solar de esta antigua casa su nieto Pepe Sáez García ha construido otra nueva de muy buen porte.
Casa número 47.- En esta casa de bonita galería hasta su traslado a la casa número 76 vivía la viuda Vicenta González Lapuente con su familia. Actualmente y, desde hace muchos años, viven en ella su hijo Gregorio Chavarrias González con su esposa Carolina González Rustarazo.
Casa número 48.- En ella habitaban el matrimonio formado por Emiliano González Royo y Nicolasa Rustarazo López junto a sus hijos Pedro, Manuel, María Paz, Carolina y Laureano; los otros hijos Severína, Blas y Rogelia debieron de morir siendo niños. María Paz se hizo monja y marchó pronto del pueblo y Pedro se fue a Valencia; Laureano, que de niño tenía una habilidad especial para el dibujo, también emigró muy tarde y Manuel y Carolina se quedaron a vivir en Griegos.
Casa número 49.- Propiedad de Faustino Lahoz Chavarrias viudo de Isabel Martínez Lahoz; sus tres hijos mayores Jesús Benito, Francisco y Manuela debieron de morir siendo niños.Después vendrían Jesús, Saturnino, Emilia y José María; Jesús y José María emigraron a Barcelona, Saturnino lo hizo a Valencia y Emilia se casó en Bronchales.
Casa número 50.- Casa muy grande propiedad de Mariano Muñoz Gonzalez y de Eusebia Valdeolivas González natural de Huelamo, ganaderos de mucha importancia y la familia más pudiente del pueblo en ese momento. Mariano nació en Griegos el 16-8-1893 y era hijo de Inocencio Muñoz Soriano nacido en Valdecuenca en 1860 y de su esposa Amalia González Fornés, nacida en nuestro pueblo en 1856; Amalia nació y vivió en la llamada “casa del árbol” ubicada en la calle de la Iglesia núm. 95. Este edificio fue destrozado por los bombardeos de los rojos en la Guerra y en su solar, junto con muchos otros, se edificaron las Casas Nuevas. Inocencio falleció en 1947 y hay una lápida en el cementerio de Santiesteban del Puerto (Jaén) que lo dice.
Mariano y Eusebia tenían casa en Valencia con la sana intención, supongo, de que sus hijos se formaran en estudios superiores, pero vivían aquí desde siempre y, en Griegos, nacieron sus hijos Amalia, Victoria y Mariano; su hija menor Amparo nació en Valencia; Amalia contrajo matrimonio con un abogado de esa capital y allí se quedó a vivir para toda la vida; Victoria casó con un señor de Jaén y no hace muchos años edificó aquí una extraordinaria casa situada junto al camino de San Roque; Amparo se desposó y vivió en Zaragoza con Luis Calvo Garcia un médico, hijo del General de Brigada de Ingenieros del Ejército de Tierra don Isidro Calvo Hernaiz, nacido en Madrid y, nieto del Teniente Coronel de Ingenieros D. Isidro Calvo y Juana, relevante personaje que ocupó gran cantidad de destinos importantes en el Ejército y en las Academias Militares a finales del siglo XIX y principios del XX.
Don Isidro Calvo y Juana fue profesor destacado en la Academia de Ingenieros Militares de Guadalajara; dibujante excelente y autor de varios libros sobre tecnológia entre los que destaca “Aplicaciones de las oscilaciones hertzianas a la telefonía y telegrafía eléctricas sin hilos conductores” primer libro editado en España sobre esta materia, y también el titulado “Guia práctica para la contabilidad interior de los diferentes Cuerpos del Ejército” por el que es condecorado con la Cruz de primera clase del Mérito Militar con distintivo blanco. Mente privilegiada, traducía tres idiomas: francés, ingles e italiano; fue autor, también, de infinidad de artículos publicados en revistas técnicas especializadas y participó en varias misiones científicas para la implantación en España del teléfono y del telégrafo y asimismo en aspectos relacionados con la propulsion por ondas de globos aerostáticos y torpedos.
Fue condecorado muchas veces por méritos de campaña como destacado militar en África y también por sus aportaciones académicas a la ciencia española que, en aquellos años, a lo lejos y en el horizonte, ya los hombres dedicados al conocimiento, vislumbraban el incipiente e imparable tránsito hacia la modernidad. Falleció este gran hombre en Málaga el 14 de mayo de 1928
El abuelo materno de Luis, D. Gregorio A. García, fue médico del hospital de Zaragoza y además matemático; ejerció como Catedrático de fisiología en la Universidad de Zaragoza, fue Presidente de la Real Academia de Medicina de la capital aragonesa y Doctor por la Universidad Central de Madrid; como matemático desempeñó el cargo de profesor de cálculo diferencial e integral y de mineralogía en la Facultad de Ciencias de Valencia.
Don Isidro hijo, por su excelente hoja de servicios, fue nombrado Jefe del organismo Dirección General de Regiones Devastadas de Teruel por las más altas instancias del Estado. Dirigió la construcción del pueblo nuevo de Belchite y allí hay una calle erigida en su honor. También se encargó de reconstruir algunos monumentos de Teruel capital entre los que destacan la reconstrucción del acueducto de los Arcos y la reparación y urbanización del muro y del paseo del Óvalo.
En Griegos fue el Director técnico y económico de las obras de reconstrucción del pueblo medio arrasado y, al descubrir sus bellezas naturales pronto se enamoró del mismo y, sobre todo, de su privilegiado entorno.
Trabó buena amistad con Mariano Muñoz y tanto le gustaban los encantos mediambientales y la riqueza cinegética de Griegos que decidió aceptar la invitación de su amigo y traer a toda su familia a veranear aquí durante varios años seguidos, hospedándose en la casa de Mariano y buscando, sin duda, la salud de la alta montaña para los suyos, la caza a la que era aficionado y, la placidez del mundo rural y sus tranquilas costumbres sin sospechar que de esa amistad nacería la relación de su hijo Luis, con Amparo, hija de su amigo Mariano, compromiso que terminaría en feliz matrimonio.
La nieta de don Isidro, Pilar Calvo me contaba sus maravillosas experiencias y aventuras de niña en sus memorables veraneos en Griegos. Su mayor alegría era cuando le dejaban subir a los trillos y dar vueltas y más vueltas en la era tal que si de una noria al ras del suelo se tratara. También le encantaba jugar al escondite por el pueblo y sobre todo sus excursiones familiares por la Dehesa que la llevaban a veces hasta la fuente Cobeta saboreando, con una alegria antes nunca sentida, su libertad sin límites.
Mariano hijo debió de morir siendo un niño. En esta casa, que fue vendida no hace mucho tiempo por la familia Muñoz, hay ahora un negocio o establecimiento de turismo rural.
Casa número 51.- El matrimonio formado por Manuel Blasco Punter (albañil de Teruel que llegó con la reconstrucción) y Petra Pérez Lazarán vivieron en este inmueble hasta su temprana marcha a Puerto de Sagunto. Aquí tuvieron a Arturo y Ramona. Después lo habitó Ángel Sáez González con su esposa Teresa García Lazarán y sus hijos Pepe, María Jesús y María del Carmen; más tarde nacería Yolanda. Pepe, con el paso de el tiempo, fue un industrial importante del ramo de la madera propietario de una fábrica de muebles en la provincia de Tarragona
Casa número 52.- Pedro Miguel Lahoz Barquero y su esposa María Abad Edo (de Cascante del Rio) vivían en esta casa con sus hijos Domingo, Fernando, Gabriel, Eloy, Francisco, Manuel, Diocleciano e Isabel.
Francisco aprendió de su maestro José Pérez Lazarán el oficio de albañil y lo ejerció toda su vida; Manuel se marchó a Barcelona y se casó con Elisa la hija de Ataulfo Herranz Martinez que emigró muy joven a aquella ciudad catalana y alli fundó una importante empresa de fabricación de plateria, lámparas de bronce, muebles y otros artículos de decoración y colocó en la misma a muchos familiares del pueblo; Isabel se marchó a la provincia de Huesca con su marido Luis García Ibañez; los demás, siempre fueron pastores desde niños y, cuando crecieron, fueron ganaderos trashumantes de importancia. Gabriel, siendo casi un niño, era el cabrero de todas las cabras propiedad de los vecinos de Griegos. Era curioso escuchar de buena mañana el cuerno o caracola que hacía sonar el muchacho para que los vecinos llevaran cada uno sus cabras a la plaza, lugar de donde saldría la cabriada para pastar todo el día por las montañas y lomas del término municipal. Al anochecer, de vuelta, dejaba a las inteligentes cabras en la plaza y cada una de ellas se iba a su casa sin que nadie fuera a recogerla; pero mi cabra debia ser una cabra muy religiosa. Y digo que debía ser muy religiosa porque muchas veces cuando volvía del campo, al anochecer, en vez de venir a casa, siempre se iba junto con otras pocas cabras a refugiarse en el porche de la Iglesia; eso me hacía más facil su búsqueda porque ya sabía de antemano donde encontrarla.
Cuando a Gabriel no le interesó el trabajo de cabrero y se mudó a ser pastor de sus propias ovejas, cada propietario iba a apacentar todas las cabras del pueblo por turno rotatorio tantos días como cabras tenía. A mí, con mis pocos años, me tocó ir algún día de cabrero y no tengo recuerdos especialmente buenos de aquella aventura; leía por la mañana alguna novela de vaqueros de el Oeste americano para entretenerme, pero aún así, se me hacían los días larguísimos. Por la tarde estaba tan harto de bregar con el rebaño, que desahogaba mi mal humor y mi sentimiento de cólera tirando piedras a la cabeza de los indefensos animales; confieso que en esos momentos odiaba a las cabras.
También vivía en esta casa Teodoro Lahoz, soltero y hermano de Pedro Miguel, de pies deformados y que fue alguacil y pregonero del Ayuntamiento durante muchos años.
Casa número 53.- Casa en donde estaba instalada la fragua particular del herrero Rufino Marqués Caenas y su esposa Vicenta González Royo; sus hijos fueron Domingo, Esmeralda, Avelino y Vicente. Todos marcharon muy pronto del pueblo, alguno a Canarias y otros, ignoro el destino. Esta casa, remodelada por dentro, es ahora propiedad de Miguel Ángel Gómez Domingo hijo del insigne Gerardo Gómez Herranz. El hijo de Miguel Angel, con el mismo nombre que su padre y arquitecto de profesión, se ha hecho muy famoso en toda España por sus profundos conocimientos de todas las ramas del saber, demostrados en los concursos culturales más prestigiosos de varias cadenas de television, concurrencias que le han proporcionado pingües beneficios.
Casa número 54.- Habitada por Jorge Herranz Pérez y su esposa Francisca Sorando Pérez con sus hijos Marcelino, Eleuterio y Celestina. Ésta murió al poco de casarse en Barcelona lugar en donde marchó junto con su hermano Eleuterio; Marcelino emigró a Valencia, y hace pocos años ha vuelto otra vez al pueblo donde reside actualmente en esta misma casa en compañía de su esposa Soledad González Arauz y su hijo Emilio.
Fiestas Mayores. El Alcalde Francisco Arauz Belinchón, los toreros y Eusebio y Teodoro Gonzalez Arauz y Laureano Gonzalez Rustarazo con sombrero.
Casa número 55.- En esta casa habitaban Antonio Marqués Lapuente y su esposa María Martínez Pérez horneros del pueblo en el horno propiedad del Ayuntamiento. Tuvieron a Antonio, Presentación, Elena, Salvador y Francisco. Excepto Presentación, que murió de niña, todos los demás hijos emigraron a Barcelona.
