EL HORNO

 

En el solar donde ahora está ubicado el hostal, se alzaba un edificio de dos alturas y tres puertas a la calle conocido por todos como "El horno".

El inmueble, restaurado de los destrozos producidos en él por la reciente Guerra Civil, era propiedad del Ayuntamiento y, en el mismo, se ofrecían a los vecinos del pueblo seis funciones o servicios municipales independientes:

el primero, de horno para cocer los panes grandes y redondos, las cañadas y los productos de repostería, tales como mantecados, magdalenas, tortas, etc. que en contagiosa alegría, las mujeres del pueblo amasaban y elaboraban como nadie sobre un tablero colectivo de gran tamaño; el segundo, de toril o cuadra donde se encerraba por las noches el toro semental de la vacada que en mi niñez se llamaba "Navarro" y era un ejemplar de color negro, de temperamento tranquilo, de bonita estampa y de gran tamaño; el tercero, de almacén de enseres y herramientas del Ayuntamiento; el cuarto, de escuela de niños a la que asistí unos días mientras se terminaba de construir la actual; el quinto, pósito de cereales con báscula de suelo para pesar el grano y, el sexto, dispositivos de generación eléctrica. Y aún más, en la pared que hacía de frontón y que daba a la Fuente, se jugaban las competitivas partidas de pelota a mano que enfrentaban a los jóvenes varones en esa modalidad deportiva tan practicada entonces.

A lo largo de toda la década de 1940 debido a los destrozos de la reciente Guerra en las plantas de producción y en los tendidos, la gente, sin servicio eléctrico, se quedó sumida en una larga y tenebrosa oscuridad nocturna. De nuevo y, en el transcurso de esos más de nueve largos años, la población se vio obligada, como si se hubiera retrocedido a la Edad Media, a alumbrar sus hogares por las noches con teas encendidas sobre almenaras colocadas en las chimeneas de las casas en las que éstas aún se utilizaban y, recorrer las estancias de la casa alumbrándose con las tenues lucecillas de candiles de aceite, de velas o de carbureros y, en las oscuras y desiertas calles, cuando se tenía que ir a las parideras por las noches para echar a los animales el último pienso, la gente, pisando la nieve y soportando la ventisca, iluminaba la trocha con las débiles luces de los antiquísimos faroles de aceite de forma cuadrada y cuatro cristales protectores de la llama, comprados al igual que los candiles y otros objetos, a los hojalateros que pasaban por el pueblo, de cuando en cuando, a vender sus mercancías y utensilios de cocina fabricados por ellos mismos.

Y cuando los que estábamos en la edad de la inocencia teníamos que ir solos a acostarnos, porque así nos lo mandaban, era preciso hacer frente al terror y al sufrimiento que nos imponía la oscuridad y las sombras fantasmagóricas de los pasillos de la casa en nuestra activada fantasía de niños, fácilmente poblada por los relatos idealizados de hazañas de héroes acaecidas en las batallas de la reciente Conflagración y por las temibles criaturas de los cuentos, romances, historias de diablos, brujas, fantasmas, crímenes o difuntos de tiempos antiguos que los adultos no tenían el menor reparo en contarnos alrededor del calor de la estufa o de la lumbre de las chimeneas en aquellas interminables trasnochadas invernales.

Pero sigamos con la electricidad.

Hacia el año 1950 se instaló en este edificio un motor diésel marca Matacás que hacía mucho ruido y que movía una turbina de buen tamaño generadora de corriente eléctrica para el alumbrado de las despobladas y lóbregas calles y para el consumo de todos los hogares del pueblo. Estos aparatos, según mi primo Nicolás Lahoz Martínez (que ya ronda los 100 años) se pagaron con la venta a Guadalaviar de la tercera parte de la finca de Valdeminguete cuya propiedad correspondía, en esa tercera parte, a Griegos.

Como pequeña curiosidad, el pago del consumo eléctrico se efectuaba por el número de bombillas instaladas en cada casa: tantas bombillas tenías, tanto pagabas. Y es que aún no se habían inventado los contadores, ni casi ninguno de los aparatos eléctricos, que hoy llenan de comodidad a nuestras vidas y a nuestras viviendas.

Et usque huc o hasta aquí.

 

16-XII-2023