Casa número 56.- Vicente Casas Bolos y su esposa Teresa Lapuente Domingo vivían en esta casa junto a sus hijos Florentina, María y Ramón; éste emigró a Valencia y también habían tenido a las mellizas Pilar y Teresa que murieron de muy niñas. Esta casa, durante el verano, fue alquilada muchos años por Gregorio A. Gómez Domingo, eximio poeta y literato que nació en Griegos el día 2 de noviembre de 1929 y falleció en Valencia el pasado 14 de Julio de este año 2020
Fue Gregorio el segundo de nueve hermanos y la familia se trasladó desde Griegos a Teruel en el año de 1931 donde su padre Gerardo ejerció de Oficial mayor del Ayuntamiento de la capital. Gerardo fue autor de numerosas publicaciones costumbristas firmadas con el seudó nimo de “El Duende del Castillejo” y de quien Gregorio heredó la pasion por las letras.
El joven Gregorio, estudio Bachillerato y Humanidades en el seminario de Albarracín y, en Barcelona, Filosofía, Historia y Literatura. Después, desligado de los seminarios, ejerció de funcionario del Ayuntamiento de Teruel desempeñando la dirección del Archivo Municipal y la Depositaría y alternó su trabajo con la publicación de artículos costumbristas y culturales en el periodico Lucha, -actual Diario de Teruel- donde plasmaba hechos, sucesos, costumbres, leyendas y muchas más cosas de Teruel y su provincia y también colaboró en las tertulias de Radio Teruel donde se hizo muy popular durante varios años por sus guiones costumbristas, baturros, de la tía Emerenciana etc. En aquellos años publicó una “Guia turística de bolsillo de Teruel” y “Arte, Historia y Leyendas de Teruel” que se vendió en 1964
Terminados los años sesenta de el siglo pasado Gregorio marchó a Guatemala becado por el Gobierno español, en un programa de cooperación del Ministerio de Asuntos Exteriores en el que tuvo la responsabilidad de gestionar y modernizar la emisora Radio Chiqué, dirigida por los misioneros del Sagrado Corazón. Realizó en el transcurso de sus veintitrés años de estancia en aquel país una inefable labor de difusión cultural y como dato anécdotico de su turolensismo, la sintonía de su emisora incluía siempre una jota aragonesa.
Desde allí seguía colaborando con Lucha, Heraldo de Aragón y la revista Madre y Maestra y fue corresponsal del periodico el Diario en Hispanoamérica. También regentó en Managua la cátedra de Literatura Hispano-Guatemalteca, así como también la escuela de Magisterio de la ciudad.
En los años noventa del pasado siglo regresó a Teruel oficialmente jubilado, pero con ánimo de bucear en los archivos para seguir publicando textos costumbristas colaboró como autor principal en la escritura del libreto de los actos de las Bodas y en especial del “Romance de ciego”y “Los Amantes de Teruel” que cierra cada año en febrero la representación histórica quizá más importante de toda España.
Entres sus obras destaca el “Romance de amor hallado” (1997) editado por el Centro de Iniciativas Turísticas de Teruel del que fue socio fundador y “Poesía de los Amantes de Teruel” (2000) así como “Un lugar para el amor” (2002) recopilando alguno de los mejores poemas que ha dedicado a Diego e Isabel.
El día 22 de enero de este 2020 el Ayuntamiento de Teruel en pleno le rindió un sentido y emotivo homenaje público en un acto celebrado en el Salón de Plenos repleto de familiares y publico en general.
En el acto, el homenajeado recibió de manos de la alcaldesa una placa con la inscripción: “El Ayuntamiento, al insigne poeta turolense Gregorio A. Gomez Domingo por su constante labor de embajador de la cultura y tradiciones turolenses en su noventa aniversario. Teruel 22 de enero de 2020”
En los ambientes intelectuales de Teruel a Gregorio se le ha considerado una especie de padre espiritual del pasado medieval turolense. Dicen de él que lo sabe todo; es el suyo un conocimiento de carácter humanista pues puede abordar los temas de interés desde diversos aspectos: poeta, músico, literato, filósofo, antropólogo y hasta teólogo. Sabe elegir siempre el punto de vista adecuado para responder a cuantas preguntas se le planteen en un entendimiento simplemente perfecto.
Además de dos artículos y de una biografía escritos por él que incluimos en este libro, copio una pequeña muestra de su extensa y brillante creación poética en estas cuatro poesías, tres de ellas inspiradas en nuestro pueblo:
PASANDO POR GRIEGOS
Viajero que tuviste la ventura
de llegar, visitando nuestra tierra,
y escalaste la cumbre de esta Sierra
que preside mi Pueblo por su altura.
Llegaste a Griegos, pueblo que aún perdura
tras el arduo avatar de tanta guerra
y en sus hondas raíces aún soterra
de tiempos medievales la cultura.
Son sus gentes de temple recio y duro,
sus acciones del “hago más que digo”
prestos a liberarte del apuro
y si estás solitario a darte abrigo.
Pasa dentro gustoso y te aseguro
que llegaste a la casa de un amigo.
PAN DE CIELO
¡Qué blanca nevada
cayó sobre el pueblo
en la primavera
pasado el invierno!
Migajas pequeñas
de pan de los cielos
que mandaba Cristo
a sus pequeñuelos;
cual las margaritas
que en el prado hay cientos
pasaron las Hostias
a labios hambrientos
de la union con Cristo
ardiendo en deseo.
Hijos de pastores
de color cubiertos
que en el hato visten
los puros corderos
Juan Pascual, Vicenta,
María Rosa fueron
amigos de Cristo
con sus compañeros;
los pájaros rien
saltan sus polluelos
piensan que los niños
habrán de ser buenos
no escarzarán nidos
entre los aleros
ni les pondrán lazos
allá en el reguero.
¡Que blanca Nevada
Ha caido en Griegos!
LA VERANEANTE
Ví a la veraneante
que ha venido a Griegos
y el alma se me destroza
por cada vez que la veo
con esas blusas de encaje
y falda de color negro
y esos ojos que me miran
y me parecen luceros.
Padre, que quiero olvidarla
y que olvidarla no puedo.
Esta tarde yo la he visto
cuando araba en “Los Terreros”
que marchaba hacia “La Muela”
subiendo por el sendero
y por mirarla los surcos
salían menos derechos
y sentía yo una rabia
requemándome por dentro
por no ser en la ciudad
aunque fuera un jornalero
y ahora que estoy aquí
de todo esto me avergüenzo.
Padre, la quiero olvidar
porque lo mio no es eso
que lo mío es esta tierra
que viene de los abuelos,
es tratar con los abrios
y entender con los aperos
y buscarme a una mujer
de las que cria el terreno
con el nombre de Pilar
y con el color moreno
bien curtida en el trabajo
y criada aquí en el pueblo.
INTRODUCCION
Un verso me pediste
sí, me pediste un verso,
por eso amiga mia,
solamente por eso,
lo escribí en un instante
y aquí te lo presento.
Como aquel que regala un juguete
o un caramelo
como se hace una suave caricia
o se da un beso;
cual si fuera una rosa aromada,
cual un clavel abierto,
en un sobre pequeño
cerrado te lo ofrezco.
Engarzando una a una palabras
convinando al azar pensamientos,
he formado un collar de palabras
que engarzo en tu cuello.
Casa número 57.-En esta casa habitaba Sotero Arauz Pérez con su segunda esposa María Hernández (de Bronchales) y sus hijas fueron Domitila y Laura; de su primera esposa Juliana Soriano Pérez le habían nacido Isabel, Ángeles y María Magdalena. Domitila profesó de monja en Zaragoza y Laura ha vivido siempre en Griegos con su esposo Marcelo González López (de Villar del Cobo); María Magdalena murió siendo niña e Isabel y Ángeles emigraron a Valencia siendo muy jóvenes.
Casa número 58.- Antonio Belinchón Pérez y Francisca Aparicio Romero habitaban esta vivienda y aquí nacieron sus hijos Isidoro, Pedro, Alfredo, Nieves y Purificación. Isidoro murió siendo un niño y los restantes, cosa curiosa, continuaron solteros durante toda su vida y emigraron a Barcelona los cuatro. En el solar de esta casa mi tía Otilia edificó un inmueble de dos viviendas propiedad ahora de sus dos hijas María Luz y Paquita.
Casa número 59.- En esta casa vivía Leonor Ibáñez Chavarrias viuda de Mariano Martínez Garrido. De este matrimonio nacieron Pablo, Virgilia, Balbina, Vidala, Efigenio, Aurelio y Delfina. Pablo murió víctima de la Guerra, Balbina murió siendo una niña y los demás hermanos, unos antes que otros, emigraron todos a Barcelona.
Casa número 60.- Propiedad de Pedro Martínez Pérez y Cristina Pérez Sorando. Eran propietarios de un gran número de cabras que el mismo Pedro pastoreaba. Honorina, Juan de Dios, Gregorio, Victoria, Vicenta y María fueron sus hijos de los cuales solo sobrevivieron Honorina, Victoria y María; Honorina y Victoria marcharon las dos muy pronto a Puerto de Sagunto y María vivió siempre en Griegos.
Cristina gozaba de buena fama en el pueblo por ser conocedora de plantas medicinales y otros remedios de curación casera con los que intentaba sanar a las gentes enfermas que acudían a ella en busca de curación. Algunos malintencionados la tildaban de bruja
A la muerte del matrimonio se remodeló la casa por los compradores Virgilia Martínez Ibáñez y su esposo Mariano Sorando Martínez. De este matrimonio nacieron Jacinta, Mariano, Pablo y María Jesús y toda la familia emigró a Barcelona
Casa número 61.- Marino García Sanz (de Orea) y Ramona Ibáñez Soriano vivían en esta casa hasta su marcha a la provincia de Huesca a uno de los 314 pueblos nuevos que se construyeron en toda España, con la misma estructura, por el Instituto Nacional de Colonización del Ministerio de Agricultura en una colosal operación de reforma agraria jamás emprendida antes en España. Esta profunda reforma social y económica de la tierra, llevada a cabo en las cuencas de los ríos, produjo grandes beneficios sociales para los campesinos escogidos y el campo español se transformó, reactivó y modernizó mediante la construcción de grandes pantanos, canales y acequias. Fueron 55.000 familias, fundamentalmente numerosas sin tierras en propiedad, las que abandonaron sus hogares en busca de un futuro mejor en los flamantes pueblos.
El Estado, sin muchos recursos para cubrir las necesidades de la nación y en un acto de justicia social sin precedentes conocidos, proporcionó a cada uno de los colonos una amplia, saludable y funcional casa de labradores, diez hectáreas de tierras de regadio, una vaca, una yegua y los aperos correspondientes. Los arrendadores se obligaban a devolver poco a poco el importe en cuarenta años de plazo para la casa, y treinta para las tierras, hasta lograr entonces la total propiedad de los bienes que el Estado les entregaba tan favorablemente.
Los hijos de este matrimonio fueron Luis, Delfina, Inocencia, Humberto, Enriqueta, Mario, Angelita y María Esther.
Fiestas mayores . De izquierda a derecha los niños Luis García Ibañez, Alberto Soriano y Manuel Lahoz Abad . Al fondo los edificios del lavadero (desaparecido) y las escuelas.
Casa número 62.- En esta casa vivía Fausto Eraús Corral y su esposa Victoria Lahoz Saiz, (de Huélamo). José y María del Pilar fueron sus hijos; José emigró a Barcelona y Pilar siempre ha vivido en el pueblo junto a su esposo Rafael Pérez Belinchón.
Casa número 63.- Mariano Pérez Lazarán y Rosa Domingo Fornés habitaban esta casa con Marcos padre de Rosa y un solterón creo hermano de Mariano, cuyo nombre no recuerdo que apodaban el “caguetillas” y que fue durante algún tiempo guarda rural. En la planta baja explotaban un negocio de horno de pan. Los hijos de este matrimonio fueron Silviano, Encarnación, Dolores, Bernarda, Manuel, Marcos y Cecilio; estos dos últimos marcharon a Barcelona y Lola lo hizo a Ciudad Real junto a su esposo Luciano Sorando Ibáñez. Los demás han vivido siempre en el pueblo, siendo Manuel junto con Pedro Lapuente otro de los músicos de bandurria o laúd más notables del pueblo y Bernarda debió de morir siendo una niña.
Casa número 64.-Manuela Ibáñez Chavarrias, viuda de Timoteo Lapuente Arauz, muerto en acto de guerra, vivía en esta casa en compañía de sus hijos Teodora y Pedro su actual propietario; Teodora marchó del pueblo y creo que nunca ha vuelto y su hermana mayor Piedad se casó años antes con Moisés Cavero López de Noguera de Albarracín y a esa localidad se marchó a vivir.
Casa número 65.- En esta casa habitaron hasta su marcha a Sagunto las hermanas solteras Eusebia y María Sorando González. Eusebia casó con un señor saguntino y el matrimonio explotaba una vaqueria en aquel lugar. Mas tarde habitaron en esta casa, por compra, la familia de “Los Minas”, ganaderos procedentes del poblado de La Chaparrilla. Ahora la casa está en venta y seguramente es el inmueble más antiguo del pueblo.
Casa número 66.- Anastasia Ibañez González viuda de Cesáreo Soriano Pérez vivía sola en esta casa; los hijos de Anastasia y Cesáreo fueron Inocencio y Alberto y Cesáreo había tenido a Marina de un anterior matrimonio; de Marina ya hemos hablado (Casa número 12), de Inocencio hablaremos más adelante y de Alberto diremos que ejerció de Policia Nacional en Teruel durante muchos años.
Gregorio A. Gómez Domingo me regaló este relato que él había escrito sobre Alberto:
Eran los años anteriores a la Guerra del 36 tiempo en el que los jóvenes alargaban la fiesta como máximo hasta las doce de la noche porque al día siguiente tenían que trabajar de sol a sol. Entonces los jóvenes sabian divertirse y al mismo tiempo trabajar muy duro, apreciarse y respetar a los mayores.
Pero la más emblemática pareja de mozos divertidos para ir de bureo, era sin duda la, que formaban el “Moreno de Griegos” y el “Señorito de Ródenas”; pocos sabían fuera de su pueblo que el Moreno se llamaba Alberto Soriano, y que el Señorito era Luis Julián, de la casta de los Catalán de Ocón. Esta pareja tenía la virtud de que en todos los pueblos eran bien recibidos porque sabían como nadie animar las fiestas del lugar. El Moreno de Griegos lo mismo hacía trinar a la bandurria, que cantar a la guitarra o arrancar del acordeón las dulzuras de una milonga o las fanfarrias sentimentales de un tango de Gardel.
Hoy en día, es fácil organizar una fiesta; contratar un conjunto de esos que andan cargados de focos y de máquinas del púm-púm, dándole a la música en ruido lo que antes se le daba en melodía; pero entonces las fiestas eran más entrañables. Enseguida el Moreno organizaba la rondalla que sálía corriendo el pasacalles, para anunciar los comienzos del baile, los mozos se iban agregando, y las manadas de crios se apegaban como las moscas a la miel, y las mozas ya sabían que era la hora de los últimos retoques antes de acudir a la plaza. Y empezaba el baile bajo la mirada inquisidora y vigilante de las madres para evitar que los mozos se arrimaran demasiado a las doncellas que habían de llegar vírgenes al matrimonio.
Y todos disfrutaban de la fiesta; los jóvenes por supuesto, las niñas ellas con ellas, los crios correteando entre las parejas y, hasta las casadas llegaban al marido y le decían: venga, só pasmao vamos a dar unas vueltas. Las autoridades presidían el inicio del baile acompañados del señor cura (El señor cura no baila/porque lleva la corona/señor cura, baile usted/que Dios todo lo perdona).
Y todas estas fiestas eran amenizadas por los propios mozos de el lugar organizados por el Moreno de Griegos; solo el Señorito de Ródenas no tocaba, no sé si porque no sabía o porque no queria perderse un solo baile. Y en acabando la fiesta, volvía la normalidad y se ocupaban del trabajo, mientras la pareja de animadores se iban para su pueblo a trabajar tan alegremente como habían ido a la fiesta.
Y un día vino la Guerra que todo lo cambió y mientras el Moreno andaba con sus segadores, que eran peones que venían de otros lugares de España para trabajar en la siega, se presentó en Griegos el Señorito con un camioncillo lleno de mozos. ¿Donde la vamos a hechar hoy con tanta gente?, preguntó el Moreno. No vamos de fiesta, le contestó el Señorito, vamos a la Guerra. Subiendo a la cabina con su amigo se fueron a Teruel y se incorporaron en las Guerrillas de Aguado. Para aquel par de alegres serranos lo mismo era ir al trabajo que a la fiesta o a la guerra, ellos valían para todo.
Y un día llegó, que en Teruel no había carne y uno de los jóvenes soldados dijo que él sabía de una paridera en un monte cercano en la que el enemigo había reunido una buena punta de ovejas requisadas. A por ellas, gritaron todos, y a buscarlas se fueron por las rutas del Alfambra. El Señorito capitaneaba y el Moreno comandaba; salieron cantando el Himno de la unidad guerrillera, el que les escribió mosén Pumareta y musicalizó el maestro Mingote, y avanzaban, pero el enemigo se defendía desde lo alto, no queriendo perder su presa; aquel día el Señorito andaba mal de la oreja y no podia oir el susurro maligno de las balas y, pistola en mano, avanzó llamándolos a todos.
El Moreno se le hechó encima y lo tiró al suelo diciendo: ¡que nos llevas a la muerte! o ¿es que no oyes las balas?. Pero todo no quedó en eso, pues al atardecer, volvían como pastores los que salieron como guerrilleros, contentos de que Teruel no careciera de carne para comer.
Y otro día, estaban al pie de un monte donde reinaba un hermoso pueblo, pero un nido de ametralladoras les impedía el avance y el jefe se acercó al Moreno y le dijo: nos están asando, toma tu gente y mira a ver lo que puedes hacer. Muchachos, dijo el Moreno, los que quieran bailar esta tarde en ese pueblo que me sigan. Y tomando sus precauciones salieron de las trincheras reptando, cual si fueran culebras y, vaciando sus bombas en el nido, acallaron el tartamudeo mortal, pero siguieron hasta el pueblo y lo tomaron; mandó a dos a la torre de la iglesia a ponerle bandera española y lanzar al vuelo las campanas. Él, entretanto, corrió todo el pueblo buscando guitarras y bandurrias y mozas bailadoras; la gente se agolpó en la plaza y cuando llegó el jefe y vió los preparativos, le preguntó y el Moreno solo contestó que iban a celebrar la toma del pueblo. Inició el rasgueo de la jota y comenzó una de tantas fiestas como solo el Moreno de Griegos sabía amenizar.
Estos eran los jóvenes de entonces; lástima que todo ello ha quedado solo para el olvido y dejó de sonar aquella copla que decía: Ahí vá el Moreno de Griegos/y el Señorito de Ródenas/que rompen los corazones/de las mozas de la Sierra.
Al volver a Griegos desde Orcajo lugar donde mi padre había ejercido como encargado en una gran finca agrícola a lo largo de siete años, mis padres Marcelino Herranz Pérez y Victorina Martínez Gómez junto con mis hermanos Gregorio, Marcelino y Paquita nos instalamos en esta casa como alquilados durante ocho años hasta nuestra marcha a Puerto de Sagunto. Pocos años después de llegar, se mudaron a vivir con nosotros la familia del sastre Silviano Royo Ibáñez pariente de Anastasia. Actualmente la casa pertenece a los herederos de Victoriana, hija de Silviano y, en su planta baja hay instalado un bar.
Esta es una gran casa, pues además de la planta baja tiene tres plantas más, como se aún puede observar.
Al entrar a vivir en ella me llamaron poderosamente la atención dos “misterios” que había en esa casa y que no he podido resolver nunca. El primero era la procedencia de unas probetas de cristal y otras vasijas de laboratorio que llenaban un armario grande; en otro parecido, lucían gran cantidad de antiguos y bonitos libros de filosofía, física y matemáticas superiores perfectamente encuadernados y conservados. ¿A quien habrían pertenecido esos objetos que demostraban tan alto nivel cultural impropio de un pequeño pueblo de labradores?
El otro “misterio” que tanto me atormentaba fue la muerte de Inocencio pocos meses antes de llegar nosotros y que tuvo lugar en la misma habitación en que dormía mi familia.
Inocencio era un mozo soltero y bien parecido; pertenecía a Falange Española y de las JONS y quizá por ello era dueño de una pistola. Unos dijeron que llevaba el arma en el bolsillo del abrigo y al tirarlo sobre la cama para acostarse en una habitación sin luz, no midió bien la distancia, el abrigo se cayó al suelo y la pistola se disparó fortuitamente e hirió de muerte al joven; otros comentaron que simplemente se suicidó.
Aconteciera de una manera o de otra, la verdad es que el triste suceso conmocionó al pueblo y yo pasaba verdadero pánico durmiendo en la misma alcoba en la que había dormido Inocencio, dando mil vueltas en la cama e imaginándo con pavor que, en cualquier momento, aparecerían por allí tanto el difunto como otros malignos e invisibles espíritus como el diablo o la caranjaina.
LAS CASAS NUEVAS
Este grupo de once viviendas todas iguales, merece una descripción aparte y también algún comentario sobre ellas.
Griegos, como hemos visto, había quedado medio destruido por los efectos de la Guerra Civil en la Batalla del Alto Tajo el día 4 de agosto de 1938 día en el que también murieron veinte vecinos al huir del horror de las balas y de los bombardeos de la artillería roja sobre el pueblo.
Como en tantas y tantas poblaciones de España que padecieron esta misma calamidad, el Nuevo Estado acometió su reconstrucción con pocos medios pero con el mejor ánimo social, firme decisión empresarial y eficacia económica. Se construyeron más de seis millones de nuevas viviendas sociales por todo el territorio nacional y, una vez construidas, se entregaron a los beneficiarios con familias numerosas o más necesitados, por un módico precio mensual de alquiler y derecho a compra final, como muy bien supo mi familia, adjudicataria de una de estas viviendas en Puerto de Sagunto en el año 1957; en Griegos para tener derecho a una gran casa, muchísimo más ámplia y de mayor calidad que las de las ciudades, era condición “sine qua non” tener algún familiar directo muerto en la cruel batalla que tanto dolor causó.
Por su padecimiento y destrucción, el nuestro fue uno de los escasos pueblos en toda España adoptado por el Jefe del Estado, Generalísimo Franco y, en septiembre de 1941 bajo los felices auspicios de ese infrecuente padrinazgo se aprobó el magnífico proyecto presentado por el arquitecto D. José María Galán y bajo la dirección política y económica del General de Ingenieros D. Isidro Calvo Hernaiz, proyecto que suponía la construcción de un pueblo prácticamente nuevo en el que se incluían 60 viviendas económicas para labradores, una flamante plaza formada por el Ayuntamiento con servicios de juzgado, cárcel, correos, estanco y teléfono, un edificio de hospedaje para veraneantes y transeúntes, un hospitalillo, un botiquín o farmacia, un casino y dos viviendas para el Médico y el Secretario; todos estos edificios estarían unidos por trece elegantes y vistosos porches en su planta baja. También el plan contemplaba la construcción de un Cementerio nuevo a 500 metros del pueblo, una Industria de serrería-herrería sobre solar de 1252 metros cuadrados al que conocimos con los cimientos construidos, unas Escuelas unitarias, Casas para Maestros, Frontón junto al patio de las escuelas y, por último, el Edificio de esparcimiento en el Ayuntamiento viejo.
Lo acertado del proyecto de la construcción del edificio de hospedaje viene avalado por un artículo en el Diario “Acción” del día 9 de Julio de 1933 que dice entre otras muchas cosas: “Este pueblo reune excelentes condiciones para estación veraniega por su altura y saludable clima de que disfruta, así como la buena calidad de la alimentación. La llegada de turistas se consiguirá en cuanto se ponga en circulación la carretera, casi terminada, que comunicará al pueblo de Griegos con la carretera de Albarracín- Orihuela del Tremedal”.
La ejecución completa de lo proyectado hubiera hecho de el nuestro, con mucha diferencia, el pueblo más importante de la Sierra de Albarracín. Lamentablemente el proyecto solo se materializó en una pequeña parte por discrepancias entre los vecinos y al final nada más se edificaron once Casas económicas de labradores, la Casa de los maestros, las Escuelas unitarias, la Ermita de San Roque, el Lavadero y se reparó el Ayuntamiento, el edificio del Horno y la Iglesia Parroquial muy dañados por la Guerra.
Las muchas casas particulares que quedaron destruidas no se beneficiaron del proyecto de reconstrucción y volvieron poco a poco a ser reedificadas a lo largo de más de treinta años por sus propietarios o descendientes que se vieron obligados a emigrar por carecer de vivienda habitable al acabar la contienda. Las heridas de la Guerra fueron visibles durante muchos años en el casco urbano de Griegos, hasta que aprovechando el boom economico de los años 1960 y 70 los dueños de esas casas destruidas las volvieron a levantar otra vez para pasar las vacaciones de verano en su casa del pueblo al que tanto aman.
Las Casas para labradores, que causaron admiración en aquel momento, son unos inmuebles de dos plantas, buenos materiales y perfecto trazado tal como aún se puede comprobar; constan de la vivienda propiamente dicha y anejos. En la planta baja zaguán, una habitación, amplia cocina-comedor con chimenea, despensa y retrete; en el primer piso tres espaciosas habitaciones (una con balcón) y un granero. Los anejos corresponden a servicios agrícolas y constan de amplio corral, cuadra, cochineras, gallineros y pajar sobre la cuadra con acceso al mismo por una escalera en el corral.
Las condiciones de venta de las casas eran absolutamente favorables para sus dueños pues pagaban una renta mensual de 10,50 pesetas durante cuarenta años si mi memoria no me falla. Para darnos cuenta de la magnanimidad del Estado en este asunto diremos que una mula en esa época costaba 1500 pesetas según está documentado en mi libro “Griegos.Crónicas de siglo XX”.
Continuamos con la descripción de las familias que ocupaban estas viviendas.
Vivienda número 67.- Isabel Aguirre Soriano viuda de Bartolomé Chavarrias Martínez, vilmente asesinado con ensañamiento durante la guerra, ocupó esta vivienda con sus hijos Marino, Fructuosa, Sebastián, Pío y Ana; Fructuosa murió siendo niña y los demás hijos emigraron a Barcelona. Cuando Marino, sacristán de la parroquia igual que su padre, se casó con Francisca Eraús Corral y, hasta su marcha a Barcelona, habitaron en esta casa junto a su madre y hermanos. De este matrimonio nacieron María, Presentación, Josefa y Bartolomé.
Para conocer mejor a esta familia, y aunque ya publicamos este artículo en mi libro “Griegos.Crónicas del siglo XX” transcribimos otra vez aquí por considerarlo idóneo para este lugar, un artículo de Gregorio A. Gómez con algunas añadiduras mias, escrito en el Diario de Teruel el domingo 17 de septiembre de 1995 titulado:
DE SACRISTAN A MARTIR
“En estos días que Teruel prepara la fiesta en que será beatificado el Obispo Martir, es bueno que traigamos al recuerdo a otros turolenses que, con similares merecimientos, no alcanzarán la honra de ser glorificados, pero que no por eso han de ser olvidados. Sirva este testimonio mio para rendirles homenaje, tanto más merecido, cuando más humilde fue su condición.
¡Así fue su historia, tío Bartolomé Chavarrías Martinez! Usted fue uno más de los mártires, porque usted era el sacristán de Griegos y por ese motivo, fue sacrificado en aquella segunda mitad del mes de enero de 1937. También usted estará por allá arriba, preparando la fiesta que celebrarán con motivo de la beatificación de estos tres turolenses. Usted tío Bartolo sabe que por más exaltaciones que hagamos aquí abajo, allá arriba donde todo es justicia y equidad, ni les aumentarán sus méritos a ellos, ni a usted se los rebajarán. Usted es un serrano humilde y bueno al que nunca gustó la alabanza humana si no la gloria divina. Tal vez en su modestia, se considere indigno de una exaltación como esta, pero bien lo merecía.
¿Recuerda usted tío Bartolo?. Aquél día del otoño de 1936 la paz pueblerina que se respiraba, fue quebrada por los disparos al aire de los “rojos” que entraban a conquistar el pueblo para su causa; no hubo muertes de personas, pero acabaron a tiros con todos los cerdos, gallinas y otros animales que encontraban por las calles. Luego vino la pira inquisitorial y, animados los anarquistas por el delirio de sus revolucionarias ideas de crear un mundo absolutamente nuevo sin Estado, sin Gobierno, sin Dios y sin Religion, quemaron los altares, las imágenes y demás muebles y enseres de nuestra Iglesia dentro de la cual plantaron su cuartel general. También quemaron el armonio que fue regalo de Juan Correcher Pardo a la Parroquia con motivo de la venta de sus fincas a Griegos a principios de siglo. Después, con ignominia, prendieron fuego a todos los archivos de la Casa Parroquial y del Ayuntamiento desapareciendo, para desgracia de nuestro patrimonio grieguense, todos los antiguos registros y otros testimonios culturales, históricos y personales que a lo largo de siglos se habían ido creando.
Pero la furia iconoclasta necesitaba de más y más víctimas y pidieron ir a por el cura de la parroquia para matarlo y los del Comité les dijeron que estaba en Teruel. No está el cura, comentaron contrariados pero está el sacristán y, para colofón de su obra criminal, ocurrió lo que usted bien recuerda.
Y por la noche, mientras usted cenaba con la tía Isabel y sus cinco hijos, llegaron algunos del comité con varios milicianos y se lo llevaron a la casa del partido, donde lo tuvieron apresado. ¿Y a qué le sonaba a usted, tío Bartolo, acostumbrado a tantas ceremonias fúnebres, cuando sus captores le cantaban el entierro, entre golpes y burlas? ¿Es cierto que a usted le clavaron banderillas como si fuera un toro? Después lo bajaron a Torres de Albarracín donde cada día lo sacaban a fusilarlo y que decían perdonarlo si levantaba el puño, y usted no quiso
A la semana de este martirio se lo llevaron hacia el pueblo de Terriente, pero no llegó allí, pues en las cercanías de aquel lugar lo castraron y lo remataron, enterrándole con la mano izquierda en alto fuera de la tierra.
Y usted murió, y mientras lo castraban y lo mataban, usted no gritaba aquello de Viva Franco y Arriba España, usted murió gritando hasta que su voz se le apagó, el grito de ¡Viva Cristo Rey!
Usted tío Bartolo, no solo es un martir, a usted, cualquier régimen político debiera haberlo consagrado héroe. Y lo peor es que a su esposa, la tía Isabel, nunca le dieron una pension, y cuando le preguntaron si pedía justicia contra los asesinos de su esposo, contestó en un acto de perdón supremo que no quería más viudas sin esposo ni más hijos sin padre.
Yo, tío Bartolomé Chavarrías Martinez, me descubro, ya que no ante su presencia, sí al menos ante su recuerdo”.
Casa número 68.- Juan Pascual Domingo Ibáñez, Alcalde de Griegos y su esposa Vicenta Martínez Fornés (del Villar del Cobo) ocuparon esta vivienda a partir de su matrimonio en1951; sus hijos fueron Juan Pascual, Ramón y María Vicenta de la Cruz. Ésta emigró a Barcelona y Ramón y Juan Pascual han vivido siempre en el pueblo.
Casa número 69.- Consolación Martínez Gómez, esforzada, simpatica, refranera acertada y, sabia mujer, viuda de Daniel Lahoz Chavarrías muerto en acto de Guerra, habitaba esta casa junto a sus hijos Nicolás, Sagrario, Gloria y María. Gloria, seguramente con una beca del Estado por ser hija de caído, estudio su carrera de enfermera en Elizondo (Navarra). Primero María y luego todos los demás hijos, y al final también Consolación, emigraron a Hospitalet de Llobregat y otros lugares de Barcelona donde viven todos sus descendientes; Agustina murió siendo una niña.
Casa número 70.- Cecilio Bolós Gil, Alcalde de Griegos en aquellas fechas, y su esposa Fidela Ibáñez García vivían en esta casa. José el padre de Cecilio y, él mismo, ejercieron durante muchos años, de encargados de los rebaños de ovejas de los señores Santa Cruz como ya se ha dicho, actividad que les proporcionaba pingües beneficios ya que el abuelo José al acabarse la Guerra, además de las tres casas, tenía ahorradas unas 40.000 pesetas en Papel del Estado que repartió entre su esposa Ángela y sus hijos Cecilio, Paulina y Vicenta. Los descendientes de Cecilio y Fidela fueron: Ángela, José, Ciriaca y Juan y emigraron todos a Madrid siendo todavía muy jóvenes, excepto Juan que lo hizo ya casado y con tres hijas.
Ángelita y Ciriaca por recomendación de los herederos de los señores Santa Cruz, según Luis Vila Bolós, hijo de Ciriaca, entraron a servir en 1938 como doncellas de confianza de la esposa del General Franco, primero en Burgos y después en el Palacio del Pardo y ellas, a pesar de su juventud de veinte años, suplicaron a su jefa para que su marido, el Jefe del Estado, hiciera alguna gestión en favor del destruido pueblo de Griegos; bien fuera por éste o por cualquier otro motivo más técnico o político, Franco adoptó a Griegos y los beneficios de ese acto para el pueblo aún son evidentes.
Nadie, creo, les agradadeció esa intercesion y, aunque ochenta y tres años más tarde, yo desde aquí rindo sentido homenaje a estas dos anónimas y grandes mujeres de la historia de Griegos.
Ciriaca se casó en 1942 con Luis Vila Varela que ejerció en el Palacio de el Pardo como chofer particular durante 30 años, primero de la hija de Franco y después de su esposa Carmen Polo y Martinez-Valdés; por su parte, Angelita, casó con Manuel Rodriguez Tordable que desempeñó el muy importante, delicado y personalísimo cargo de secretario particular, primero de doña Carmen y más tarde de su yerno el Marqués de Villaverde, empleo que realizó hasta su salida de el Pardo en el año de 1975.
Hay un hecho o anécdota sobre esta familia que tiene su relevancia y que es la siguiente: Es de dominio público que Francisco Franco en algúno de los pocos ratos libres que su altisimo cargo le permitían, se dedicaba al noble y relajante ejercicio de la pintura. Un día la esposa del Caudillo regaló unos cuadros a Ciriaca diciéndole literalmente: Toma estos cuadros del señor.
Estas palabras no aclaraban si los cuadros los había pintado Franco o eran pinturas desechadas de la decoración de alguna estancia del palacio. El caso es que si hubiesen sido una creación del Jefe del Estado los cuadros se cotizarían como joyas de primer orden en los mercados pictóricos, pero según Luis Vila, parece que a día de hoy es muy complicado conocer al verdadero artífice de dichos cuadros y éstos continúan en poder de la familia en busca de que ojos expertos les confirmen o no sus hipótesis.
Fidela quedó muy traumatizada a consecuencias de los sucesos padecidos en la Gerra Civil pues un pelotón de soldados del bando “rojo” la llevó varias veces al paredón simulando que la fusilaban acusándale de facciosa, ya que su marido y su hijo mayor estaban en el lado sublevado.
Casa número 71.- En esta casa vivía el matrimonio compuesto por Florencio Bolós Lapuente y Maximina Belinchón Pascual. De su primer matrimonio con Pilar Herranz Pascual nació Isidoro Bolós Herranz, muerto en acto de guerra a los 20 años. María, Natalia, Fructuoso Joaquín y Pura fueron los hijos del matrimonio con Maximina. Fructuoso Joaquín murió siendo un niño y Natalia marchó muy pronto a vivir a Zaragoza donde casó con un señor que era sastre de profesión. María y Pura vivieron siempre en Griegos con sus familias.
Florencio fue Secretario de la UGT y concejal del Ayuntamiento del Frente Popular en el año 1936
Casa número 72.- Hasta su marcha a Valencia ocupaba esta casa el matrimonio formado por Emilio González Royo y Tremedal Herranz Lapuente con sus hijos Lorenzo, Agustina y José Luis. Al quedar libre se mudó a ella la familia de Ceferino Eraús Corral.
Casa número 73.- En esta vivienda habitaban Francisco Lapuente Domingo, y su esposa Amalia Rubio García junto a sus hijos Aniceta, Encarnación, Amador, Francisco y más tarde María Amor.
Amador marchó a estudiar al colegio de la orden de los Padres Paules de Teruel y ahora vive en Los Ángeles (Estados Unidos). Ha trabajado en unidades de grandes quemados y en neonatología en diferentes hospitales; también ha sido traductor y se ha especializado en afinar pianos; Aniceta emigró a Valencia en donde enfermó, por ello volvió a Griegos y aquí falleció. Encarna marchó a Suiza lugar en donde ejerció su carrera de enfermera y ahora reside en Zaragoza. Maria Amor se quedó en el pueblo para posteriormente instalarse en Zaragoza
Paco nació el día 26 de septiembre de 1942 y fue el cuarto hijo del matrimonio. A los cinco años de edad enfermó de poliomielitis, enfermedad vírica infantil bastante común entonces, que le atacó a sus dos piernas y le dejó absolutamente impedido para poder andar a lo largo de toda su vida. La enfermedad le llevó a moverse arrastrando las piernas primero con ayuda de bastones y luego con muletas; le operaron varias veces en el Hospital de la Malvarrosa de Valencia sin éxito.
Los niños de su edad, o parecida, le ayudábamos a moverse por el pueblo y sus alrededores llevándolo siempre subido a nuestras espaldas; a pesar de la total invalidez de sus piernas era uno más entre todos.
Paco tenía muchos tebeos de toda clase de aventuras que quizá le proporcionaban sus tíos de Valencia; los compartía gustoso con todos y gracias a ellos alguno de nosotros nos aficionamos a leer para siempre, primero en aquellos apasionantes tebeos que devorábamos con fruición y después, en todos los libros o papeles que caian en nuestras manos.
A pesar de su juventud, escribía algunos artículos como corresponsal para el diario Lucha de Teruel y cuando sus jefes tuvieron ocasion de conocer personalmente al joven reportero, gratamente impresionados, le concedieron una beca. Gracias a esa ayuda marchó a estudiar al Colegio Mayor San Fernando.
Después cursó sus estudios de Bachillerato en el Instituto de Enseñanza Media de Molina de Aragón, villa a la que se trasladaba en autobús desde el pueblo de Orea; para llegar allí lo llevaba en su moto Vespa sin temor al frio u otros elementos, Mosén Alejandro, párroco de Griegos, en un acto de amor al necesitado digno de un buen sacerdote como era aquel; al terminar el Bachillerato se marchó a cursar estudios superiores, primero a Zaragoza y finalmente a Salamanca.
Finalizó sus carreras de Filosofía y Letras y Filología Moderna y se marchó a Francia a enseñar español en un colegio de Niort. Allí conoció a su esposa y allí nació su único hijo Frederic, tras cuyo nacimiento volvieron a España.
Sacó las oposiciones a Agregados y luego a Cátedras, lo que le llevó a vivir en distintas ciudades trabajando como Catedrático de francés; participó activamente en la creación y actividades de la Asociación de profesores de francés, escribió numerosos artículos y traducciones e impartió conferencias.
El Ministerio de Educación del gobierno francés le otorgó la condecoración de la Orden de las Palmas Académicas y terminó su carrera de profesional destacado en el Departamento de Educación de la Diputación General de Aragón.
Fue una persona excepcional en todos los aspectos que hacía siempre gala de un excelente sentido del humor.Por su enorme fuerza de voluntad fue un ejemplo de superación de sus limitaciones físicas y tuvo una enorme generosidad para todos los que convivieron con él.
Casa número 74.- Vicente Pérez Arroyo y su esposa Julia Lazarán Garrido, casados en 1911 vivían en esta casa. De este matrimonio había nacido Francisco, Ángeles, María Remedios, Petra, Carmelo y José; de Petra y José ya hemos hablado y Francisco, Ángeles, María Remedios y Carmelo debieron de morir siendo unos niños.
Casa número 75.- En esta casa vivían Victorino del Rio Pérez y su esposa Eulalia Chavarrias Pascual junto a sus hijos Félix, Victorino y luego María Eulalia. Victorino padre, que había llegado al pueblo como soldado en la guerra, ejerció primero de maestro y después de secretario del Ayuntamiento hasta su jubilación; Félix se ordenó sacerdote y cuando dejó el ministerio marchó a vivir a Barcelona; Victorino hijo, que también estudio en el seminario, emigró a Madrid y María Eulalia lo hizo a Valencia.
Casa número 76.- Vicenta González Lapuente viuda de Félix Chavarrias Pascual, muerto en acto de guerra a los 32 años, vivía en esta casa junto a sus hijos Matilde, Manolo, Gregorio y Vicente. Antes habían tenido a otra Maria Matilde que murió a los dos años.
Vicenta explotó el estanco del pueblo durante muchos años; Su hijo Vicente, como ya hemos dicho antes, ejerció como Policía Nacional en Zaragoza hasta su jubilación; Gregorio actuó como guarda de Icona en el término de Griegos y Manolo fue Alcalde en el periodo de la Concentración Parcelaria que, entre otros beneficios, permitió obtener y registrar a su nombre las Escrituras Públicas de sus fincas a cada uno de los propietarios de las tierras.
Queremos extendernos con la biografía de Matilde, por atesorar en su persona todos los grandes valores religiosos y humanos de la sociedad grieguense y española de aquellos momentos.
Matilde Chavarrías González nació en Griegos en el año 1938 y a los tres meses de nacer perdió a su padre en acto de guerra.
Desde muy niña ayudó a su madre y a sus hermanos, que si bien le evitaban las faenas más duras del campo, siempre tenía que estar disponible para las tareas del hogar así como a despachar la venta en el estanco, que por ser viuda de guerra, su madre regentaba como una de tantas otras viudas españolas a quienes el Jefe del Estado general Franco, había concedido este beneficio para mitigar su desgracia y para que se pudieran ganar honradamente la vida truncada por la horrores de la Guerra Civil.
Matilde no asistió con regularidad a la escuela, pero gozaba de grandes habilidades en las labores de casa y poseía una bonita voz que le hacía cantar las jotas como nadie.
Al cumplir los 17 años en las fiestas mayores de el pueblo conoció a Luis Muñoz Gutierrez un joven natural de Madrid que había venido a disfrutar de las fiestas patronales acompañando a Pablo Gonzalez Herranz, hijo de Hipólito y de Virginia, matrimonio este que que había emigrado a Madrid en los primeros años de la década de 1930.
Luis y Pablo habían estudiado en el mismo colegio y gozaban de una gran amistad desde niños y de ahí la invitación de Pablo a su amigo para pasar juntos las fiestas del pueblo de sus padres.
Tenemos de su propio puño el relato e impresiones de Luis cuando llegó a Griegos que dicen así: “La primera de mis sorpresas fue la belleza del paisaje, pero no cabe duda que lo más agradable fue el carácter familiar y acogedor de sus gentes, todo ello en un gran ambiente semifestivo por encontrarse el pueblo en vísperas de sus fiestas patronales. ¡Qué grandes sorpresas nos depararían los siguientes días! En la retrospectiva del relato de esta historia se difuminan los matices de los momentos mágicos vividos entonces que dejaron en mí una profunda huella de enorme felicidad.
El flirteo entre la juventud estaba a la orden del día en las Fiestas Mayores. Las mozas, las guapas y honestas mozas de Griegos, se acicalaban con sus mejores galas y nos volvían locos a los jóvenes. Yo no sabía a quien mirar pero... un día en un grupo vi a una chica morena muy guapa, ligeramente inclinada de lado al andar y vestida con una falda azul marino y una chaqueta de lana color de rosa. La ví de espaldas pero mi curiosidad quedó tocada y no sabía a ciencia cierta lo que me pasaba. La volví a ver y me dí cuenta de que me gustaba, de que ... me estaba enamorando. ¿Cómo se llama? pregunté. Y la respuesta fue escueta: Matilde, me aclararon. Es la hija de la tia Vicenta a la que ya saludaste igual que a su hija. ¡Qué tonto había sido, no reparé en su belleza entonces! Pero la realidad es que, al hablar con ella y oir la melodía de su voz que me llegaba al corazón como una caricia, en mi interior acababa de nacer de golpe, a modo de explosion de emociones, un hermoso sentimiento de amor puro, de delicadeza, de dulzura y de gozo nunca sentido hasta entonces; un flechazo amoroso en el que el tiempo se paró y en el que los latidos de mi corazón se desbocaban como un volcán rugiente, anhelantes por estar ya siempre al lado de Matilde sin importarme nada de lo que estaba aconteciendo al margen de esa bella atracción por mi amada que indudablemente era un angel.
Sin embargo estábamos en plenas fiestas patronales y había que participar con delirio del regocijo popular y gozar de la alegría de todos, del entusiasmo y del gran ambiente festivo, de los toros, de la música, de nuestra juventud, del sol envolviendo los bellos paisajes, del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, de las ilusiones, de la amistad y sobre todo del amor gigantesco y sin final que ya llenaba por completo mi ardiente corazón y que extasiaba mi alma en una felicidad sin límites. En la memoria de aquel tiempo puedo afirmar que aquellos idílicos días fueron los más felices de mi existencia porque la belleza y el amor quedan grabados eternamente en el recuerdo”
Matilde y Luis se casaron tras un noviazgo que duró cinco años y en los que él hizo pocas visitas a su novia; pero fueron las suficientes. La boda fue un momento muy feliz y lleno de alegría en el pueblo y quedó inmortalizada con una cámara super 8 como testimonio inolvidable de la felicidad desbordante de aquel soleado día 24 de junio de 1960. Algunas personas de Griegos la recuerdan como la primera boda a la que invitaron a todos los niños de la escuela y en la que Matilde con su dulce voz embargada por la emoción del momento cantó una desgarradora y dramática jota dedicada al recuerdo de su padre muerto que decía así:
Resucitar a mi padre,
si con lágrimas pudiera
resucitar a mi padre,
me iría a su sepultura
a llorar gotas de sangre,
a llorar gotas de sangre
si con lágrimas pudiera.
Aquella chica de pueblo llegó desde Griegos a vivir al centro de Madrid, al barrio de Embajadores, sin saber cruzar un semáforo. Sin embargo, su intuición, su inteligencia, su buen hacer y sus otros muchas cualidades, lograron que pronto se acostumbrara a la vida de la gran ciudad. En sus primeros días, llena de entusiasmo y de curiosidad, sola, cogió el metro hasta la Plaza Castilla, en lo que resultó para ella una aventura muy divertida e inolvidable.
Su matrimonio con Luis fue siempre un nido de amor, modelo de vida en común para muchos, ya que a pesar de los sufrimientos de la vida, conformaron siempre una pareja maravillosa y una familia llena de alegria y felicidad.
Durante muchos años, gentes de Griegos, tanto parientes como conocidos, visitaron y se hospedaron en aquella bendita casa. Siempre eran bien recibidos por la familia y todos gozaron de un recorrido turistico por la ciudad acompañados por Matilde para conocer y disfrutar de los monumentos más hermosos de la capital de España.
Nuestra heroina fue una mujer humilde que crió a una gran familia de cuatro hijas, pero que nunca le faltó un momento para ayudar a los demás. Tuvo un comportamiento ejemplar para cuidar de su madre y de su suegra ancianas y lo mismo hizo con todos los familiares que estuvieron cerca de ella.
Tras los años de cuidar a sus ancianos y, mirando por ella, se sacó el graduado escolar y en aquellas aulas de adultos y jóvenes despistados, dejó huella entre sus compañeros por su actitud y por su bondad. Siempre tenía una palabra de ánimo para cada uno de ellos; siempre un gesto de cariño.
Empezó a colaborar en la parroquia de San Millán y San Cayetano como catequista. Por sus clases para el conocimiento del catecismo desfilaron varias generaciones de niños que la reconocían al pasar por su lado siendo ya hombres y mujeres adultos. Todos guardan de Matilde imborrable recuerdo por enseñarles con ternura y porque era una gran maestra tratando a los niños y niñas del barrio; se compadecía por los demás y sabía encontrar siempre lo mejor de cada uno.
Después de su labor con los más pequeños pasó a Cáritas y se dedicó con ahinco a ayudar a los más necesitados. Conocía muy bien el barrio y a sus gentes y sabía entender cuando y qué cosas necesitaban las más desheredados de la fortuna. No lo dudaba: siempre tendía su mano amiga a aquel que lo pedía y tenía siempre una palabra de aliento para todos y con su sentido especial para conocer a las personas, su don de gentes y su dulzura en el trato con los más necesitados, logró el sincero agradecimiento de todos con los que se relacionaba.
La desgracia ahora se cebó en la familia y pasó varios años constantemente al lado de su hija mayor Mati que falleció a la edad de 47 años victima de la enfermedad maldita. En aquellos terribles momentos trasmitió su profunda fe a su familia pero sobre todo había trasmitió su fuerza y energia a su hija enferma que llevaba sus mismos genes y que en todo se le parecia. Madre e hija se convirtieron así en una pareja inseparable y heroica, que pasaban juntas muchas horas en las salas de los hospitales madrileños por los tratamientos a Mati. No quedaban nunca indiferentes ante el sufrimiento de los demás olvidando el suyo propio. Las dos hacían un par grande, madre e hija, fuertes, sabias, buenas.
Tras la pérdida de su querida hija y en sus últimos años coordinaba un equipo de señoras y señores de 90 años y más y, a todos los hacía reir contando anécdotas de su vida; de esas anécdotas que bien contadas hacen las delicias de los demás. Tanto los ancianos como las ancianas la adoraban y le llamaban amiga porque siempre que la necesitaban allí estaba Matilde para ayudarles.
Luis, “su chico”, que era el modo que ella le llamaba, nunca se quedó atrás; “como él no había otro” decía Matilde. Hombre curtido, hecho a sí mismo, quedó muy joven huérfano de padre y aprovechó su inteligencia y su voluntad para trabajar y estudiar a la vez a lo largo de toda su vida. Con su esfuerzo alcanzó dos títulos universitarios y trabajó en una empresa farmacéutica. Su principal motivación era cuidar de su familia y ayudar a todas las personas que a él se acercaban. Hombre con dilatada experiencia en la ayuda a los más necesitados en su distrito de Madrid capital, a todo el mundo que le conoció le dejó huella. Gran persona, buen marido y padre ejemplar con una sensibilidad especial reflejada en sus obras de pintura; poseía un gran sentido del humor y era muy alegre y muy creyente, amante de Griegos y sobre todo hijo de Griegos por elección.
Falleció 16 meses antes que Matilde, pero aún siendo victima de una rápida enfermedad, nunca le abandonó la alegría y supo paliar junto a su familia la tristeza de aquellos momentos.
Por la colosal labor humanitarian que ambos desarrollaron en su entorno durante tantos años merecieron el honor de que sus restos descansen para siempre a los pies de San José con Jesús Niño en la Iglesia de San Millán y San Cayetano en la calle Embajadores del centro de Madrid.
En las Iglesias, tradicionalmente sólo se han enterrado Papas, Reyes, Príncipes, Obispos y grandes personajes de la Historia y, ahora mismo, no se entierra ya a casi a nadie. ¿Qué enorme labor humanitaria y qué relevancia social alcanzó en Madrid este matrimonio para obtener ese honroso e inusual privilegio? ¡Y qué orgullo poderlos contar como unos de los nuestros! ¡Y qué gran conquista bienhechora de la Capital de España la de aquella inocente y bondadosa niña de Griegos cuyas cenizas reposan con honores en una Iglesia del centro de Madrid!. Y siempre, siempre, a lo largo de toda su vida, llevó allá por donde iba a su Griegos por bandera, a su Teruel, a su Virgen del Pilar, a su Aragón; siempre orgullosa de su origen. Una chica de pueblo como ella siempre dijo con orgullo.
Descansen en paz Matilde y Luis, personas representativas de una estirpe de buenos españoles que, con valores parecidos, fueron en otros tiempos la admiración del mundo.
De izquierda a derecha: Matilde Chavarrías González, Prudencia Ibañez Lapuente, Amparín González, Josefa Lapuente Lahoz, Otilia Martinez Martinez, Eugenia González Arauz y Gregorio Chavarrías González.
Casa número 77.- Esta casa en principio correspondió a Manuela Ibáñez Chavarrias por la muerte de su esposo que ya hemos nombrado.
Y hasta aquí la descripción de todas las casas que se encontraban habitadas en Griegos, a fecha de junio de 1948 y la mención a los 350 habitantes que vivían entonces en el pueblo así como las biografías de las personas más destacadas de la Historia de Griegos.
Si algún dato que aparece en este libro no se ajusta a la realidad sólo es achacable a mi falta de memoria motivo por el que pido perdón.
OTROS EDIFICIOS
PUBLICOS
La Iglesia en reconstrucción. Año 1941
La estructura del pueblo se completaba con los espacios públicos de la Iglesia, el Ayuntamiento, la Fragua, el Horno, la ermita de San Roque, las Escuelas, la casa de los Maestros, el Lavadero, el Cementerio, la Fuente del Pueblo y la Fuente de los Novios.
LA IGLESIA.- Por el renombrado D. Gerardo Gómez Herranz y otras fuentes, sabemos que fue fundada el día 10 de mayo de 1561 por el Obispo de Albarracín-Segorbe, Juan de Muñatones y es desde entonces el edificio más grande del pueblo. Se terminó de construir el año 1570 primitivamente de una sola nave; después en el siglo XVIII se mejoró notablemente con la construcción de la capilla del Carmen al fundarse la Capellanía el 7 de septiembre de 1752 con subvención de Damián Alonso oriundo de Frias. Después se construyó la capilla del Rosario y la de San Antonio Abad; luego la de San Antonio de Pádua (hoy sacristía) y la capilla del Santo Cristo que daba acceso a la sacristía grande y por ultimo, se construyó el pórtico que da entrada a la Iglesia.
Todas las obras y, en todo tiempo, (excepto las reparaciones de los destrozos de la Guerra) han sido sufragadas por los vecinos a través de los diezmos y, ante todo y, en mucha mayor cuantía, el edificio de la Iglesia se construyó con el dinero que se obtenía de cortas de pinos exclusivamente dedicadas para este fin, como por cierto se hizo en casi todos los pueblos de la Sierra durante los siglos XVI y XVII. La terminación de la torre quedó muy baja en proporción a toda la obra, pues no se pudo elevar más por dificultades económicas.
En 1869 donde estaba el primitivo altar de San José frente a la puerta de entrada de la Iglesia se levantó una capilla y un majestuoso altar de yeso dedicándolo a San Roque, altar que desapareció en la Guerra del 36-39 En esta obra ayudó económicamente el Sr. Santa Cruz pero a condición de que la tal capilla sería el sitio para colocarse los de su familia y servidumbre.
En el año 1917 se taparon las dos hornacinas de derecha a izquierda del altar mayor colocando en sus sitios los retablos góticos modernos que también desaparecieron en esa guerra
En los años de 1920 - 23 un Alcalde intentó dar a la torre un cuerpo más de altura, pero sus deseos no llegaron a realizarse, quedando la terminación de la obra para “más adelante” y ese más adelante, ¿para cuanto llegará?; modestamente creo que nunca.
Los clavos de la puerta de la Iglesia son exactamente iguales a los del Palacio Episcopal de Albarracín y proceden unos y otros de los talleres de forja de la misma ciudad construidos en los siglos XVI al XVII siglos en los que estaban en obras el Palacio y la Iglesia de Griegos.
Está documentado que el Obispo Pedro Jaime viajó a nuestra parróquia en visita pastoral el día 4 de octubre del año 1599 para cumplir las directrices que marcaba a los Obispos el reciente Concilio de Trento.
El prelado preparó la inspección a Griegos y a otros pueblos vecinos por medio de cuatro edictos dirigidos a todos sus párrocos en los que para conocer y corregir la conducta de los seglares hace la siguiente enumeración de los muchos pecados de aquel remoto tiempo y que por su curiosidad detallo : hechicería, encantamientos, sortilegios, conjuros, adivinación, maleficios, brujerias, blasfemia; incumplimiento del precepto dominical, de la confesión y comunion anual; fornicación, adulterio, pecado contra natura, bestialidad, incesto, separación de los cónyuges, falta de despensa de los impedimentos de afinidad o consanguinidad, usura en las transacciones económicas de animales (bueyes, vacas, ovejas, etc.) y de heredades y tierras; sacrilegio por entrar violentamente en alguna iglesia o cementerio, por agredir a un ministro sagrado o expulsar con la fuerza a alguna persona de las Iglesias o cementerios; fraude por ocultación de los documentos de la curia Episcopal o por cobrar mayores tasas arancelarias.
El 4 de agosto de 1938 la Iglesia fue bombardeada y, antes, a finales de noviembre de 1936, utilizada a modo de cuartel por el bando rojo uno de los dos contendientes de la Guerra Civil cuando tomó el pueblo y, por ello, su interior quedó totalmente destrozado como ya se ha dicho antes. Su reconstrucción consistió fundamentalmente en tabicar con mampostería cuatro impactos de proyectiles de artillería en los muros exteriores de la torre y de la fachada, así como equipar y embellecer su interior con altares nuevos y también bancos e imágenes tal como hoy la conocemos.
En los años de 1940 a 1955 que fueron los tiempos de la posguerra y del nacional-catolicismo, resurgió ese movimiento religioso casi fundamentalista en toda España y también muy acusado en Griegos; como consecuencia, la presencia omnímoda de la religion se hizo muy patente en la sociedad de la época y, por ello, el edificio de la Iglesia se convirtió en el punto de reunión principal de todo el pueblo para celebrar juntos, cada uno con sus mejores galas, los ritos relacionados con la acendrada, fervorosa y masiva religiosidad popular. Los bautizos, las comuniones, las confirmaciones, las bodas, los sobrecogedores entierros, las misas rezadas y las misas solemnes, los rosarios diarios, los rosarios de la aurora, los responsos; los sermones de gran elocuencia sagrada impartidos por los canónigos de la Catedral de Albarracín, las procesiones, la silenciosa Semana Santa con su Monumento, carraclas y matracas, la Navidad, el Corpus Christi, las Fiestas patronales, la Fiesta de la Magdalena y otros muchos, eran actos litúrgicos que unían al pueblo y elevaban los valores del espíritu, las costumbres, la cultura y la vida social de sus gentes. El campanero de entonces era Rufino Marqués Carenas.
En el porche del templo hay colocada una placa de marmol blanco y en ella están esculpidos los nombres de las mujeres y de los hombres, vecinos del pueblo, muertos en la criminal contienda para que su memoria perdure a través de los tiempos y que aquí se reproducen con el mismo fin:
Ramón Domingo Ibañez
Agustín Martinez Gimenez
Pablo Martinez Ibañez
Aureliano Martinez Bolós
Isidoro Bolós Herranz
Ricardo Ramos Victoriano
Félix Chavarrias Pascual
Daniel Lahoz Chavarrías
Timoteo Lapuente Araúz
Herodoto Calomarde Navarro
Pablo Araúz Pérez
Manuel Sorando Gonzalez
Lorenzo Herranz Lapuente
Bartolomé Chavarrías Martinez
Salvador Ramos Victoriano
Serafina Ibañez García
Margarita Araúz Ibañez
Higinia Belinchón Pascual
Dolores González Belinchón
Isabel Lahoz Chavarrías
EL HORNO.- En el solar donde ahora está ubicado el hostal había un edificio con dos alturas, tres puertas y seis funciones o servicios independientes. El primero de horno municipal, el segundo de toril o cuadra del toro semental de la vacada de la vecindad que en mi niñez se llamaba Navarro y era un ejemplar negro de bonito estampa; el tercero de almacén, el cuarto de escuela de niños, el quinto pósito de granos y el sexto dispositivos de generación de energia eléctrica. Y aún más, en la pared del edificio que daba a la Fuente, se jugaban las competitivas partidas de pelota a mano, hechas las pelotas con badana de aquí, que enfrentaba a los jóvenes varones de Griegos en esta modalidad deportiva tan practicada entonces.
A lo largo de toda la década de 1940 debido a los destrozos de la Guerra Civil en las líneas, la gente, sin servicio eléctrico, se quedó sumida en una larga y tenebrosa oscuridad nocturna. De nuevo y, en el transcurso de esos más de nueve años, la población se vió obligada como si se hubiera retrocedido a la Edad Media, a alumbrar sus hogares por las noches con teas encendidas sobre almenaras colocadas en las chimeneas y recorrer las estancias de la casa alumbrándose con las tenues lucecillas de candiles de aceite, de velas o de carbureros y, en las oscuras y desiertas calles, cuando se tenía que ir a las parideras por las noches para dar de comer a los animales, la gente se iluminaba con las luces de los antiquísimos faroles de aceite de hojalata y de cristal. Y cuando los que estábamos en la edad de la inocencia teníamos que ir solos a acostarnos, porque así nos lo mandaban, era preciso hacer frente al terror y al sufrimiento que nos imponía la oscuridad y las sombras fantasmagóricas de los pasillos de la casa en nuestra activada fantasia de niños, facilmente poblada por los relatos idealizados de hazañas de héroes acaecidas en las batallas de la reciente Guerra civil y por las criaturas temibles de los cuentos, romances, historias de diablos, brujas, fantasmas, crímenes o difuntos de otros tiempos que los adultos no tenían el menor reparo en contarnos alrededor de la estufa en aquellas interminables noches invernales anteriores a los traumas infantiles y a la pedagogía.
Pero sigamos con la electricidad. Hacia el año 1950 se instaló en este edificio un motor de explosión Diesel marca Matacás que movia una turbina generadora de corriente eléctrica para el alumbrado de las solitarias y oscuras calles y el consumo de todos los hogares del pueblo. Estos aparatos, según Nicolás Lahoz Martinez, se pagaron con la venta a Guadalaviar de la tercera parte de la finca de Valdeminguete cuya propiedad, desde antiguo, correspondía a Griegos. Como pequeña curiosidad, el pago del consumo eléctrico se efectuaba por el número de bombillas instaladas en cada casa; tantas bombillas tenías tanto pagabas y es que aún no se habían inventado casi ninguno de los aparatos eléctricos que hoy llenan nuestras viviendas.
EL AYUNTAMIENTO.- Del siglo XVIII. Además de todos los servicios de la administración municipal, estaba instalada provisionalmente la escuela de niñas en el salón de la segunda planta que, inmediatamente junto a la de niños, se trasladaron al nuevo centro escolar unitario; también existía entonces una pequeña Biblioteca pública municipal con libros para niños y jóvenes en la que destacaban los volúmenes de aventuras de la “Colección Juvenil Cadete” que hacían mis delicias; ahora también cobija un importante Museo de mariposas disecadas. En el gran proyecto de reconstrucción de Griegos por Regiones Devastadas se proyectó la construcción de un nuevo Ayuntamiento en la Plaza Mayor incluyendo además de los propios de su naturaleza, otros servicios ya indicados por un importe de construcción de 102.000.-pesetas; amén de lo dicho, se pensaba incluir la construcción de una sala con cabida para cien personas donde se celebrarían las subastas madereras principal fuente de riqueza de Griegos.
Como dato historico, la Corporación municipal que gobernó el pueblo desde el advenimiento del Frente Popular en febrero de 1936 al 18 de Julio de ese mismo año en que fueron cesados por la Guardia Civil, estaba compuesta por Vicente González Martinez como Alcalde que era a su vez presidente de la UGT local y los concejales Antonio Belinchón Pérez, Florencio Bolós Lapuente (secretario de UGT) Domingo Lazarán Herranz, Fidel Ibañez Lapuente, Baldomero Ibañez Garcia, todos pertenecientes a la UGT y Jerónimo Martinez Garrido (éste representando a las derechas, según el historiador José Serafín Aldecoa Calvo).
El Ayuntamiento, como ente jurídico, es el propietario de todos los montes que hay dentro del término municipal incluidos Aguas Amargas, la Muela, el Calar y la Dehesa aunque la gestión la ejecuta el Ministerio de Medio Ambiente. Por ejemplo: si el Ayuntamiento quiere hacer una corta de pinos o alquilar los pastos, tiene que pedir permiso al Ministerio de Medio Ambiente para que autorice la corta o el arrendamiento, pero el beneficio total obtenido es para las arcas del municipio.
LA FRAGUA.- Edificio propiedad del Ayuntamiento con más de 400 años de antigüedad que se ha demolido recientemente y en su solar se han edificado dos modernos apartamentos.
EL LAVADERO.- Era un edificio de nueva planta construido por Regiones Devastadas situado entre el rio y la fuente de cuya agua se alimentaba. En su interior varias y espaciosas pilas de cemento permitían a las mujeres lavar sus ropas con más comodidad que en el río que es donde se lavaba hasta entonces. Con la llegada de las lavadoras automáticas este beneficio perdió su utilidad y por ello se derribó el inmueble.
EL CEMENTERIO.- Conserva su primitivo emplazamiento adosado a la Iglesia. Tenía doscientas fosas ocupadas y había enterradas por acción de guerra veinticinco personas; no contaba ni con nichos ni con fosa común. Ahora los enterramientos se efectúan en un cementerio nuevo construido recientemente.
LA ERMITA DE SAN ROQUE.- Fue fundada en 1624, Está situada en un promontorio a 500 metros del pueblo y fue utilizada por los dos bandos en la guerra civil como posición defensiva y como consecuencia de ello quedó completamente destruida; el edificio actual de nueva planta fue construido por Regiones Devastadas.
En tiempos bastante remotos, existió otra ermita llamada de San Bartolomé que algunos ubican cerca de la plaza de toros, la cual quedó casi abandonada al edificarse la Iglesia y ser suprimida la cofradía que la sostenía. Por tal motivo y para evitar profanaciones, pues se convertía en albergue de maleantes y gentes errantes y de mal vivir, fue destruída y conducido su retablo a la nueva Iglesia del pueblo.
LAS ESCUELAS UNITARIAS.- Forman un solo edificio y se construyeron por Regiones Devastadas para cubrir las necesidades escolares de aquel momento y en su Memoria de construcción podemos leer:“el censo escolar de entonces era de 30 niños y 30 niñas aproximadamente y como esta población venía manteniéndose casi constante desde comienzos de siglo, la cuestión escolar quedaría resuelta con un grupo unitario de dos clases – niños y niñas – capaces para 40 alumnos cada una”. Además el centro quedaría completado con la construcción de un campo escolar con frontón, ya que el deporte de la pelota a mano es el más extendido en el pueblo; a este frontón podían tener acceso todos los mozos del pueblo todos los días festivos y los hábiles fuera de las horas de clase.
El grupo constaba de los elementos siguientes:
1.- Portal.
2.- Vestíbulo de entrada.
3.- Dos clases capaz cada una para 40 alumnos.
4.- Sala para trabajos manuales.
5.- Despacho para los maestros.
6.- Almacén para material
7.- Guardarropas.
8.- Servicios sanitarios.
9.- Campo de recreo escolar.
10.- Frontón.
Las cantidades presupuestadas para estas obras fueron de 70.444,98 pesetas para el grupo escolar y 34.004,68 para el campo de deportes y el frontón”. Aunque el frontón no se construyó, el patio de recreo que forma parte del conjunto escolar ha sido y, sigue siendo, el lugar de reunión preferido por los niños y adolescentes.
LA CASA DE LOS MAESTROS.- Está emplazada dentro del conjunto escolar y con entrada independiente de éste; la casa está completamente aislada pero en situación favorable para observar cuanto en aquel ocurra; en altura tiene dos plantas, una para cada maestro y el programa de cada vivienda se ha fijado en tres dormitorios, sala de estar, comedor, cocina, despensa y aseo. El presupuesto de construcción de este inmueble ascendió a 57.976,35 pesetas.
En la disposición general de todos los edificios construidos se tuvo presente en todo momento el factor de economía reflejado en el empleo total de materiales de construcción locales tales como la piedra sacada de la vieja cantera del Ojuelo, la arena extraída de la Dehesa, la madera sacada de los pinos del municipio y la cal de las caleras en cuya fabricación eran tan hábiles los hombres de Griegos.
LAS FUENTES.- Aunque no sean edificios, en aquellos tiempos como desde siempre, las fuentes prestaban un servicio esencial y eran uno de los puntos más concurridos del pueblo. Un movimiento constante de animales se servían del abrevadero para calmar su sed y las personas acudían continuamente a ellas para llenar sus cántaros y otras vasijas al servicio de los hogares. Igual que ahora, habían dos Fuentes: la de la Plaza construida después de la Guerra en el mismo sitio que la anterior, de largo abrevadero y pilón con cuatro caños y, la fuente de los Novios. La primera recogía el agua de dos manantiales: de el de la Pumaradilla situado a 687 metros de distancia y 70 de desnivel y el de las Suertes.
En el camino de Códes y a la salida del pueblo existe la fuente de los Novios que ahora apenas se aprovecha; pero no siempre ha sido así. Antaño la fuente de los Novios era testigo de los cortejos, requiebros y relaciones entre los mozos y las mozas del lugar, de ahí su nombre. Los mozos aprovechaban lo apartado de el lugar para rondar a sus enamoradas cuando estas acudían al anochecer a buscar agua en los cántaros lejos de las miradas indiscretas y al margen del necesario consentimiento de sus padres.
Fuente de los novios. Mosén Samuel Valero con sus monaguillos. En primer plano de derecha a izquierda: Félix del Rio Chavarrías, Lorenzo Arauz Martinez, Marcelino Herranz Martinez, Victorino del Rio Chavarrías. Subidos en la fuente: Laureano Gonzalez Rustarazo, Teodoro Gonzalez Arauz, Mosén Samuel Valero y, al fondo, José Juan Herranz Martinez autor de este libro.
EPILOGO
A lo largo de este libro hemos visto la gran cantidad de personas que marcharon de Griegos en busca de su propio destino desparramándose sus hijos por gran parte de España y hasta del extranjero. La mayoría de ellos, quizá pudieron idealizar de forma parecida el hecho de emigrar. Tener que dejar amigos, lugares, familia y actividades, genera una explosión de sentimientos difíciles de olvidar para los niños y mayores que se mudan a otro lugar. En los párrafos siguientes intento yo plasmar mi pequeña historia al abandonar a Griegos, historia que quizá sea semejante a la de tantos y tantos que dejamos nuestro pueblo en aquellas fechas, antes o después.
La patria no es otra cosa que la infancia porque allí comienza el duro aprendizaje de la existencia. Una persona querida, los primeros amigos, los compañeros de escuela, un animal casero, un callejón insignificante o hasta un árbol guardado en la memoria se convierten en los símbolos con que resistimos las desdichas de la vida y el desconcierto, porque la memoria es lo que resiste al tiempo y a sus poderes de destrucción. Y aunque nosotros vamos cambiando con el paso del tiempo hay algo muy adentro, en regiones misteriosas del cerebro, aferrado con uñas y dientes a la infancia y al pasado, a la tradición y a los sueños, algo que resiste o quiere resistir a veces al trágico proceso de la vida.
Por eso a medida que me acerco a la muerte me acerco también a la tierra, pero no a la tierra en general si no a la mía, a mi tierra querida de Griegos en la que transcurrió mi infancia y en la que quiero que transcurra mi eternidad.
Cada uno de los que un día dejamos el pueblo tendrá grabado en su memoria ese momento y las circunstancias y personas que hicieron posible esa marcha; en mi caso todo empezó en el verano de 1954. Mi padre estaba segando en el Cuarto y alguien que por allí cazaba codornices y que le estimaba, D. Francisco Sáez Marconell, capitán del ejército del Aire en esa fecha, llegó hacia él y con generosa actitud de hombre bueno le dijo: pero hombre Marcelino, ¿qué haces aquí hecho un desgraciado? Tienes cuatro hijos pequeños y ya me dirás el futuro que les espera a ellos si sigues tú aquí. Vete a Sagunto ya que ahora admiten trabajadores en los Altos Hornos y cambiará tu vida. Mi padre hizo caso a quien tan bien le aconsejaba y el día cinco del mes de julio del siguiente año entró a formar parte de la plantilla de dicha gran empresa hasta su jubilación.
Era difícil entonces encontrar una vivienda en alquiler en Sagunto y tuvimos que esperar más de un año a marchar el resto de la familia. Yo, junto con mi madre y mis hermanos pequeños abandoné mi patria (Griegos) el día 8 de septiembre de 1956 subido en un coche marca Hispano Suiza, de unas diez plazas, propiedad de un señor de Teruel llamado Roberto que antes de que se estableciera definitivamente la actual línea de autobuses Teruel-Griegos por Albarracín, realizó por algún tiempo el servicio de transporte de viajeros desde Griegos a Teruel siguiendo la ruta de Villar del Cobo, Frias, El Vallecillo, Masegoso, Toril, Terriente, Valdecuenca, Bezas, El Campillo y Teruel; el coche, si bien era elegante, no era demasiado grande pero sí lo suficiente potente y bien aprovechado para cupíeramos en él más de diez personas.
La mañana era luminosa y fresca y en mi alma de niño se mezclaban toda clase de sentimientos. Iba vestido con jersey de lana y unos pantalones bombachos de pana negra. La incomodidad del coche es mi recuerdo principal y, ya en el tren, la algarabía de mucha gente, algunos con cestas de gallinas o conejos, es lo que perdura en mi recuerdo de aquel éxodo familiar.
Y al bajar en Sagunto nos recibió un calor insoportable debido al clima mediterráneo y a mi inadecuada vestimenta más propia del invierno, motivo creo yo, de alguna sonrisa maliciosa de la gente que se nos cruzaba. Pero yo guiado siempre por el sentido común aprendido en mi familia y en el pueblo, me adapté muy pronto a mi nueva vida con una enorme voluntad y unos grandes anhelos de estudiar y de prosperar. Y como casi a todos los que nos fuimos, porque estábamos forjados en el duro trabajo y en la consecución de objetivos, el cambio fue para bien.
Pero a pesar de ese cambio a mucho mejor, mi vida, como la de tantos otros, se quebró para siempre porque había algo grande en las regiones misteriosas de mi cerebro que se aferraba, y aún hoy se aferra con uñas y dientes a mi infancia y a mi pasado, a la tradición heredada de mis ancestros y a mis maravillosos sueños infantiles.
ANEXO 1
TOPONIMIOS O NOMBRES PROPIOS DE LOS LUGARES DEL TÉRMINO MUNICIPAL DE GRIEGOS USADOS LA MAYORÍA POR LAS GENTES DEL LUGAR DESDE LA MÁS REMOTA ANTIGUEDAD HASTA NUESTROS DIAS Y QUE, AHORA, AL SALIR POCO AL CAMPO LAS PERSONAS, MUCHOS DE ESOS NOMBRES QUEDARÁN OLVIDADOS EN EL IMAGINARIO POPULAR DEL FUTURO.
ALREDEDORES DEL PUEBLO: Los Cerraos, Las Eras, La Portera, Los Huertos, La Fuente de Los Novios, El Pozo Calderón, La Cagurria, Los Rochos, El Rio de la Abuela Nica, El Ceranalejo, La Fuente del Pino, La Punta de la Añada, Los Avenares, La Cueva La Zorra, La Cueva del tío Emporreto, Cabeza Las Arenas, Codejas, La Fuente la Perra, Los Terreros, Las Suertes, Los Huertos de arriba de Las Suertes(con algunos árboles de guindas) La Hoya de los Carneros, El Cerrao Grande, Las Quebradas, Los Corredores, El Arenal (sitio de donde se sacaba la arena blanca para fregar las ollas, platos, cucharas y otros utensilios de las cocinas) El Castillejo o Moritón, La Loma del Castillejo, San Roque, La Cabeza, Las Peñuelas, El Corral de la Horma, La Fuente del Terrero, La Fuente de los Pájaros, La Colmena de los Pájaros, El Pino del Sastre, La Revuelta del Pino del Sastre, La Cuesta del Pino del Sastre y La Encubierta.
CODES: (Y dentro de Codes) Codes, La Hoya El Juncar, El Piazo Grande, La Hoya Gimenez, La Hoya El Herrero, La Rambla de Codes, La Hoya Redonda, La Hoya Los Races, Los Cerraos de Codes, El Camino de Tramacastilla, El Puente de Tramacastilla, El Puente de Barrancondo, Las Lomas, La Vereda, La Cruz de Piedra, La Colocha de la Cruz de Piedra y el Barranco de Peñarrubia
LA PARED Y ALEDAÑOS: (y dentro de La Pared) La Pared, Los Quemaos de La Pared, La Paridera de La Pared, El Barranco del Cerro, El Cerro, La Majada del tió Matapán, El Barranco del Zorro, La Colmenilla del Cerro, La Paridera del Cerro, El Vallejo del tió Valero, El Pozo de la pared y el Barranco de La Pared.
AGUAS AMARGAS: (Y dentro de Aguas Amargas) El Aguasal, El Puente del Aguasal, El Cerro del Medio, La Fuente de Las Palomas, Las Eras, La Paridera de Aguas Amargas, El Rincón del tió Fortunato, El Ontarrón, La Loma del tió Cesáreo, Los Simarros, El Camino de La Yesera, Los Vallejos de la tiá Marina,La Piedra Pancheta, La Canaleja, La Fuente dela Canaleja y El Pajar del tió Fortunato.
EL CUARTO: (Y dentro del Cuarto) La Paridera del Cuarto, La Cabezuela, La Calera, El Abrevador, La Fuente del Abrevador, Las Riscas del Cuarto, La Peña del Reloj, La Peña del Sol, Las Cuestas del Cuarto, El Portillo del Corzo, El Chaparral, La Fuente del Chaparral, El Canalón, El Puntal del Canalón, Los Casares, El Llano de la Cruz, El Paso (franja de terreno para pasar y pastar los ganados que iba desde La Fuente de Los Pájaros hasta La Fuente del Rábano) El Rincón, La Fuente del Rincón, y La Colmena del Cuarto.
LA MUELA: (Y dentro de La Muela) Los Poyales, La Umbria o Cuestas deLa Muela, La Cruz de Santa Bárbara, La Sima de La Muela,La Colocha, La Ceja de La Muela, La Cueva del tió Minchete, El Pozo de La Muela, El Collado de Las Veredas, El Cerrico de Las Perenalas, La Fuente de La Sielva, El Barranco de La Sielva, La Solana de La Sielva, La Umbría de la Sielva, El Cerro Chaparroso, Peñas Altas, Las Tablas deLa Muela, La Hoya del tió Patricio, La Hoya Motril, El Corral del tió Colorao, Los Corrales de La Muela, El Panderón, El Majadal Grande, La Celadilla, La Fuente de la Zorra, La Hoya del tió Venao, La Umbría de la Negradera, La Solana del Romero, El Puntal del tió Patacorta, La Porrona y el Barranco de los Avellanos.
OTROS LUGARES: Los Altillos, La Paridera de Los Altillos, Las Balsas, La Fuente de Las Balsas, El Rincón de Las Balsas, La Fuente Juan, El Vallejo de Los Minas, El Vallejo de Las Muñozas, La Charavasa, La Fuente de La Charavasa, El Rábano, La Fuente del Rábano, La Majada de Las Vacas, Las Pinochadas, La Hocecilla, Las Fuentezuelas, El Camino de Orea, Los Caños, Los Pozos, Las Parideras de Los Pozos, La Rambla de Los Pozos, El Montón de Tierra, La Hoya del tió Chamela, La Solanilla, Las Parideras de La Solanilla, Las Posesiones, Los Perdigones, El Pocico Zaragozano,Soduna, La Fuente de Soduna, El Calar, La Loma Atravesada, Las Grajas, Las Parideras de Las Grajas, La Celedonia y La Paridera de La Celedonia
EL NAVAZO Y ALEDAÑOS: El Navazo, La Cuesta del Navazo, El Frontón, El Camino de Orihuela, La Paridera del Navazo, Los Chorlitos, La Paridera de Los Chorlitos, La Paridera La Hoya, Sabinosa, El Trueno, La Fuente Nueva, El Ranal, El Arrozal y Las Lomillas.
LA DEHESA: (Y dentro de La Dehesa) El Puntal de la Hoya Pequeña, La Hoya Pequeña, El Puntal de la Hoya Grande, La Hoya Grande, Las Fuentes de Arriba y la de Abajo de la Hoya Grande, El Ojuelo, El Puntal del Ojuelo, La Fuente del Ojuelo, La Cerradura (pared de piedra que desde tiempos remotos rodea o perimetra las dehesas de los tres pueblos como si fueran una), El Prao Santo,La Malena, Las dos Fuentes de La Malena (de reciente construcción), El Reguero de La Malena, El Reguero del Primer Puente del Villar, El Molinillo, El Reguero del Segundo Puente del Villar, La Hoya Sabrosilla, Cabeza Pedro Manzano, El Prao Sotos, La Fuente del Prao Sotos, La Fuente del Vaquero, El Botial de Los Caracoles, El Orcajo, La Escorzonera, Los Toriles, La Majada de Los Tocones,La Retorca, Las Cuestas de La Dehesa, La Pumaradilla y La Fuente de La Pumaradilla, (de este manantial se llevaba el agua hasta la fuente de la Plaza del Pueblo) y La Rehoya.
ANEXO 2
CENSOS DE VOTANTES DE GRIEGOS CORRESPONDIENTES A LAS PRIMERAS Y SEGUNDAS ELECCIONES GENERALES DE LA HISTORIA DE ESPAÑA EN LOS AÑOS 1897 Y 1906
(Nótese el ínfimo grado de analfabetismo que tenian nuestros antepasados y que las mujeres aún no tenían reconocido su derecho al voto hasta el año 1933)